Recordamos a Jean Jacques Rousseau en el 304° aniversario de su natalicio. Fue Rousseau un relevante intelectual suizo-francés del Siglo XVIII, que se destacó por sus enciclopédicos conocimientos que abarcaron disciplinas tan disímiles como la filosofía política, la música, el naturalismo y la botánica. Pero su renombre universal se dio a partir de su libro El Contrato Social, una de las obras de fundamental influencia sobre los hacedores de la Revolución Francesa. Además, y aunque menos conocida, otra faceta de su vida es la de haber sido también un apasionado jugador de ajedrez.
Rousseau fue un asiduo concurrente al mítico Café de la Régence, en París, donde se congregaba la élite ajedrecista de la época. Cuentan que no llegó a destacar en el juego, a pesar de sus esfuerzos por realizar progresos que lo llevaron incluso, a recluirse en su habitación con los libros de la época (Gioacchino Greco, Stamma), con el afán de mejorar su juego. Su frustración puede palparse en este párrafo de “Confesiones”, su autobiografía: «Al cabo de dos o tres meses de excesivo trabajo y de esfuerzos inimaginables, voy al café, delgado, amarillo y casi atontado. Allí jugué con el señor Bagueret (su maestro): me ganó una, dos, veinte veces; se habían embrollado tantas combinaciones en mi mente, y mi imaginación se había ofuscado de tal manera, que no veía más que una nube delante de mí».
Rousseau siempre fue consciente de sus limitaciones y las asumió muy a su pesar. Todo el esfuerzo que invirtió no dio el resultado que pretendía; volvamos a sus “Confesiones” y conozcamos como vivió esta situación: «Aunque estuviera ejercitándome durante siglos, siempre acabaría por poder dar la torre a Bagueret y nada más».
Él fue un verdadero apasionado del ajedrez, aunque también lo fue de los juegos de azar donde se podían cruzar apuestas, aunque, eso sí, al ajedrez siempre lo tuvo en un sitio preferencial: «El ajedrez, en el que no se juega nada, es el único juego que me entretiene». Acaso se había puesto unas metas excesivamente altas en nuestro juego, pues triunfar en el Café de la Régence estaba reservado sólo a los más grandes del tablero.
No obstante sus escasos progresos, continuó jugando. Sin embargo las visitas al café se vieron interrumpidas en el año 1762, cuando escribió su polémica obra «Emilio». Las autoridades confiscaron la mayoría de las copias de este libro y las quemaron frente al Palacio de Justicia. Además se emitió una orden de captura contra él, por lo que se vio obligado a huir del país para refugiarse en Suiza.
En 1767 continuó viaje hacia Inglaterra, donde fue acogido por Luis Francisco de Borbón, príncipe de Conti. Allí volvió a escribir y su espíritu pudo renacer. El príncipe de Conti era muy aficionado al ajedrez y le pidió a su invitado que disputasen una partida. Rousseau accedió y obtuvo el triunfo, repitiendo resultado en la revancha. Y lo hizo muy a su pesar, ya que no quería ofender a un personaje tan importante que le había ofrecido su protección.
Se han conservado algunas partidas anotadas de Rousseau, entre las cuales destaca una disputada con su amigo, y también célebre filósofo, David Hume (ver en visor). Si bien la partida demuestra una escasa comprensión del juego de parte de Hume, no deja de llamar la atención la técnica utilizada por Rousseau para el remate final, demostrativa de conocimientos que si bien hoy pudieran parecer elementales (hablamos del mate ahogado) no dejan de indicar que tenía nociones tácticas debidamente asimiladas.
Por lo demás, algunos historiadores han puesto en duda la autenticidad de las partidas anotadas, pero imposibilitados de efectuar una verificación en uno u otro sentido, damos crédito a las mismas y por tanto las incluimos en esta breve crónica.