Arturo Capdevila, poesía sobre ajedrez y ensayo sobre el legado árabe

Este texto forma parte del libro aún no editado, sobre ajedrez y literatura argentina, de Sergio Ernesto Negri.
Imagen de Arturo Capdevila
Imagen de Arturo Capdevila

El argentino Arturo Capdevila Igarzábal (1889-1967), dentro de su multifacética personalidad, que lo muestra como juez, profesor (de filosofía y sociología) e historiador, también se destacaría como un escritor, uno de prolífica obra.  

Sus trabajos no sólo se adscribirán a la literatura como tal. Es que, además, hará relevantes aportes escritos en cuestiones históricas y científicas. En este último sentido, abordará temáticas que van desde el mundo de los microbios a las enfermedades. Se ocupará de estudiar el cáncer y la lepra, los problemas de alimentación (a los que correlacionará con la salud en un concepto que, para la época, era de avanzada) y considerará que las de índole mental son estrictamente somáticas.

Obtendrá el Premio Nacional de Literatura en los años 1920, 1923 y 1931. La Sociedad Argentina de Escritores le otorgará el Gran Premio de Honor en 1949, en reconocimiento al libro de poemas El Libro del Bosque. Fue miembro de las Academias Argentina de Letras y Nacional de la Historia de su país y, a su vez, de la Real Academia Española de la Lengua.

De su pluma saldrá el ensayo El tablero de ajedrez, publicado en 1919, que se dedica a historiar sobre el juego, en particular poniendo el acento en la tradición árabe. Comienza del siguiente modo: “Un mérito singular tuvieron los árabes: el de jugar al ajedrez. Fastuosos y opulentos, era su tablero de ébano y marfil con cantoneras de oro: las piezas blancas, de cristal de roca; las rojas, de rubí…”.

 

En el curso del relato, aclara que no es a ellos a quiénes se les debe su invención, sino a otras culturas (que van de China al severo Egipto, pasando por la profunda Persia y la sabia India), en las que se ha encontrado: “…un ajedrez más complicado que el de los musulmanes, más numeroso de piezas y casillas, más abstruso, si se puede decir, y hasta no exento de un cierto carácter esotérico”. Siguiendo esta línea de razonamiento sostiene que, en todo caso, tuvieron los árabes la virtud de haberlo simplificado y reducido a más humanos términos, haciéndolo entonces accesible.

En estas palabras apreciamos un gran acierto, al adjudicarle el origen a otras culturas orientales, y un profundo error ya que, y hoy lo sabemos perfectamente, el shatranj del mundo musulmán, es una reapropiación con mínimos detalles de cambio respecto del chatrang persa que es, por su parte, heredero del chaturanga indio (y, para quienes sostienen la tesis que pone el acento en el xiangqi chino, también lo podríamos incorporar en esta taxonomía de emparentamiento de juegos esencialmente similares).

Capdevila, al aludir a otro más complejo, que sería el que supuestamente los árabes habrían simplificado, parece referirse al Grande Acedrex mencionado por Alfonso X en su Libro de los juegos el que, efectivamente, tenía más casillas y piezas; aunque su antigüedad es imprecisa. Para algunos, convivió en la historia con las versiones protohistóricas del ajedrez; para otros, es una mera evolución medieval de los formatos de ajedrez que tienen raíces en el lejano este.

Volviendo al relato de Capdevila lo apreciamos ir al nudo de la cuestión más misteriosa, al poner el foco de atención en su momento iniciático, sobre el que anuncia: “Nadie dará jamás con su origen. Y así han salido frustrados los intentos de hallar el del ajedrez. Sin asomo de propósito irónico, es dable preguntarse si lo hubimos por la revelación, o si poco a poco se fue constituyendo y perfeccionando. Yo me atrevo a creer que nació perfecto. Me atrevo a creer que fue la aplicación ingeniosa de alguna serie matemática, de algún desarrollo algebraico. A menudo ocurre de tal modo con las conquistas de la ciencia: esto se queda para el estudioso; estotro se deriva hacia el esparcimiento de salón”.

Acierta Capdevila al considerar tres precisos alcances del ajedrez: el teológico, el metafísico y el positivo. A su juicio, antes se proponía más que un problema de lógica, un enunciado teogónico, en el que cada pieza era un dios. Desde ahora, gracias a los árabes, será todo más accesible. 

Es que el interés pasó a ser exegético, observándose una interesante paradoja en esa cultura: La libertad que el Corán les negaba, dábasela el tablero. Atenidos, de labios afuera, a la ortodoxia coránica, decían saber que todo viene de Alah; más, corazón adentro, no acababan de proponerse el por qué de la buena o mala andanza. No les respondía el fatalismo valederamente. El ajedrez, en cambio, les sugería la deseada verdad”.

En términos más poéticos, al reconocérseles a los musulmanes el hecho de haber dado al mundo estupendos regalos, agregará: “Ajedriztas (Nota: Es una denominación inusual pero aceptable, desde el punto de vista de la lengua, que el escritor considera más eufónica, económica y bella) admirables, los califas jugaron en el tablero de las naciones, y sus rápidos Alfiles dieron jaque a media Europa por la blanca diagonal de los desiertos”.

Imagen de una escena en la que el shatranj es protagonista
Imagen de una escena en la que el shatranj es protagonista

Para el autor, muy filosóficamente: “…el juego contiene la explicación del destino, de acuerdo con el principio hindú del karma, en el que se le concibe inteligente y justiciero, esto es causado rigurosamente por nosotros mismos (…) lo que enseña, no bien se “trascendentaliza”, que si en el mundo estoy moviendo las piezas de la vida, nadie, sino yo mismo me lo impuso así. Estamos frente a frente, dotados de idénticas posibilidades. Esto me da la noción del frente a frente que es de rigor en la vida, y de la originaria igualdad que es de su esencia. Más como la acción a que se está consagrado no puede realizarse sin la modificación, la absoluta igualdad se destruirá muy pronto, mediante los actos libres – hay que decir de algún modo – de cada jugador. Igualdad absoluta significa treinta y dos piezas en reposo: así no se juega. Así no se vive tampoco”.

Al defender un sentido que es profundamente moral, Capdevila sostiene que la desigualdad proveniente de la acción no será ni casual ni arbitraria, ni siquiera fatal, sino que se fundará en la ley de la estricta justicia. Abunda sobre el punto: “El que resuelva mejor su problema, y no el que por ante sí lo imponga, será el superior”. Y, entonces: “Como en la vida, todo es problema en el ajedrez, desde la apertura hasta el mate. Pero todo es equidad y todo es ley. Tengo aquí peones, Caballos, Alfiles: están medidas mis potencias. Puedo adquirir, sin embargo, nuevas fuerzas por la combinación acertada de las que me han sido consentidas. Y, a la inversa, puedo disminuirlas o perderlas. Nadie sino yo tendrá la culpa de esto. Una combinación errónea me traerá siempre a menos, bajo el jaque del rival. De donde se infiere, provechosamente, que la violenta ambición es perversa consejera, y que tan sólo se ha de tomar en cuenta el interés de la armoniosa verdad”.

Con todo, el autor nos advierte de la multiplicidad de peligros de  los que vivimos rodeados: nunca se sabrá qué jugará el adversario y, tras su desconocida movida, podrá eventualmente comprometerse todo el propio plan y, eventualmente, ocasionarnos la ruina. Por eso, debemos aprender que nos enfrentamos a la permanente vigencia de una  suprema ley de la relatividad.

Sabiendo que algo inevitablemente se perderá, vemos sin embargo el ajedrez el hecho de que nos brindará siempre un consuelo. Es que: “Si cuidamos la marcha de los ínfimos peones, tan pequeñitos como son, apoyando su avance con bien distribuidas fuerzas, alguno de ellos entrará a los últimos cuarteles del adversario y será nuestro precio de rescate por la pieza grande que entregamos en temerario arranque al lazo del enemigo. Así, del propio error viene a servirse el ajedrizta paciente para la ulterior victoria. Parece que por tales caminos se nos aleccionará que no hay modesta intención ni altruista constancia que al cabo no fructifique”.

De nuevo apreciamos en Capdevila un hondo sentido moral, por caso al analizar este mensaje: “…todo este juego se funda en el ejercicio altruista de los poderes, como se ve de inmediato cuando se considera que siendo el Rey la pieza menos útil, por él pelean las demás, denodadas y terribles. También se advierte que la pieza jaqueada no atiende nunca a su particular salvación sino a la del conjunto que se le sobrepone”.

Sostiene que es la pura lógica, el puro rigor racional, y no el azar y la arbitrariedad, la que priman en el juego. Siendo de ese modo: “En la postrera esquina del jaque-mate el Rey se rinde ante las cosas evidentes. Sin amargura ni rencor, el perdidoso aleccionado recomienza la partida...”.

En la perspectiva histórica, advierte que el ajedrez de los árabes siguió teniendo, por principio, aunque algo morigerado, la idea de que el Rey era de origen divino. Más tarde, la Edad Media lo hizo feudal, época en la cual, tomando para sí lo expresado por el excampeón del mundo Emanuel Lasker, eran los tiempos de las celadas, en las que se jugaba a base de emboscadas y de sorpresas, y en las que las grandes piezas dominaban las casillas y hacían los más atrevidos saltos demostrando su poderío.

En la evolución de las cosas, siendo los años de la Revolución Francesa, los de Voltaire, Rousseau, Diderot, Montesquieu, un tiempo en el que  se proclaman los Derechos del Hombre, el ajedrez podría y debería actualizarse, poniéndose a tono con la evolución de la cultura universal.

Con lo que simultáneamente se constata: “…Francisco Andrés Danican Filidor, proclamó en el tablero el concepto revolucionario de los derechos del peón. Y probó su verdad obteniendo asombrosas victorias”; por lo que: “Debió escribirse en su epitafio: Destruyó el derecho divino del Rey y de las nobles piezas, y consagró el derecho popular de los peonesAsí entró el ajedrez a su postrer estado, el estado positivo del examen, del análisis, de la síntesis”.

Además de este extraordinario trabajo ensayístico sobre el ajedrez, Capdevila es autor de un poema titulado precisamente Ajedrez, incluido en El poema de Nenúfar, obra de 1915, el que contempla estos versos: “¡Jaque!…Gran juego, ¡y cómo se parece a la vida!/Por un mito nos damos a una inflexible ley./Las dos filas de piezas, lo mismo en la partida/no tienen otro oficio que defender su rey./Y luego, quien no sabe ser ágil y certero,/quien peca por ingenuo, quien yerra por febril,/desequilibra el justo juego de su tablero/y pierde una tras otras las piezas de marfil./El que no se recubre de una apariencia opaca,/el que no es, siendo búho, como el buitre además;/ ese ni gloria obtiene ni beneficio saca:/hay que llegar de lado, hay que caer de atrás./¡Ay del que fue romántico en la partida fútil!/Bien le urdirá el destino su estrecho jaque hostil,/y bien que dirá entonces en aflicción inútil:/Yo moví mal mi torre, yo mudé mal mi arfil./A causa, siempre a causa de un sino traicionero,/de un jaque de caballos muere el rey tutelar./Y nos quedamos torvos frente al simple tablero/de la vida, a la última lumbre crepuscular.”.

Imagen de una de las ediciones de El Poema de Nenúfar
Imagen de una de las ediciones de El Poema de Nenúfar

Podría asegurarse que Capdevila es el primer pensador argentino que adscribió claramente al ajedrez a un marco histórico, filosófico y de tono moral.

En ese sentido, debería considerárselo precursor de reflexiones ulteriores que, sobre los mismos campos del saber, hará Ezequiel Martínez Estrada, quien sabrá llevarlas a extremos analíticos inigualados.

Además, su poema Ajedrez, siendo valioso en sí mismo, es a la vez una joya anticipatoria al ser homónimo de otros que concebirán en tiempos futuros dos poetas compatriotas.

Hablamos desde luego del que surgirá de la cabeza prodigiosa de Alejandra Pizarnik, y de ese otro que resuena imperecederamente en nuestras mentes y corazones, el debido al inigualable talento de Jorge Luis Borges.

Capdevila, en ambos sentidos, en el ensayo moral, en la mirada poética, podría ser considerado todo un pionero en lo que respecta al empleo del ajedrez en la literatura argentina.

Un prolífico escritor argentino que supo ver en el juego una posibilidad expresiva que no iba a dejar de recorrer en su recordada obra.

Arturo Capdevila, poesía sobre ajedrez y ensayo sobre el legado árabe
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