En un nuevo aniversario del fallecimiento del escritor argentino Ezequiel Martínez Estrada, compartimos un capítulo dedicado a Ezequiel Martínez Estrada que forma parte del libro aún no editado sobre ajedrez y literatura argentina escrito por el investigador argentino Sergio Ernesto Negri. El escritor argentino Ezequiel Martínez Estrada, nacido en San José de la Esquina, provincia de Santa Fe, el 14 de septiembre de 1895, fue el mayor de tres hermanos de una familia humilde que se movió de un punto a otro del país en busca de mejores horizontes. Recibió dos veces el Premio Nacional de Literatura, en 1933 por su obra poética y en 1937 por el ensayo «Radiografía de la Pampa». Falleció a los 69 años.

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«En el capítulo que prosigue, se presenta el viejo debate El ajedrez como ciencia. Toma decidido partido por esa hipótesis, basándose especialmente en que es por los métodos de análisis que se configura como tal. Y que, en todo caso, si ello no siempre fue considerado así, lo ha sido por la propia evolución de los métodos analíticos que crecientemente dotan de mayor fuerza científica al juego.
De todos modos, hará dos interesantes señalamientos: el de que si bien es una ciencia, no se basa en la verdad, sino en el error; y que, por su inutilidad, es más bien la ciencia de una mente aristocrática.
A continuación …en el texto aparece un largo apartado dedicado a Las piezas. Si Borges en sus afamados sonetos las había sabido definir con exquisita justeza y con contundente precisión, en Martínez Estrada hay un desarrollo mucho más extenso, profundo e integral. Y, en ambos casos, se conjuga toda la poesía.
Sobre el conjunto de ellas, y en un plano estético, resalta el juego denominado de Staunton, al que considera sobrio y serio por lo que: “invita a pensar despacio y con agrado”.
Al rey le asigna, a la vez, valor negativo, dado que hacia él convergen los ataques de las fuerzas enemigas, y otro esencial, ya que todo el juego se orienta a su protección. Cree que más que un papel humano desempeña un rol divino (no sin ironía agrega: “como todo dios, inútil pero inevitable”) en tanto que dirige el juego, indirectamente.
A pesar de todo la considera una pieza torpe que constituye: “el punto vulnerable sobre el que gravita la fatalidad que se cierne sobre el juego, la fractura, el miembro amputado”; por lo que la ve en tanto sombra que, sin embargo: “…da tono, brío, emoción a la partida, la hace dramática, y ese es el objeto de todos los fantasmas”.
El rol del rey muta con el devenir del juego, volviéndose gravitante sobre el final: “Su fuerza aumenta hacia el ocaso de la partida; se alza formidable sobre las ruinas. Entonces entra a combatir, a la manera de los dioses de la ´Ilíada´. Como toda cosa inútil pero inevitable, como toda manquedad absolutamente necesaria, ha terminado por asumir un papel preponderante”.
Con su debilidad congénita, la inteligencia lo termina transformando en una necesidad vital, por lo que el defecto muta en virtud.
A la dama, además de señalar el hecho de su aparición tardía como trebejo, la caracteriza por ser un factor de violencia y, a la vez, una figura protectiva.
Siendo femenina es: “difícil de manejar, de someter, de medir”. Más que base estructural de una posición, tiene el don de ser un sostén que elabora la victoria, la que prefiere definir por sí misma.
Es la pieza genial, la de la discordia, la tensión, la subversión. Aprecia que una partida sin damas: “da la impresión de una vida de viudo”.
Como mujer, en ella descansa la responsabilidad de la bondad. Los demás extraen de su figura fuerzas para luchar y consuelo para morir. En una bella expresión: “Por el rey se mata, por ella se muere”.
En la torre percibe el sueño de una mariposa, que está larvada en su casilla original, para ir despertando y adquirir creciente protagonismo.
Es la pieza de la confianza, la del sentido común, por lo que tiene un carácter conservador…»
(Lee el capítulo completo, con la biografía y el análisis de la obra de este enorme escritor)