El 2 de Setiembre de 1992, dio comienzo en Sveti-Stefan, Montenegro, el recordado, aunque oficioso, match revancha entre Robert “Bobby” Fischer y Boris Spassky.
Por Horacio Olivera
Veinte años antes, los mismos contendientes habían dirimido fuerzas en Rejkyavik, Islandia, en un memorable encuentro que reseñáramos en una crónica publicada ayer; Spassky había por entonces resignado el título que ostentaba y Fischer se había convertido legítimamente en nuevo Campeón del Mundo. Pero a partir de ese momento, el estadounidense no volvió a jugar torneo alguno y, disconforme con las reglas de FIDE para la disputa del título mundial, se negó terminantemente a aceptar enfrentarse en 1975 al desafiante clasificado en el ciclo de la Candidatura, el ruso Anatoly Karpov. Así las cosas, la FIDE decidió quitarle la corona y nombró a Karpov como nuevo campeón.
Alejado definitivamente de las competencias, Fischer siguió considerándose a si mismo como el titular del cetro ajedrecístico mundial. Así, mientras trabajaba en la búsqueda de un sponsor que posibilitara la concreción de una reedición de los juegos de 1972, continuó criticando a la FIDE y sus decisiones, al mundo del ajedrez en general y, en particular, calificando de “arreglados” los encuentros por el título de Karpov con Korchnoi y Kasparov.
Finalmente, en 1992 logró que un banco yugoslavo desembolsara cinco millones de dólares para la realización del match con Spassky; al encuentro, que sería arbitrado por el GM Lothard Schmidt (el mismo árbitro de Rejkyavik) se lo adjudicaría el ganador de diez partidas sin contar las tablas (la propuesta de Fischer que la FIDE no aceptó diecisiete años atrás), jugándose la mitad del mismo en Sveti-Stefan, Montenegro y la otra mitad en Belgrado, Serbia, parte ambas de Yugoslavia, que se encontraba en ese momento bajo un embargo económico de la ONU, en vista de la guerra civil con Croacia y Bosnia. Esta situación irregular le puso un condimento adicional al encuentro, debido a que los EEUU prohibió a Fischer jugar en ese país. “Bobby”, polémico e irreverente como siempre, le respondió en la conferencia de prensa previa al match, escupiendo a la vista de todos la carta que el Departamento del Tesoro le había enviado.
Ya en lo meramente ajedrecístico, las partidas fueron interesantes. Fischer no jugaba en torneos desde hacía veinte años y Spassky ocupaba el puesto número ciento uno en la lista de la FIDE, por lo que existía interés por ver el verdadero nivel de juego de los contendientes en ese momento. Ninguno defraudó las expectativas y, si bien ya no eran jugadores de élite, demostraron sobradamente su gran capacidad y experiencia. Fischer ganó la primera partida, pero luego Spassky equilibró e incluso fue al frente en el marcador, pero finalmente el estadounidense volvió a ponerse al comando, estiró ventajas y se impuso holgadamente por 10 a 5.
Si bien el match no fue oficial, las características del mismo, la historia que tenían tras de sí los protagonistas, las excentricidades del genio norteamericano, las connotaciones políticas que nuevamente generó (como las que había generado el encuentro de veinte años antes) y, en fin, la revulsión que el retorno de Fischer causó en la comunidad ajedrecística mundial, hicieron del mismo una insoslayable referencia de la historia del ajedrez moderno.