Karpov – Korchnoi, el match donde el ajedrez pasó a segundo plano

El de Baguío, Filipinas, en 1978, no fue uno más de tantos matches por el título del mundo de ajedrez. El encuentro entre el campeón Anatoly Karpov y su retador  Viktor Kortchnoi, excedió largamente escaques y trebejos bicolores , para convertirse, ya desde antes de comenzar, en un nuevo y singular campo de batalla de la “guerra fría”, que libraban por entonces y sin darse tregua, las grandes potencias de Oriente y Occidente. Karpov era el niño mimado de la Unión Soviética, nación para la cual había recuperado (aunque fuere por incomparecencia de su rival) el título mundial que Robert Fischer les arrebatara en 1972, luego de casi 25 años ininterrumpidos de hegemonía en el concierto del ajedrez mundial. Era considerado un héroe, un emblema y un ejemplo en su país. Muy por el contrario Kortchnoi, ruso de nacimiento al igual que su rival, había desertado de la URSS en 1976, luego de jugar un torneo de grandes maestros en Amsterdam, por lo que se lo consideraba un traidor a la patria y su figura era execrada de todas las maneras posibles. Pero, como no podía ser de otra forma, esa misma figura del exiliado ganó fama y admiración en occidente, donde los adversarios de la URSS tomaron su actitud como un ejemplo de valentía y lucha por la libertad. En este contexto de posturas tan antagónicas como irreconciliables, el choque de los dos gladiadores del tablero iba a ser, necesariamente, una disputa traspasada por la política, los odios y las pasiones. Y no solo lo fue, sino que las rencillas, denuncias y provocaciones tuvieron por momentos ribetes verdaderamente grotescos.

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No era la primera ocasión en que Karpov y Kortchnoi se verían las caras en un match. En 1974, en Moscú, se enfrentaron en la final del Torneo Candidatura, luego a haber recorrido ambos, a puro talento y capacidad, el espinoso y arduo camino que los depositara en el último escalón antes de retar al campeón mundial Bobby Fischer. Karpov ganó aquella vez en forma muy ajustada, se convirtió en el desafiante y poco después en el nuevo campeón, ante la negativa del norteamericano de jugar para defender su corona. Korchnoi en esos tiempos aún no era un exiliado, pero ya deba muestras claras de inconformismo, como por ejemplo cuando, luego del encuentro, acusó a la Federación Soviética de Ajedrez de favorecer a Karpov con medios que él no tenía disponibles (por caso, otorgándole los mejores analistas), arguyendo que en esas preferencias jugaban dos factores fundamentales: Karpov no solamente era un miembro del partido, sino que era veinte años más joven y por lo tanto con mayor proyección a futuro; y por otra parte, era un “ruso puro” cuando él, Kortchnoi, era ruso por pasaporte, pero judío de origen.

En Baguío, pues, volvían a enfrentarse el campeón y el exiliado. El match se pactó a seis partidas ganadas, sin contar las tablas y sin límite de encuentros.

Ya durante los preparativos, las enjundiosas batallas orales libradas ante el periodismo en una catarata de declaraciones de ambos bandos incluso desde que se pactara el encuentro, comenzaron a tomar forma en la práctica. Kortchnoi, cuya esposa e hijo permanecían en la Unión Soviética sin permiso para salir del país, pretendió jugar bajo la bandera de Suiza, país en el que residía desde su defección de la URSS, pero los soviéticos se opusieron, alegando que su tiempo de residencia en ese país no alcanzaba el mínimo estipulado por la FIDE para poder hacerlo. Tras arduas negociaciones, la disputa se zanjó salomónicamente: se jugaría sin las tradicionales banderas sobre la mesa de juego.

Justo antes del comienzo, un nuevo problema inquietó a los organizadores, ya que, por una vez de acuerdo, ambos jugadores cuestionaron el peso demasiado ligero de las piezas de ajedrez que se utilizarían para el match, por lo que se debió procurar un nuevo juego, el que arribó desde Manila, la capital del país, minutos antes del inicio.

Transcurrida la primera partida, jugada en un ambiente en donde la tensión era palpable, pero donde hubo más calma en el tablero que fuera de él (tablas en 18 movimientos), Viktor Kortchnoi protestó airadamente ante las autoridades por la presencia, entre los espectadores, de un individuo que perturbaba sus pensamientos e influía negativamente a la distancia sobre su mente: Vladimir Zukhar, un parapsicólogo que formaba parte del equipo del campeón y oficiaba, según Baturinsky (líder de de la delegación soviética) como psicólogo de Karpov. Las idas y venidas respecto de la reclamación transcurrieron principalmente sobre la ubicación que Zukhar tenía en los asientos, pues el retador sostenía que no debía sentarse en las primeras filas, como de hecho lo venía haciendo. Con la intervención de ambas partes, más el árbitro Lothard Schmidt y hasta el presidente de la FIDE, Campomanes, recién al llegar al juego número ocho se llegó a un acuerdo: el parapsicólogo no podría pasar de la fila cinco.

Para sumar otro ingrediente a la ya de por sí áspera situación extra ajedrecística del encuentro, luego del segundo juego el equipo de Kortchnoi elevó una nueva protesta: promediando cada partida, el campeón recibía de un camarero un vaso con yogurt. La queja se fundaba que los vasos eran de colores diferentes, como así también el contenido, por lo que el desafiante sospechaba que por esa vía se enviaban a Karpov mensajes relativos a la partida, tales como “es mejor que ofrezcas tablas” o “tienes ventaja, continúa jugando” o cosas por el estilo. No obstante parecer inclusive risueño o disparatado, para evitar complicaciones los organizadores dispusieron, luego de unos días, que el “famoso” yogur se sirviera en un vaso de un solo color y que, si se cambiara el color de la bebida a entregar, el hecho debería ser comunicado con antelación al árbitro Schmidt.

 

 

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Al iniciarse la octava partida, Anatoly Karpov se negó a estrechar la mano de su contendiente, molesto, según comentó después, por las constantes presiones y reclamos que el mismo formulaba. Por lo que a partir de ahí, los rivales no volvieron a cumplir con ese requisito formal antes de comenzar de cada partida. Claro que Kortchnoi no se quedó de brazos cruzado ante el desaire, e hizo conocer poco después al ya un tanto atribulado Schmidt, que en lo sucesivo se atendría estrictamente a la regla que indica que los jugadores no pueden hablar durante la partida, por lo que las proposiciones de tablas deberían ser obligadamente efectuadas mediante el árbitro…

Entretanto, en el tablero las cosas iban por senderos de igualdad, aunque Kortchnoi había conseguido varias posiciones ventajosas, sin lograr concretarlas en victoria. Pero después de siete tablas, la octava partida sorprendió con un rápido triunfo de Karpov, ante un juego vacilante del “challenger”. Tres partidas después, en la once, Kortchnoi igualó al imponer con precisión la ventaja material obtenida durante el medio juego.

 

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En medio, llegó el turno de las quejas del campeón, molesto porque el exiliado se presentaba a jugar con unos grandes anteojos espejados, que según Karpov le molestaban la vista al reflejar la gran cantidad de luces dispuestas sobre el escenario. Kortchnoi adujo que le molestaba sobremanera la costumbre del campeón de mirar al rival fijamente cuando no le tocaba mover y que los anteojos los usaba para contrarrestar esa molestia, que según aducía lo había afectado en el match de 1974. Otra vez, negociaciones. Al final, las autoridades no dieron lugar al reclamo, pero promediando el match el retador dejó de usarlos.

Hasta la partida 12°, mitad del encuentro, seguía reinando la igualdad. Pero Karpov ganó las 13°, 14° y 17° partidas, adquiriendo una ventaja muy significativa en el marcador.

Por si algún aditamento le faltaba a esta verdadera guerra de nervios, denuncias y quejas en que se había transformado el match (incluso con pataditas por debajo de la mesa, como los niños, por las que el árbitro hubo de reconvenir a los jugadores), se produjo la llegada al mismo, en el juego 18°, de una pareja de misteriosos personajes pertenecientes a la secta de origen indio Ananda Marga, convocados por el retador como ayuda espiritual mediante ejercicios de meditación y, además, para contrarrestar, en la misma sala de juego, los influjos del parapsicólogo soviético. La delegación soviética protestó y otra vez Campomanes junto a los organizadores tomaron cartas en el asunto. Finalmente y luego de muchas alternativas lindantes con lo policíaco, la pareja debió hacer sus maletas e irse de Baguío, aunque recién lo hizo el día anterior a la partida 32°.

Kortchnoi acortó distancias ganando en la 21°, pero el campeón ganó la 27° y se puso 5 a 3, restándole solamente una victoria para retener el título. Pero para asombro de todos, el exiliado sacó fuerzas de flaquezas y se anotó sendas victorias en los juegos 28° y 29°, empatando el marcador.

 

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La tensión, ahora volcada plenamente al tablero, alcanzó su climax. La definición era incierta y cualquiera de los dos competidores se alzaría con el triunfo en el match con solo ganar una partida. Karpov, que debía aprovechar la ventaja de llevar las blancas en el siguiente juego, el 32°, planteó en el mismo una apertura de peón rey que pronto se transformó en una Benoni. El campeón obtuvo ventaja posicional, ganó un peón y condujo con precisión la partida a la suspensión en la jugada 41, en una posición ganadora. Al dia siguiente, Kortchnoi informó al árbitro a través de su ayudante Raymond Keene, que abandonaba la partida. El mismo día, el retador envió una carta a los organizadores, diciendo que si bien no continuaría el juego suspendido, se negaba a firmar la planilla debido a que no consideraba válido el resultado del match, en vista de la intolerable conducta de los soviéticos, la hostilidad de los organizadores y la inacción de los árbitros. Tiempo después, incluso declaró que la KGB estaba preparada para matarlo si ganaba el match. Viktor se fue de Baguío sin asistir a la ceremonia de cierre y sin cobrar el premio estipulado.

 

Aún hoy, a 38 años de terminado el encuentro, el 18 de octubre de 1978, toda la serie de sucesos ocurridos durante el mismo  causan estupor, cuando no una gran pena, pues se agraviaron de manera por demás manifiesta algunos de los valores más importantes de nuestro juego, como lo son la caballerosidad, la lealtad deportiva, el respeto mutuo  y hasta la seriedad del mismo.

Karpov retuvo la corona por ajustado margen y Kortchnoi iba a tener, pocos años después, una nueva oportunidad contra el mismo rival. El encuentro de Baguío será recordado, no obstante, no por su resultado final, sino por haber constituido uno de las demostraciones más acabadas de cómo el ajedrez resulta empañado cuando lo traspasan interesas que nada tienen que ver con el juego mismo.


Karpov – Kortchnoi, 1978

Karpov – Korchnoi, el match donde el ajedrez pasó a segundo plano