Reyes sin corona y Co-Campeones en la era moderna del ajedrez

En esta tercera entrega, el investigador argentino Sergio Negri continúa abordando el tema de los Reyes sin Corona, concentrando la atención en quiénes podían aspirar a ser designados en ese carácter desde los tiempos en que Steinitz llegó a ser reconocido como campeón mundial. En el capítulo anterior, siguiendo la correspondiente línea de tiempo, concluimos hablando de Paul Morphy, el máximo exponente del ajedrez del siglo XIX, y uno de los más relevantes de toda la historia. En esta ocasión, desandaremos la saga de los grandes jugadores que no pudieron consagrarse como campeones del mundo, a pesar de los indudables méritos que aquilataron para llegar a esas cumbres, desde que esa figura está legitimada por la élite del juego y posteriormente, avalada por la Federación Internacional de Ajedrez.

portadaHasta ahora hemos podido denominar como reyes sin corona a los mejores jugadores de cada tiempo, según consideraciones que, no exentas de cierto grado de subjetividad, alcanzaron a los ajedrecistas que, en cada tiempo, pudieron ser considerados como los mejores de todos.

Desde que Wilhelm Steinitz derrota en 1886 a su máximo rival de aquellos años en el match respectivo, el polaco Johannes Zukertort, podría llegar a establecerse qué jugadores pudieron ser considerados los mejores en cada momento, más allá de quiénes formalmente ostentaran el cetro en su testa.

A partir de la era moderna del juego, iniciada por aquél jugador nacido en Praga, y hasta bien avanzado el siglo siguiente, los campeones mundiales vigentes impondrían sus condiciones a la hora de seleccionar a sus retadores. El último en ejercer esta clase de privilegios fue el ruso-francés Alexander Alekhine. En esas condiciones, notables jugadores no pudieron llegar a ser campeones simplemente porque no tuvieron la oportunidad para ello.

Si antes se podía afirmar que los reyes sin corona existieron por ausencia de competencia global, o de posibilidad incontrovertida de contrastación, ahora aparece otra situación: la de grandes ajedrecistas que simplemente no tuvieron propicias condiciones para demostrarlo sobre el tablero.

En esa taxonomía se podría llegar a incluir, en primer término, aunque extremando algo el análisis, al alemán Siegbert Tarrasch (1862-1934), quien llegó a su máximo nivel en tiempos de Steinitz, en los comienzos de la última década del siglo XIX, al que no logró enfrentar, en parte por su propia responsabilidad al haber optado por privilegiar su desarrollo profesional: era un reconocido médico.

Siegbert Tarrasch y la lápida del lugar donde definitivamente yace.
Siegbert Tarrasch y la lápida del lugar donde definitivamente yace.

Más tarde, cuando alcanzará a desafiar a Emanuel Lasker, el segundo campeón mundial de la historia, que lo fue desde 1894, fracasará en el intento sin atenuantes. Es que, para entonces, ya estaba atravesando una fase declinante de su carrera. Su mejor tiempo había sido.

Igualmente hay que decir que Tarrasch nunca llegó a ser el Nº 1 del mundo, según Chessmetrics, el clásico sistema de mediciones retrospectivo de la fuerza ajedrecístca (que con todo es una muy buena aproximación más no la verdad absoluta), que lo muestran como el escolta a lo largo de la friolera de 111 meses, entre octubre de 1890 y noviembre de 1906.

Así y todo, si nos ubicamos en 1903, Tarrasch ganó 7 de los 13 importantes torneos en los que participó, en prueba cabal de su fortaleza ajedrecística evidenciada a caballo de un siglo y del otro.

Es muy interesante saber que, cuando Tarrasch estaba en lo más alto, se negó a enfrentar a Lasker sugiriendo que el alemán, previamente, debía ganar algún torneo importante… ¡Y vaya que su compatriota seguiría ese consejo!

Más clara será la percepción en cuanto a lo acontecido con el polaco Akiba Rubinstein (1880-1961), quien tuvo su fulgurante momento en los comienzos del siglo XX, habiendo sido el Nº 1 del mundo, durante veinticinco meses conforme Chessmetrics, entre mayo de 1908 y abril de 1914, por delante de Lasker, el campeón, y también del mencionado Tarrasch, entre tantos otros.

Akiba Rubinstein
Akiba Rubinstein

Para más, nunca pudo conseguir los patrocinadores para batirse en duelo con el campeón, quien incluso tuvo ciclos en los que estuvo algo retirado  de las competencias, por lo que aumentaban las posibilidades de Rubinstein de arribar a lo más alto.

Más tarde será relegado por José Raúl Capablanca pero, antes de su aparición, era el mejor de todos, particularmente a fin de la primera década del siglo XX y  comienzos de la siguiente. Por lo que, sin dudas, el polaco debería ser considerado  el primer rey sin corona de la era moderna del ajedrez.

Una vez que Alexander Alekhine derrota al cubano, veremos que el ruso-francés, no sólo que no se dignó a darle revancha al caribeño sino que, tampoco, puso demasiado en juego su título, pese al larguísimo transcurso de su reinado.

Por supuesto que la Segunda Guerra Mundial le brindó en las postrimerías de su mandato una buena coartada para ello. Pero, en años previos, sólo expuso la corona ante rivales menos calificados, como el holandés Max Euwe, que incluso por unos meses se la arrebatará, y Bogoljubow, a quien luego nos referiremos.

Muchos grandes jugadores de la época lo desafiaron, no sin razón. Y sin éxito, desde luego. Como el checoslovaco Salomon Flohr, por ejemplo; y como también el soviético Mijaíl Botvínnik, mucho después.

Pero hubo otro nombre notable con esa misma intención, el del estonio Paul Keres (1916-1975) quien, siendo muy joven, tuvo una extraordinaria perfomance al ganar, junto a Fine, el Torneo de AVRO de 1938. Por lo que se entendía que había adquirido el derecho a enfrentar a Alekhine.

Pero, claro, la guerra cambiaría el eje de las prioridades y Keres, que estaba en un momento brillante de su carrera, debió postergar sus legítimas aspiraciones.

Su momento más notable pudo haber sido en 1948, cuando se organiza el torneo originalmente octogonal, en definitiva pentagonal, para consagrar al ajedrecista que habrá de suceder a un Aekhine, quien había fallecido dos años atrás.

Paul Keres
Paul Keres

Keres era firme candidato a convertirse en el primer campeón oficial de la posguerra. Pero, en la prueba realizada en las ciudades de La Haya y Moscú, terminará en un pálido tercer lugar, por detrás de Botvínnik, a la sazón campeón, y de otra figura emergente que asimismo terminará por relegarlo: el también soviético Vasili Smyslov.

Mucho se ha investigado sobre un Keres que podría haber jugado lejos de la plenitud en ese momento crucial, por razones enteramente extraajedrecísticas. Llamaron muchísimo la atención sus cuatro derrotas  consecutivas ante Botvínnik, el preferido del sistema. Y a quien el propio estonio le debía tal vez la vida ya que el primer campeón mundial de la posguerra había intercedido en su favor ante el régimen soviético.

Es que los partidarios de Stalin lo tenían a Keres en la mira, ya que no le perdonaban su prédica nacionalista. Hay que recordar que Estonia fue anexada por la URSS tras el conflicto mundial; antes constituía una orgullosa nación independiente, situación que recuperará tras la caída del muro de Berlín. Por supuesto que disfrazaban la cuestión acusándolo al estonio de haber ejercido cierto colaboracionismo pronazi en tiempos previos. Lo que estuvo bien lejos de ser cierto.

La situación era muy delicada. Baste recordar el caso de algunos jugadores que fallecieron en las periódicas purgas estalinistas, o el triste fin del letón Vladimir Petrovs (1907-1943), quien fue confinado a Siberia (no sin antes borrarse su nombre en todos los libros de ajedrez que se referían a esa notable figura que había sido medalla de bronce en el primer tablero en el Torneo de las Naciones de Buenos Aires de 1939), donde moriría víctima de neumonía, provocada por la desnutrición y el frío.

Si trazamos una línea de corte en el tiempo con ese periodo en que se dio la Segunda Guerra Mundial, Keres pudo haber sido campeón antes, si hubiera vencido a un Alekhine que eventualmente le hubiera proporcionado la oportunidad de enfrentarlo; pudo haber sido directamente el primer campeón que lo sucediera, ya en la posguerra y, más tarde, pudo haberlo también sido, aunque se quedará siempre a las puertas, en tiempos ya de paz (aunque de Guerra Fría).

Será en este último lapso un permanente animador de las respectivas fases previas que la FIDE habrá de instaurar en el camino al título. Por caso, saldrá segundo en los siguientes Torneos de Candidatos: Zúrich´53 (ganó Smyslov); Ámsterdam´56 (otro triunfo de Smyslov); Bled-Zagreb-Belgrado´59 (ganó Mikhail Tal), y Curazao´62 (ganó Tigran Petrósian, Keres queda a media unidad del campeón).

Cuando se produce el debut olímpico del equipo soviético en Helsinki, en 1952, será Keres quien ocupe el primer tablero ya que, sus propios colegas, sugirieron que debía encabezarlo. Es que había ganado los campeonatos soviéticos en los años 1947, 1950 y 1951. Ello fue en desmedro de Botvínnik, el campeón mundial, quien buscó un buen argumento para abstenerse en definitiva de jugar en la ocasión olímpica.

Que Keres haya sido conceptuado como el mejor de todos los soviéticos en  esos años, en los que los representantes de la URSS dominaban claramente el panorama mundial, podía ser considerado una prueba definitiva que estábamos en presencia de un campeón in pectore. Sin embargo el estonio nunca habrá de alcanzar el pináculo de una gloria que siempre lo merodeó.

Con todo, Keres es considerado como el rey sin corona por antonomasia al haber sido, quizás, el que más cerca estuvo de arribar a esas glorias. Lo que sucedió en más ocasiones potenciales y a lo largo de una mayor unidad de  tiempo, habiendo aquilatado méritos más que suficientes a lo largo de su dilatada carrera.

Sin embargo hay un dato algo contradictorio con este estado de situación. Chessmetrics, a diferencia de otros notables casos, nunca lo reconoce como el Nº 1 del mundo, sino que lo posiciona como el Nº 2, durante 52 meses distintos que abarcan un periodo tan amplio, que va desde julio de 1943 a julio de 1960.

Con el tiempo, Keres logrará algo que muy pocos ajedrecistas merecerán: el de convertirse en un ícono nacional. De hecho, y como testimonio de ello, antes de la entrada en vigencia del euro como moneda del país, una divisa de Estonia tendrá como imagen al gran jugador, en claro signo de reconocimiento a su relevancia histórica.

Cuando alguna vez se le preguntaron al estonio las razones por las que no había llegado a ser campeón del mundo, expresó: “Tuve mala suerte, como mi país”. Hoy su país está en la senda del progreso que tanto anheló. Y allí se lo recuerda como uno de sus máximos exponentes, existiendo en Tallín, la capital estonia, un Centro Ajedrecístico que orgullosamente lleva su nombre.

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Imagen del billete estonio con el rostro de Paul Keres

 

Co-campeones mundiales

Existen otros ajedrecistas que también pueden ingresar en esta categoría de reyes sin corona. En aras de una mayor objetivación, cabe comenzar por plantear el caso de quienes podríamos denominar cocampeones mundiales, es decir, los retadores por el cetro que lograron, al cabo de los respectivos matches, empatar el marcador con quienes retuvieron la corona, sólo por la ventaja deportiva que se les brinda a los campeones en caso de registrarse una igualdad.

Para más, en todas las aludidas ocasiones, los aspirantes sucumbieron en la última partida de los respectivos encuentros. Por lo que estuvieron a una partida, a apenas algunas jugadas, a sólo algunos minutos de haber podido ser oficialmente declarados como campeones del mundo. Sin más.

Carl Schlechter
Carl Schlechter

Ello aconteció primero con el austriaco Carl Schlechter (1874-1918), quien empardó la porfía disputada en Viena y Berlín ante Lasker en 1910, cayendo en el décimo y postrer juego el que, para más, en cierto momento se le presentó del todo favorable.

A ese respecto hay no obstante una oscuridad reglamentaria, que no terminó por dilucidarse, la cual puede operar de explicación del curso de los acontecimientos en esa instancia definitiva.

Pareciera que, conforme una de las cláusulas del cotejo que no fue debidamente explicitada, se establecía que, para acceder al título, el aspirante debía imponerse por una diferencia de dos unidades, y no de una, como es lógico y convencional. Bajo esas condiciones, si esa postrera partida culminaba en tablas, Lasker hubiera conservado la corona pese a que, en esa eventualidad, hubiera sido derrotado en el match por un punto (¡todo un contrasentido pese a lo que se habría pactado previamente!). Por ello es que el austríaco se habría visto impulsado a obtener el punto entero en esa ocasión, en vez de conformarse con una igualdad, que parecía estar al alcance de sus manos. Y, al forzar el encuentro, terminará perdiéndolo y, por ende, posibilitando que Lasker ese día iguale el match como un todo.

Para mayor opacidad, el encuentro en cuestión se redujo, de las treinta partidas originales, a las diez que en definitiva se jugaron. Eran tiempos en que los campeones podían imponer sus criterios por lo que, a los retadores, se les hacía más difícil acceder a despojarlos de su sitial de honor. Schlechter, en este contexto, fue una víctima de esas circunstancias.

El austríaco tuvo el pico de su carrera a fines de 1906 y comienzos de 1907, cuando arribó al segundo puesto del ránking mundial producto de las mediciones de Chessmetrics. Quien lideraba no era Laker sino Maróczy, de quien ya nos ocuparemos.

El soviético David Bronstein (1924-2006) es otro cocampeón de la historia del ajedrez y, sin duda alguna, con los mayores méritos como para ser calificado de rey sin corona. Es que en 1951 Botvínnik, dramáticamente, se impone en la vigesimocuarta partida, la de cierre, por lo que mantiene el cetro.

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David Bronstein

También en este supuesto se ha especulado que el desafiante, que era en rigor ucraniano (cuando el otro era ruso, la nación predominante en la por entonces URSS), pudo haber sido objeto de presiones para favorecer al campeón quien, para más, se había convertido en un emblema del sistema (con el tiempo será considerado “el padre de la escuela rusa”) y en un héroe nacional.

Dentro de las particularidades en que se dio ese encuentro, disputado en Moscú, es de destacar  que el padre del desafiante, quien estuvo alguna vez detenido, tenía una expresa orden de no volver a la capital del país. La que  desobedeció para observar a su hijo en su lucha aspiracional. Es sabido que el progenitor fue objeto de vigilancia, a prudencial distancia, por agentes de la poderosa y temible KGB, los servicios secretos nacionales.

Los nervios no siempre pueden ser de acero y el propio Bronstein, años más tarde, admitió que, en esa ocasión, prefirió no extremarse en conseguir la victoria. Aunque se cree que pudieron primar otros motivos: se ha especulado que pudo tener alguna influencia una relación extramarital que sostenía el ajedrecista. En todo caso el vicecampeón no quería verse obligado a una exposición pública que era exigida a las celebridades del país. Y un campeón mundial, en aquellos años de gloria de la URSS, y en los posteriores, era destinatario de todas las miradas de sus connacionales.

Bronstein, por su estilo de juego, en el que la agresividad y creatividad estaban a la hora del día, era un rara avis si se lo compara con la científica escuela rusa, esa que se estaba consolidando, esa que se quería exponer y exportar.

Fue efectivamente el Nº 1 del mundo, siempre para Chessmetrics, durante 19 meses entre junio de 1950 y diciembre de 1951, en perfecta contemporaneidad con el match por la corona. La que no llegó a ostentar. La que sin dudas mereció.

Su caso es más interesante aún ya que, a diferencia de Schlechter, arribó a la máxima instancia luego de atravesar una serie clasificatoria. Ya no son los tiempos en que los campeones escogen a sus retadores. Ahora es la FIDE la que establece la modalidad de los procesos de selección. Y Bronstein, en su fabuloso año 1950, se impuso en el torneo de Budapest, adelantándose a sus compatriotas Isaac Boleslavsky, Smyslov, Keres y Alexander Kotov; al argentino Miguel Najdorf (¡el mejor no soviético clasificado en tan magna prueba!); entre otros notables.

Péter Léko
Péter Léko

En tiempos posteriores, sólo se dará esta situación de paridad en la porfía por el título mundial, cuando se enfrenten el ruso Vladimir Krámnik, que era el campeón, y el húngaro Péter Léko (nacido en 1979). Será en Suiza, en el 2004.

Léko venía de derrotar al indio Viswanathan Anand, en etapa previa y, sobre el cierre del encuentro con Krámnik, llevaba ventaja de una unidad, la que el ruso logra descontar en última instancia, por lo que retendrá la corona.

Podría, entonces, al ser cocampeón mundial, incluírselo en esta taxonomía de rey sin corona. Igualmente, no habría que omitir que, esos tiempos, correspondían a una etapa en la que el ajedrez mundial tenía sendos titulares ecuménicos ya que se había generado una escisión desde el mismo momento en que la FIDE había perdido la exclusividad en cuanto a reconocimiento federativo en el orbe (a partir de una organización paralela, de corta duración, liderada por Garry Kaspárov).

El magyar fue, en todo caso, un prodigio dado que, con apenas 14 años de edad, en 1994 se convirtió, por entonces, en el jugador más precoz en obtener el título de Gran Maestro.

Igualmente nunca arribó a lo máximo en el ránking mundial. Chessmetrics lo ubica sólo en el cuarto lugar, durante 20 meses entre los años 2000 y 2003. Eran tiempos en los que, además de Krámnik y de Anand, el líder indiscutido era el gran Kaspárov por lo que, la condición de Léko como rey sin corona puede y debe ser matizada.

Víktor Korchnói
Víktor Korchnói

Un caso mucho más contundente en la materia, uno que siempre se esgrime, y no sin razones, a la hora de esta clase de honorario reconocimiento, es el del soviético Víktor Korchnói (1931-2016), jugador de notable vigencia intertemporal.

Ya alcanza el puesto Nº 1 del mundo en los listines de fines del año 1965, en los que estaba por delante de Tal, Spassky, Fischer y Petrósian, todas figuras que alguna vez habían sido campeones mundiales, o lo serían en el futuro.

Mucho después perderá, en una muy ajustada definición, aunque sin igualar el cotejo por lo que no llegó a ingresar en la condición de cocampeón, en el match oficial por el título de 1978 con Kárpov, momento en el que ya aparece como expatriado.

También había perdido, años atrás, con su némesis, en la instancia previa a desafiar a Fischer. El ganador de ese encuentro, y en ese momento no se sabía, habrá de ser consagrado por la FIDE como titular mundial ante la incomparecencia del norteamericano.

Korchnói, en todo este proceso, se consideró discriminado por las autoridades de su país. Eran tiempos del más joven Kárpov, que heredó de Botvínnik, las preferencias de un régimen deseoso por recuperar, lo antes posible, el predominio en el ajedrez mundial que le había arrebatado en 1972 el díscolo estadounidense al vencer a Spassky y, por ende, así se lo entendía en plena guerra fría, a todo un sistema, en el recordado match de Reikiavic.

En 1978 Korchnói recibirá el Óscar al Ajedrez, con el que los periodistas especializados reconocen a la figura más notable de cada año. Será uno de los dos no campeones en recibirlo a lo largo de la concesión de ese palmarés.

El aún soviético, tras un paso por los Países Bajos, terminará radicándose en Suiza, donde adquirirá la ciudadanía. Lo mejor de su carrera había quedado atrás. Un tiempo pasado que, por sus méritos deportivos, lo hacen ubicar como otro de los reyes sin corona que tuvo el ajedrez. Uno de los más incontrovertibles, por cierto.

Además de Korchnói, sólo otro jugador que no llegará a ser titular mundial, fue galardonado con el Óscar al Ajedrez. Será el danés, radicado en la última etapa de su vida en Buenos Aires, Bent Larsen (1935-2010), quien fue el primero en recibirlo, lo que aconteció en 1967. Según la prensa ajedrecística por entonces era el mejor de todos, incluyendo al ascendente Fischer y a las figuras soviéticas Petrósian, el vigente campeón, y Spassky, el futuro monarca. Sólo por eso podría ser adicionalmente considerado como rey sin corona. Al menos en lo que respecta a ese periodo anual.

Imagen de un muy joven Bent Larsen
Imagen de un muy joven Bent Larsen

Pero el danés nunca logrará llegar a instancias finales en la lucha por el  título. Y ello pese a que se impuso en tres Interzonales: en Ámsterdam´64 (en paridad con Smyslov, Spassky y Tal); Sousse´67 (delante de Korchnói, entre tantos otros), y Biel´76 (aventajando a Petrósian, Tal y el húngaro Portisch).

Larsen, a lo máximo que arribó en el ránking mundial de Chessmetrics, es al puesto Nº 3, lo que aconteció entre noviembre de 1970 y julio de 1971, siendo superado por Fischer y Spassky, los máximos exponentes de la época.

Ya para ir finalizando con este estudio, si queremos ser del todo amplios, podemos asignarles la condición de rey sin corona, en forma adicional, a aquellos jugadores que, en algún momento de sus respectivas carreras, arribaron al tope del ránking mundial. En ese orden, un periodo especialmente interesante de analizar, por lo potencialmente cambiante, se dio en los tiempos previos e inmediatos posteriores a la muerte de Alekhine y a la unción de su sucesor.

Ya hablamos de Keres quien, en ese lapso, junto a Botvínnik, venía tallando muy fuerte. Pero de ese lapso hay otros dos aspirantes a la máxima consideración, de nacionalidad norteamericana.

Por un lado tenemos a Reuben Fine (1914-1993) quien alcanzó la cima de la consideración en términos de puntaje, durante 6 meses, entre octubre de 1940 y marzo de 1941, ubicándose por delante del campeón Alekhine, y a su vez de Botvínnik, Reshevsky y Keres. Y de en definitiva todos.

Reuben Fine
Reuben Fine

Ya sabemos que, junto al estonio, había liderado la relevante prueba AVRO disputada en 1938. Hay que agregar que, como Europa se desangraba en la Segunda Guerra Mundial, la actividad ajedrecística en esos tiempos se trasladó en mayor medida a América (con la excepción de la URSS donde se estaba silenciosamente consolidando la actividad deportiva sin presencias foráneas). Por lo que, los éxitos de Fine en el periodo de su apogeo, tienen como correlato el retroceso, o al menos la falta de posibilidad de crecimiento, experimentado por otros grandes jugadores europeos que veían limitada su capacidad para desarrollar sus talentos frente a los tableros.

Fine rechazó la posibilidad de jugar en 1948 el torneo que habrá de consagrar al primer titular de la posguerra. Por lo que se quedó a las puertas de la gloria en sus años más brillantes. Si bien esgrimió para ello razones personales, fue un notable psicólogo y psicoanalista y estaba abocado a su profesión, se cree que estaba muy preocupado por la cantidad de jugadores soviéticos que jugarían en esa instancia definitoria por lo que podría generarse una eventual situación de colusión. ¡Su perspicacia no le fallaría!  Ya Fischer, en tiempos sucesivos (y también Korchnói), retomaría esta línea argumentativa.

El otro estadounidense que llegó a lo más alto fue Samuel Reshevsky (1911-1992), un notable exniño prodigio, nacido en Polonia, quien encabezó el ránking en años tan lejanos como 1942 y 1953.

O sea que, en las postrimerías del reinado de Alekhine, estaba a pleno, por lo que es probable de suponer que, como lo atestiguan los números de Chessmetrics de ese tiempo, hubiera podido estar en condiciones de arrebatarle el título. Un ejercicio contrafáctico que, como todos, es de improbable contrastación.

Imagen clásica de un niño llamado Samuel Reshevsky asombrando a la comunidad internacional
Imagen clásica de un niño llamado Samuel Reshevsky asombrando a la comunidad internacional

Por lo que mucho nos hubiera gustado que, en esos fatídicos años en los que la guerra supeditaban el curso normal de las cosas, se hubiera jugado una instancia clasificatoria internacional, liderada por la FIDE desde luego, con la presencia de Keres, Fine, Reshevsky, todos eventuales reyes sin corona de esos años, de Botvínnik, en definitiva el primer campeón posterior, de Euwe que lo había sido antes, y de otros calificados aspirantes, como el argentino Najdorf y el siempre relegado Flohr.

Pero no, eran tiempos en los que la organización mundial había dejado de tener visibilidad, en los que Alekhine se había recluido a la península ibérica  disputando torneos menores y sin aceptar desafíos por la corona, donde las balas no permitían pensar con mayor claridad. Por eso varios podrían considerar, al menos Keres y los norteamericanos Fine y Reshevsky, en este oscuro tiempo en donde todo era imprevisibilidad, tener méritos suficientes como para ser catalogados de reyes sin corona.

Géza Maróczy
Géza Maróczy

Antes y después de este ominoso periodo de reiterada conflagración mundial, siempre conforme las estimaciones de Chessmetrics, también alcanzaron la cima en algún momento en los respectivos listines, por lo que  podrían ser considerados también como reyes sin corona, varios notables jugadores.

Comencemos por decir que ello sucedió con el ya mencionado ajedrecista húngaro Géza Maróczy (1870-1951), quien lideró la lista durante 30 meses, entre octubre de 1904 y marzo de 1907. Un periodo muy significativo en el que Lasker, el campeón, no registraba demasiada actividad, al estar embarcado en sus estudios en matemáticas y filosofía.

Es más, en 1906 se iba a hacer un match entre ellos, en La Habana, Cuba, el que terminó por postergarse definitivamente, por lo que no pudo dirimirse esa rivalidad en competencia por el título que quedó sólo en ciernes.

David Janowsky
David Janowsky

Otro que arribó al Nº 1, aunque con menos pergaminos que Maróczy, fue el polaco-francés David Janowsky (1868-1927) quien brilló a inicios del siglo XX. Durante 5 meses encabezó los listines, en 1905, por delante del húngaro y de los alemanes Lasker y Tarrasch.

Sin embargo, a diferencia de otros casos, tuvo su oportunidad de ser campeón mundial (¡y repetida!), perdiendo en ambos casos, y con toda amplitud, con el campeón Lasker quien, pese a sus lagunas temporales en cuanto al sostenimiento de actividad ajedrecística, cuando regresaba a la palestra podía demostrar su extraordinaria vigencia y su superioridad respecto de gran parte de sus colegas. Hasta que apareciera el genial Capablanca, desde ya. Por lo que lo de Janowsky, como rey sin corona, es una caracterización susceptible de ser revisada.

Otro notable ajedrecista que arribó a la cima del ránking es el norteamericano Harry Nelson Pillsbury (1872-1906) quien no llegó probablemente a ser campeón oficial por su delicado estado de salud, que derivó en una temprana muerte.

En 1892 había derrotado en un match informal al campeón de entonces, Steinitz. Pero su irrupción rutilante en la arena mundial se verificó con su extraordinario éxito en el clásico torneo de Hastings en 1895. En esa ocasión asombrará a todos al imponerse por delante de Lasker, Steinitz y del  fuerte jugador ruso Mijaíl Chigorin.

Imagen que recrea la figura de Harry Pillsbury
Imagen que recrea la figura de Harry Pillsbury

Todo hacía pensar que estábamos en presencia de un nuevo Morphy pero, lo dicho, una cruel enfermedad afectó a esta extraordinaria figura del juego, que declinó en su desempeño conforme avanzaba su mal.

Efim Bogoljubow
Efim Bogoljubow

En él apreciamos un rey sin corona, sin dudas, no sólo por su potencialidad malograda, sino por el objetivo hecho de que, para Chessmetrics, fue el Nº 1 del ránking durante 16 meses entre enero de 1903 y abril de 1904 donde todos, incluido el campeón Lasker, veían al estadounidense como el rival más temible a batir.

Un último caso a considerar, en cuanto a figuras que arribaron al Nº 1 del ránking, es el del nacido en el Imperio Ruso, el ucraniano, y tras su derrotero vital ciudadano alemán por propia decisión, Efim Bogoljubow (1889-1952) que, durante tan sólo dos meses, en enero y febrero de 1927, alcanzó esa colocación.

Su carrera, pese a su relevancia y vastísima duración, fue menos relumbrante que la de los otros colegas a los que nos hemos referido. Por lo que, a pesar de haber liderado en forma tan ocasional el ordenamiento internacional, no nos atrevemos a incluirlo en la galería de reyes sin corona por un hecho del todo incontrastable: tuvo sendas oportunidades de disputar el título, ante Alekhine, el mejor de su tiempo y, en ambas ocasiones, caería derrotado sin atenuantes.


A lo largo de estas tres entregas, hemos recorrido, brevemente, las trayectorias de los mejores jugadores de ajedrez de todas las épocas. Primero nos ocupamos de todos quienes arribaron al título mundial absoluto. Luego abordamos el caso de quiénes, en el periodo preSteinitz, o sea antes de que se instaurara en la consideración pública la figura de campeón del orbe, pudieron ser considerados como “reyes sin corona del ajedrez”. En el presente trabajo extendimos el análisis incluyendo a quiénes podrían aspirar a esa misma denominación en tiempos más modernos. Finalmente, y respetando el orden de linaje, en aras de culminar con esta recorrida, en próxima oportunidad nos referiremos a los “príncipes del ajedrez”, poniendo el foco de atención en aquellos notables jugadores que siempre, al haber estado a la sombra de al menos uno de sus colegas, no pudieron arribar a lo más alto. Cosa que haremos en la cuarta etapa de este camino.

 

Reyes sin corona y Co-Campeones en la era moderna del ajedrez