Antonio Skármeta, el ajedrez en la obra del autor chileno

Uno de los autores contemporáneos más importantes de la literatura chilena y su relación con el ajedrez, en esta nota del investigador argentino Sergio Negri. Mundialmente conocido por el libro «Ardiente paciencia», llevado al cine como «El cartero de Neruda», Skármeta ha narrado historias con el ajedrez como protagonista. En esta nota, un breve repaso por aquellas obras que tienen al juego ciencia como protagonista.

El 7 de noviembre de 1940 en la ciudad de Antofagasta nació, en el marco de una familia de origen croata, Antonio Skármeta (Esteban Antonio Skármeta Vranicic), eximia pluma chilena (Premio Nacional de ese país en el 2014), universalmente reconocido por la novela Ardiente paciencia.

Ese trabajo de Skármeta, centrado en la figura del cartero del siempre recordado poeta Pablo Neruda (1904-1973), su compatriota y Premio Nobel de Literatura en 1971, fue llevado al cine en sendas oportunidades, la última de las cuales fue en el célebre filme Il postino, dirigido en 1994 por Michael Radford, con las actuaciones de Philippe Noiret, Massimo Troisi y la exuberante Maria Grazia Cucinotta.

En Ardiente paciencia no hablará de ajedrez, cosa que en cambio sí hará en otros trabajos de su autoría.

En el marco de su exilio en la Argentina, Siglo XXI Editores le publica en 1973 Tiro libre, en donde aparece el juego retratado en sendos cuentos.

Primero, en El último tren, donde se presenta una enojosa situación en la cual un joven comete el grave error de remedar al padre de su novia, el que responde con calificativos muy hirientes para, poco después, muy teatralmente, tomar su chaqueta y salir de su casa, generándose una situación muy compleja y comprometedora para todos los circunstantes.

El silencio era atronador, el jovencito no supo resolver la situación y, lo peor que podía suceder, a su entender, que era que la hija del ofendido (y a la vez novia del ofensor), extendiera sus dedos hasta rozar la manga del muchacho, en esos momentos en los que evidentemente los astros estaban rebelados, terminó por pasar.

El tenso momento es descripto por el autor de este modo: Estábamos todos como ante un tablero de ajedrez donde cualquier movida era un desastre, igual que si de repente hubiéramos olvidado las reglas de juego y las miradas resbalaran en el tablero líquidas e impersonales”.

Más alegórico es el uso que hace Skármeta en otro de sus cuentos, Enroque. Claramente, se aprecia, desde el propio título del relato, que se le quiso adjudicar una indudable connotación ajedrecística. 

En este caso la situación tiene como eje a otro joven, que visita a sus padres. La amorosa madre, se priva de besar a su hijo, para no mancharlo de rouge. Es que: “A la mamá no le gustaba que después del beso él se pasara el dorso de la mano por la sien y borrara las huellas como distraído, así que tenían un convenio para besarse y conversar, como dos jugadores de ajedrez que mitigan sus manías, que se impiden silbar mientras piensan o tamborilear sobre la mesa cuando mueve el rival”.

La madre, al tiempo que le evidencia todo su afecto, no se priva de reconvenirlo por las imperfecciones que observa en su look: el pelo largo, la ausencia de corbata, los zapatos no lustrados, y todo así. Lo invita a comer. Es que, además, era la emblemática noche de Navidad. El joven, y se intuye que estamos en presencia de un hijo único, duda en acceder al pedido.

Por lo pronto: “El joven notó que su propia sonrisa de respuesta le había salido torcida. Que no alcanzaría a cubrir el cinismo abalanzándose sobre los canapés. En el juego de ajedrez esa sonrisa habría equivalido a escupir sobre la línea de peones del rival”.

En definitiva se retirará. El ambiente aristocrático del lugar se ve que no lo conformaba. Cuando llega el padre termina por tomar esa decisión de no compartir la cena familiar. Egresa no sin antes robarle a su progenitor un arma que contaba en su arsenal personal.

En el camino de vuelta, ¿rumbo a su soledad?, se detiene al advertir la acción de otros jóvenes que estaban encargándose de hacer una pintada que decía: “1972: Otro año por el socialismo”. Eran tiempos donde gobernaba Salvador Allende pero, ya sabemos, por muy poco tiempo: el huevo de la serpiente encabezado por Pinochet se estaba gestando. En ese contexto esgrime el arma ofreciéndose a empuñarla ante terceros en caso de que los militantes fueran agredidos.

Tras ese episodio, que no pasará a mayores, el envalentonado joven volverá a su casa. Pasó en absoluta soledad las 12.00 de la noche para, poco después, acercarse a un bar frecuentado por obreros. En esa madrugada y en ese lugar se encontrará con un rubio amigo, que lo increpará por cobarde, por no haber decidido cenar con él, por haber preferido pasar el tiempo con sus padres.

En ese reproche quizás haya otro más profundo, por no poder el hijo decirles a sus padres la realidad de sus sentimientos. Lo cierto es que, en un día tan especial, y ante esa rotunda tensión erótica, ambos terminarán en el cuarto compartiendo la ansiada, y demorada, y aún oculta, intimidad.

Ahora podemos advertir las razones del título del cuento. Ese enroque es una clara parábola que toma como punto de partida la imagen de un movimiento en el que dos piezas, el rey y la torre, se desplazan  alterando el sentido esperadamente normal de las cosas.

Un enroque en el que un rey se moviliza dos casillas (y no la habitual de una), en el que una torre parece volar por los aires para terminar por acompañarlo, y protegerlo. En cualquier caso, un enroque en el que se alteran las normas convencionales de la física de los cuerpos. Para construir una realidad diversa.

En el relato de Skármeta es un enroque que marca una elección sexual muy distinta respecto de la que seguramente esperaban los progenitores; y una sociedad conservadora vista como un todo.

Y, sin haber sido del todo explicitado en este trabajo, creemos que en el protagonista también podría haberse dado, en el plano del compromiso político, otra clase de enroque: al saltar por los aires, como hacen el rey y la torre en esa movida, podrían ponerse en tela de juicio convicciones acuñadas en un contexto aristocrático permitiéndose el joven ver y comprender una realidad social que en principio le era ajena.

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Al género de literatura infantil se adscribe La composición, otro cuento de Skármeta, que se publica en 1998. Allí se aprecia el contrapunto entre una  familia que, más que nunca, resulta un refugio seguro, en contraste con una institución educativa que pasa a ser amenazante al haber sido intervenida por militares en tiempos de la dictadura encabezada por Pinochet.

Todo comienza cuando, en el día de su noveno cumpleaños, a Pedro le regalan una pelota. Su padre quería entretenerlo para poder concentrarse en escuchar la radio en busca de noticias que expresaran la verdad de lo que estaba sucediendo. Radios extranjeras, desde luego; las locales, simplemente callaban o decían lo que el poder autorizaba que se dijera.

Pedro se transformó en la estrella de los partidos de fútbol del barrio.  Días entretenidos, entre chicos que, simplemente, jugaban y disfrutaban de la vida. Hasta que sucedió lo impensado, al menos para esas mentes infantiles: mientras corrían tras la pelota, acabado de haber marcado el niño un gol, lejos de la algarabía lógica por la conquista, se produjo un notorio silencio: es que, en ese mismo momento, personas ametralladas, se llevaban al padre de uno de los compañeros. A la hora de buscar una explicación, su propio hijo dirá: “—Mi papá está contra la dictadura”.

La escuela, como parte de la sociedad, también habrá de militarizarse. Un día aparece en clase un capitán que, en nombre del Gobierno, invita a los alumnos a escribir una composición, con la promesa de que la más linda de todas será objeto de diversos premios, incluyendo ser abanderado en el desfile de la Semana de la Patria.

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¿Cuál era el tema? Uno nada inocente: “Lo que hace mi familia por las noches”. Por si hicieran falta más aclaraciones el capitán les pide que relaten lo que los niños y sus padres hacen desde que llegan de la escuela y del trabajo. Le interesaba especialmente saber: “Los amigos que vienen. Lo que conversan. Lo que comentan cuando ven la televisión. Cualquier cosa que a ustedes se les ocurra libremente con toda libertad”. Eso, sobre todo: “…libremente con toda libertad”.

Pedro dudaba de si poner en el escrito que los padres escuchaban la radio que emitía con sonidos defectuosos (mieles de la onda corta) y que su madre lloraba a la noche (y no precisamente por lo que sucedía de las puertas de la casa para adentro); lo que tenía en claro era que no iba a consignar que ellos, como tantos otros, estaban en contra de los militares.

Por lo que las palabras no le fluían. Por suerte, terminó por ser lo suficientemente neutro en su registro, ocurriéndosele consignar: “Después todas las noches mi papá y mi mamá se sientan en el sillón y juegan ajedrez y yo termino la tarea. Y ellos siguen jugando ajedrez hasta que es la hora de irse a dormir. Y después, después no puedo contar porque me quedo dormido”.

El niño, como nota aclaratoria planteó que, si recibía el premio por la composición, quería una pelota de fútbol, una de cuero, una de verdad, y no esa meramente de plástico con la que jugaba con sus amigos. El padre, y así culminará el relato de Skármeta, imagina una posibilidad alternativa o complementaria: “…habrá que comprar un ajedrez, por si las moscas”.

Un ajedrez que sólo estuvo en la imaginación del niño, como recurso narrativo del que se valió como vía escapatoria al deber escribir un relato que, su ágil mente así vislumbró, podía ser muy comprometedor.

Un ajedrez que le sirvió de coartada familiar por lo que su padre advirtió que habría rápidamente que incorporar entre las pertenencias del hogar. No sea cosa que a alguien se le ocurriera constatarlo. En el clima de terror y de locura de los totalitarismos, todo es posible.

Por eso el inocente niño, al escribir esa composición, al retratar que sus padres inocuamente jugaban al ajedrez por las noches, demostró que, con naturalidad, astucia e inteligencia, se podía resolver una difícil situación.

Aunque, para ello, debió recurrir a una mentira piadosa, que lo alejó del deseado estado de absoluta pureza infantil, del que providencialmente supo salir sólo para que sus padres no hubieran sido víctimas, otras más, del contexto amenazante de la militarizada sociedad chilena de ese tiempo.

 

Antonio Skármeta, el ajedrez en la obra del autor chileno
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