“Bobby” Fischer, una vida para el ajedrez

Muchos jugadores han hecho del ajedrez la razón de sus vidas. Pero tal vez el más emblemático ejemplo sea el del genio estadounidense Robert Fischer. Nacido en Chicago, Estados Unidos, en 1943, su despertar al ajedrez se produjo a muy corta edad, con una particular condición que comenzó a distinguirlo: su obsesión por desentrañar los secretos del juego. Dedicado por completo a esa tarea, abandonó en su temprana adolescencia todo aquello que no tuviera que ver con el ajedrez, con el firme propósito de alcanzar la meta que ya en esos años se había propuesto: alcanzar el Campeonato del Mundo. 

 


Por Horacio Olivera

 

Bobby Fischer dio sus primeros pasos en el ajedrez competitivo luego de que su familia se trasladara a vivir a New York. Luego de intervenciones irregulares en algunos torneos menores, en 1955 se asoció al afamado Manhattan Chess Club y jugó el Campeonato Juvenil de los EEUU. En el mismo su desempeño fue modesto, pero en 1956 ganó en forma contundente la nueva edición del mismo torneo, consagrándose Campeón Juvenil pese a que su carrera prácticamente recién se iniciaba.

En ese mismo año de 1956 y en vista de los progresos que evidenciaba, fue invitado a participar en el tradicional torneo magistral Rosenwald, jugado por la “plana mayor” del ajedrez estadounidense.  Y aunque su performance en el certamen fue discreta, produjo, ya a sus tempranos trece años, una obra de arte ajedrecística en la partida que lo enfrentó, con piezas negras, al renombrado MI Donald Byrne, juego que pasaría a la historia como “La Inmortal de Fischer” o “La partida del siglo”. Con solo reproducir el mismo, todo ajedrecista avezado pudo darse cuenta que se estaba ante un jugador de un potencial inconmensurable. Puede verse una crónica completa en http://ajedrez12.com/2016/10/17/byrne-fischer-a-60-anos-de-la-partida-del-siglo/).

En 1957  entre otras valiosas actuaciones en su país, ganó en solitario el Campeonato de EEUU, con un punto de ventaja sobre el consagrado Samuel Reshevsky y al año siguiente tuvo una magnífica actuación en el Interzonal de Portoroz, ocupando la sexta posición entre 21 maestros de primera línea, entre los que se contaban Tal (ganador del torneo), Gligoric, Bronstein, Petrosian y muchos otros jugadores de élite. Por este resultado, Bobby alcanzó dos logros impactantes: clasificó al Torneo de Candidatos para el título del mundo y, para asombro del mundillo ajedrecístico, se le otorgó, a sus quince años de edad, el título de Gran Maestro Internacional, el más joven de la historia hasta ese momento.

Aunque por supuesto no había llegado aún a la madurez de su juego, ya impresionaba vivamente a los entendidos su estilo tan combativo como certero y, sobre todas las cosas, su inacabable afán de progreso.

En 1959, en el Torneo de Candidatos jugado en Yugoslavia, Fischer volvió a hacer gala de su gran calidad, pero terminó en quinto lugar, detrás de los cuatro jugadores soviéticos participantes en la competencia. Sin duda, las actuaciones descollantes del americano comenzaron a encender luces de alerta en la poderosa maquinaria de ajedrez de la URSS, que vieron en el joven prodigio una amenaza potencial a la hegemonía que desde fines de la guerra mundial ostentaban en los tableros.

En los primeros años de la década del ’60 sus desempeños en certámenes internacionales fueron espectaculares y se afirmó como el gran candidato a la corona. Ganó en Reykjavik y Mar del Plata en 1960 y en Bled 1961 fue segundo detrás del Tal y precediendo a Keres y otras luminarias. En ese mismo año jugó un sonado match con Samuel Reshevsky, quien durante muchos años había sido el mejor jugador norteamericano hasta la atronadora aparición de Bobby. El encuentro fue reñido, pero luego de 11 partidas Fischer se enojó con la organización por un cambio de horario en el juego, dispuesto en forma discrecional, y abandonó el match, cuando estaba empatado.

Pero es en 1962 cuando alcanza su éxito más importante de esa época, al triunfar en el Interzonal de Estocolmo con 2,5 puntos de ventaja sobre sus inmediatos seguidores, los soviéticos Geller y Petrosian, dejando más atrás a jugadores de la talla de Korchnoi, Gligoric y Stein.

La pasión de Fischer por el ajedrez no tenía límites y su conocida frase “Todo lo que quiero hacer, siempre, es jugar ajedrez”, resume con absoluta claridad su dedicación al juego y el amor que profesaba por el mismo. Los resultados estaban a la vista. Estudioso de la obra de todos los grandes ajedrecistas de la historia, pasaba horas y horas revisando partidas, preparando variantes de aperturas y analizando sus propias partidas y las de sus rivales. Su tablero de bolsillo lo acompañaba a todas partes y solía vérselo en los lugares más insólitos efectuando análisis. A los torneos no concurría con entrenadores y solo en algunas ocasiones lo asistía su amigo el GM William Lombardy y en alguna otra Bent Larsen. Ha de tenerse en cuenta que en esos años no existían los programas ajedrecísticos ni las Bases de Datos que en la actualidad resultan ayuda indispensable para el entrenamiento de los maestros de élite, por lo que Bobby debía arreglárselas él solo para conseguir la bibliografía necesaria para su preparación.

 

Clasificado, al ganar en Estocolmo 1962, para el maratónico Torneo de Candidatos a realizarse ese mismo año en Curacao , Antillas Holandesas, al que llegó como favorito, no logró alcanzar más que el cuarto puesto, detrás de Petrosian (ganador del torneo y futuro campeón mundial), Keres y Geller. Es a partir de ese momento cuando Fischer comienza una batalla verbal en contra los integrantes de la “maquinaria” de ajedrez soviética, acusándolos de arreglar resultados de tablas sin lucha entre ellos (cinco en total en el torneo), con el objeto de reservar fuerzas para jugar “a muerte” contra él, que debía esforzarse en todas las partidas. Es probable que esto tuviera visos de verdad, pero lo cierto es que las características de la competencia permitían este tipo de comportamientos, no éticos desde luego, pero tampoco ilegal. También es cierto que tanto Petrosian como los demás jugadores soviéticos eran ajedrecistas de enorme fuerza práctica y en la plenitud de sus facultades.

En 1963 Fischer no jugó torneos fuera de su país, pero una vez más ganó el Campeonato de EEUU (lo lograría en un total de siete oportunidades), en esta ocasión con un distintivo muy especial: logró 11 puntos sobre 11 posibles, ¡un cien por ciento de efectividad en un torneo en el que jugaron Reshevsky, Evans, Bisguier, Benko, Byrne y lo más granado del ajedrez norteamericano! Y ese mismo año ganó categóricamente los prestigiosos Western Open y New York Open (éste último también con el puntaje ideal). Al año siguiente solamente se mantuvo activo mediante algunas exhibiciones dadas en su país, rehusando participar en el nuevo ciclo de candidatos, y solo reapareció para jugar el Magistral de La Habana, con la particularidad de que debió hacerlo vía télex desde New York, al no concedérsele el visado necesario para viajar a Cuba, a raíz de las disputas políticas que mantenían los Estados Unidos y el país caribeño. Allí compartió el segundo puesto del torneo con Ivkov y Geller, a solo medio punto del ganador, Vassily Smyslov.

En 1967 decidió volver la disputa por el cetro máximo, jugando el Interzonal realizado en Sousse, Túnez. Sorprendentemente, luego de diez rondas y liderando con claridad la clasificación, Bobby abandonó intempestivamente el torneo, alegando desacuerdos con la organización relativos a calendarios y cuestiones religiosas. Actitudes polémicas como esta, fueron frecuentes en la carrera del norteamericano, propenso a reclamar en forma permanente sobre condiciones de los lugares, cronogramas, premios en efectivo, iluminación, mobiliario, etc. Los organizadores, siempre conscientes de lo que su presencia significaba promocionalmente para sus eventos, no dudaban en acceder a sus exigencias, aún cuando muchas veces les obligara a modificar sobre la marcha (y muchas veces sobre la hora!), lo previsto con anterioridad. Por estas cosas, alguien supo llamar a Fischer en alguna ocasión como el primer “sindicalista” de la historia del ajedrez.

Debemos destacar, antes de llegar al punto álgido de su carrera hacia la corona mundial, que Bobby representó a los EEUU en cuatro Olimpíadas, obteniendo en el primer tablero dos medallas de plata y una de bronce.

Después de ganar en 1968 los torneos de Nethanya y Vinkovci, nuevamente hizo un paréntesis y durante 1969 no jugó. Ya había ganado por esos años no solo esa fama de hombre polémico a la que hicimos referencia, sino también la de excéntrico e impredecible, con algunos síntomas paranoides que, como veremos, fueron acentuándose con el transcurso del tiempo. Era habitual en él que de pronto desapareciera de los lugares que solía frecuentar o que escapara de sus fanáticos o de los periodistas que lo acosaban. Muy por el contrario, con la gran mayoría de sus colegas ajedrecistas mantenía buenas relaciones y era propenso a analizar las partidas con sus rivales una vez concluídas las mismas, en un ambiente distendido y en el que, casi siempre, llevaba la voz cantante durante el “post mortem”, dejando más de una vez boquiabiertos a los presentes mostrando la multitud de variantes que había calculado.

Mucho se ha hablado y escrito sobre el estilo de este jugador que llegaría a ser Campeón del Mundo y no ha sido fácil hallar una respuesta abarcativa que defina cual era el secreto de su juego tan efectivo. Se lo ha comparado con Capablanca, por la enérgica simpleza con que manejaba las posiciones de medio juego y su impecable técnica en los finales. Y también con Alekhine, por la enorme potencia de cálculo en posiciones intrincadas y de ataque. El mismo Botvinnik declaró en cierta ocasión que la diferencia de Fischer con el resto de los maestros era que “veía” más lejos que los demás. Por otra parte, si bien su repertorio de aperturas no era particularmente extenso (Ruy López, Siciliana e India de Rey eran sus “caballitos de batalla”) conocía a la perfección los esquemas que utilizaba, tanto con blancas como con negras, y estaba siempre al tanto de las últimas novedades teóricas. Jugaba con rapidez, en muy raras ocasiones caía en apuros de tiempo y cuando adquiría ventaja era implacable en la realización de la misma.

En suma, llamar a su estilo como “universal”, en tanto dominaba cualquier estadío de la partida, es probablemente una adecuada definición. La detallada lectura de su libro “Mis 60 partidas memorables”, una obra invalorable dentro de la literatura ajedrecística de todos los tiempos, publicada a fines de los años sesenta, puede servir para avalar este afirmación.

Es en 1970 cuando un Fischer reaparecido inició lo que podríamos llamar “el asalto final” hacia la meta que se había propuesto siendo un niño. Como una aplanadora funcionando a plena potencia, arrasó en los fuertes torneos de Zagreb y Buenos Aires, ganando ambos en forma holgada, relegando a varios maestros de primerísima línea. En Belgrado, ocupó, tras Larsen, el segundo tablero del equipo Resto del Mundo que se batió con la Selección Soviética, destrozando al “imbatible” armenio Petrosian, con un contundente 3 a 1.

Por fin, ese mismo año llega como gran favorito al Interzonal de Palma de Mallorca, valedero para la clasificación a los matches de Candidatos, y vuelve a triunfar, esta vez con inusitados 3,5 puntos de ventaja sobre varios de los mejores ajedrecistas del mundo. Los detalles de este torneo, en la siguiente entrada: (http://ajedrez12.com/2016/12/12/palma-de-mallorca-1970-un-torbellino-llamado-bobby-fischer/).

La superioridad demostrada por el norteamericano, su singular comportamiento fuera del tablero, el aura de genio que rodeaba sus presentaciones y el evidente riesgo en el que ponía a la hegemonía soviética, hizo que de pronto el ajedrez, muchas veces relegado en los medios de comunicación a unas pocas líneas en los diarios o breves comentarios en noticiaron radiales o televisivos, alcanzara una inédita difusión en todas partes del mundo. El “Fenómeno Fischer” era ahora destacado en los titulares y los micrófonos y las cámaras de las emisoras se disputaban algún gesto o una palabra suya.

En 1971, los tramos finales del camino hacia una confrontación con Boris Spassky, a la sazón el Campeón Mundial en ejercicio, no fueron menos espectaculares que los logros del año anterior. En el primer match del ciclo de Candidatos, derrotó al GM soviético Mark Taimanov por el insólito score de ¡6 a 0! Aún pese al gran momento de Bobby, nadie esperaba que un rival de la experiencia y fuerza práctica de Taimanov fuera derrotado de forma tan catastrófica, por lo que la sorpresa por el resultado dejó atónita a toda la afición ajedrecística…y a los soviéticos en particular.

Pero poco después, Fischer demolió por el mismo resultado al danés Bent Larsen, hasta allí considerado uno de los más serios aspirantes al título y, al menos, un jugador a la par del norteamericano.

El ex campeón Tigran Petrosian era el último escollo para Bobby. El match final se jugó en Buenos Aires, Argentina, y cuando el americano ganó la primera partida, incluso después de haber caído en una posición inferior en la apertura, muchos tuvieron la certeza de que iba a repetirse el resultado de los encuentros anteriores con Taimanov y Larsen. Pero Petrosian se repuso en la segunda partida y derrotó a Fischer en forma brillante, infligiéndole la primera derrota luego de veinte victorias ininterrumpidas.

Sin embargo, el armenio no resistió la enorme presión que cargaba sobre sus espaldas y, aunque siguieron tres tablas luchadas en donde llevó la mejor parte, al perder la sexta partida se derrumbó psicológicamente, perdió otras tres consecutivas y el encuentro terminó con otro resultado abrumador: Fischer ganó 6,5 a 2,5.

Había llegado, pues, el momento para el cual se había preparado durante toda su vida: estaba a las puertas de disputar el título mundial de ajedrez…

Sin embargo, las negociaciones para la realización del match con Spassky comenzaron a sufrir un tropiezo tras otro. Subido a la cresta de la enorme ola que él mismo había generado, Fischer aprovechó, como era su costumbre, para intentar imponer todo tipo de condiciones, entre las cuales las económicas jugaban un papel determinante. Después de amenazar en reiteradas ocasiones con no participar, de jugar a las escondidas con periodistas y autoridades, de aceptaciones repentinas y negativas sorprendentes, finalmente la aparición de un magnate inglés que aportó U$D 125.000 adicionales a los premios, hizo que el genio díscolo (actor principal y único de una cuasi comedia de enredos en la que el campeón Spassky solamente era un espectador) se mostrara conforme y marchara hacia Reykjavik, la capital de Islandia, en donde habría de celebrarse la contienda.

El 11 de Julio de 1972, en medio de una enorme expectativa en todas partes del mundo, se pusieron en marcha los relojes y comenzó, al fin, lo que se dio en llamar el “Match del Siglo”.

Los combates fueron intensos ya desde el mismo inicio, pero los reclamos permanentes de Fischer hicieron en varias oportunidades dudar de la continuidad de los mismos (se quejó por el ruido, por las luces, por las cámaras, por el tablero, por las piezas, por el público y en algún momento hasta por el olor del ambiente…). Spassky, incluso en contra de las recomendaciones de los directivos del ajedrez soviético y de su equipo de asistentes, se comportó en forma por demás caballeresca y accedió en más de una oportunidad a aceptar modificaciones reclamadas por el challenger.

En resumidas cuentas, Fischer esta vez también dominó con holgura a su rival, derrotándolo con claridad por 12,5 a 8,5, al cabo de casi dos meses de lucha y tensión incomparables. Para ver más detalles del match  http://ajedrez12.com/2016/09/01/la-culminacion-del-match-del-siglo/

A sus 29 años, Bobby había jugado muy poco, solamente algo más de 700 partidas de torneo en toda su campaña, contra una media de aproximadamente entre 2000 y 2500 de un maestro promedio de su época. Aún así, se consagró Campeón del Mundo por propios y sobrados merecimientos, fue aclamado mundialmente, idolatrado y convertido en un verdadero héroe en su país, y mimado por los gobernantes de turno (quienes por su intermedio habían ganado una pequeña pero significativa batalla dentro de la Guerra Fría en plena vigencia por entonces).

Sin embargo, una vez Fischer más sorprendió a todos, al desaparecer del ámbito del ajedrez luego de finalizado el match y sin volver a disputar partida oficial alguna. Lamentablemente, la esperanza de que el alejamiento fuera temporario (como en otras ocasiones) se vió definitivamente defraudada cuando, en 1975, se negó a defender su corona ante el aspirante soviético Anatoly Karpov, alegando que las condiciones que exigía para disputar el match no eran satisfechas por la FIDE. No obstante los esfuerzos de todos los involucrados para lograr que Bobby pusiera en juego el título, y la aceptación de muchas de sus exigencias, el norteamericano se mantuvo incólume en que, de no ser cumplidas la totalidad de sus demandas (algunas verdaderamente exageradas), no jugaría.

Así, con gran pesar del mundo ajedrecístico todo, la FIDE se vio obligada a despojarlo del cetro y proclamar a Karpov, de 24 años, como nuevo Campeón Mundial.

Resulta casi increíble, cuando no casi novelesco, el hecho de que un hombre que se preparó, estudió, esforzó y dedicó toda su vida al ajedrez y a su meta de coronarse Campeón, y que realizó una carrera meteórica “aplastando” rival tras rival sin miramientos, una vez alcanzado su sueño dorado, no haya jugado como monarca tan siquiera una sola partida. Su decisión de alejarse definitivamente de las competencias e incluso de resignar sin jugar el cetro que tanto le costó conseguir, ha sido analizada desde muchos puntos de vistas por ajedrecistas de todo nivel, psicólogos, periodistas y comentaristas en todo el orbe. Aún hoy, tantos años después de los hechos, no se han podido determinar con certeza los hechos, ni el mismo Fischer dejó nunca claras sus motivaciones. Algunos aludieron a su creciente paranoia, pero otros (probablemente la mayoría), concluyeron que el retiro del norteamericano se debió por sobre todo a su temor a perder, una pasión del ánimo que mantuvo latente durante buena parte de su trayectoria y que, probablemente al alcanzar la cumbre, se exacerbó hasta límites que no logró manejar.

Como fuere, a partir de 1975 poco se supo de él. Su nombre comenzó a caer en el olvido para los medios periodísticos y el ajedrez siguió adelante con los reinados y disputas de las dos “K” soviéticas (Karpov y Kasparov), que dominaron la escena desde 1975 hasta bien entrados los 90.

En los años ochenta se supo de la actividad de Bobby en una secta religiosa y también por ese entonces fue detenido en Pasadena, EEUU, a raíz de un confuso hecho policial. Su aspecto en esas épocas, lejos de su apostura de años atrás, era el de un vagabundo, casi andrajoso y con una descuidada y larga barba.

Pero las sorpresas que Fischer había deparado no habían aún concluido. Reapareció en buenas condiciones en algunas actividades menores en los ’90 y en 1992 aceptó jugar un nuevo match con su viejo rival Spassky, calificando al mismo de Campeonato del Mundo, pues según decía, él nunca había perdido su título. La realidad era que, necesitado de dinero, había logrado que un banco yugoslavo aportara U$D 5.000.000 para la realización del encuentro en Yugoslavia. Sin embargo, el gobierno de los Estados Unidos le prohibió jugar allí, en vista del embargo económico al que estaba sometido ese país, inmerso en una cruenta guerra civil.

El excéntrico Bobby no solo desoyó la restricción impuesta por las autoridades de su país, jugando y ganando el match, sino que públicamente escupió la carta que el Departamento del Tesoro le enviara como advertencia. En lo ajedrecístico, pese al prolongado retiro del norteamericano y a la natural merma que la edad había ejercido sobre las capacidades de Spassky, los juegos fueron interesantes y dignos de dos grandes maestros que, sin duda alguna, ya no estaban en su plenitud. Una completa crónica del evento en http://ajedrez12.com/2016/09/02/la-historia-de-una-revancha/

Imposibilitado de regresar a los Estados Unidos por la orden de captura que pesaba en su contra al haber contravenido las directivas del gobierno, Bobby deambuló a partir de entonces por varios países, siendo una de sus últimas apariciones públicas la presentación de su “Ajedrez aleatorio” o “Fischer Random”, una variante de su invención sobre el ajedrez tradicional.

Siempre polémico, en sus últimos años, con evidentes signos de deterioro de su salud mental, otorgó en ocasiones entrevistas periodísticas, en las que lanzó consignas antiestadounidenses y otras antisemitas (si bien él mismo era judío), hizo comentarios apologéticos sobre Hitler y siguió contando las pretendidas persecuciones de que fuera objeto de parte de los soviéticos, además de afirmar que los encuentros entre Karpov y Kasparov habían sido arreglados de antemano.

En 2004, luego de permanecer en Tokio durante un tiempo, intentó salir del país  con destino a Filipinas, con un pasaporte estadounidense no revalidado, lo que le significó el arresto inmediato y su reclusión en la cárcel, donde pasó ocho meses. Durante ese tiempo, una dura batalla diplomática fue librada, cuando los Estados Unidos exigieron su extradición. Luego de arduas negociaciones, Islandia le otorgó asilo político y Bobby pudo al fin viajar a Rekjavik.

Asentado en la capital islandesa, pasó sus últimos años aquejado por la paranoia y una enfermedad renal, falleciendo el 17 de Enero de 2008. Sus restos descansan allí, en la ciudad en la que conoció los más grandes momentos de su gloria deportiva.

¿Fue Robert Fischer el mejor jugador de todos los tiempos? Es difícil aseverarlo y, como en tantas otras materias, es cuestión opinable, incluso de estilos o de gustos. Por otra parte, los tiempos y las circunstancias son enormemente diferentes como para compararlo con Capablanca, Alekhine, Karpov, Kasparov o Carlsen.

Lo que sí es cierto e indiscutible, es su genio creador, su infinito amor por el ajedrez y el mito inmortal que fue forjando a través de toda su vida y que durará para siempre.

 

 

 

“Bobby” Fischer, una vida para el ajedrez