Los princípes del ajedrez


Por Sergio Ernesto Negri. Cuarta y última entrega de un trabajo producido para Ajedrez 12. Su reproducción está habilitada citándose la fuente y autoría del trabajo. 

En la serie de notas previamente recorridas, hemos estado reconociendo los casos de los ajedrecistas que, en todos los tiempos, han dejado su indeleble huella en el más mágico de los juegos que ha sabido crear la Humanidad.

En ese sentido, oportunamente comenzamos con la casuística obvia: la de los campeones mundiales de ajedrez, desde el primero que fuera universalmente reconocido, Willhelm Steinitz, hasta Magnus Carlsen, el actual, y de muy reciente renovada vigencia. Ver link.

En una segunda etapa, se retrotrajo el análisis buscando los mejores de cada tiempo antes de que existieran los campeones mundiales reconocidos. Son los reyes sin corona antes de Steinitz, en una nómina en la que luce, particularmente, la figura del genio norteamericano Paul Morphy.

Al hacerse esa exploración retrospectiva, no sólo nos ocupamos de lo sucedido en lo que estrictamente compete al ajedrez, en el diseño que iría progresivamente adquiriendo tras su apropiación y evolución europea, sino que también se buceó en el caso de los notorios jugadores que, se sabe, tallaron en tiempos del shatranj, en el mundo musulmán. Ver link.

A continuación, se planteó la situación de quienes, con campeones mundiales constituidos, fueron sin embargo considerados los mejores del orbe en algún momento de la línea del tiempo.

Son los reyes sin corona incluyéndose, en esa taxonomía, a quienes eventualmente compartieron ese liderato, los cocampeones mundiales, es decir incorporando a los desafiantes por la corona que igualaron el match por el título ecuménico por lo que quedaron a las puertas de acceder al título mundial. Ver link.

Sobre esta última cuestión, la de los cocampeones, y dado el reciente match por el título mundial entre Carlsen y Kariakin, que quedó empatado en la fase regular, vale hacer ahora una aclaración.

Oportunamente, en el trabajo presentado, no se incluyó en esa cualidad al soviético (bielorruso)-israelí Boris Abramovitch Gélfand (nacido en 1968), quien también igualó el encuentro a doce partidas en el 2012 con el indio Viswanathan Anand (nacido en 1969), por un simple motivo: el criterio de desempate, tras la previa igualdad, había sido determinado de antemano. Y, en esa definitoria instancia, el campeón conservó su condición de tal.

Imagen del match entre Anand (izquierda) y Gélfand

En efecto, Anand terminó de imponerse en la porfía disputada en Moscú, al ganar uno de los cuatro cotejos del desenlace (los restantes fueron tablas), que se hicieron bajo la modalidad rápida de juego. Gélfand, entonces, no llega a ser cocampeón y, por ende, tampoco, en nuestro análisis, un rey sin corona.

Por igual motivo, tampoco correspondería considerar en ese carácter al ucranio-ruso Serguéi Aleksándrovich Kariakin (nacido en 1990) quien, a fines del 2016, igualó al cabo de las doce partidas con Sven Magnus Øen Carlsen (también nacido en 1990), en el enfrentamiento que tuvo lugar en Nueva York. Ello, pese a la extraordinaria, y en algún sentido inesperada, perfomance del retador.

El nórdico, en un clima no exento de dramatismo, iguala el marcador a tres rondas del final. Al cabo de esa instancia, tras el preestablecido esquema en busca de desnivelar las cosas, siempre a partidas rápidas, se habrá de imponer con claridad por 3 a 1.

Kariakin estuvo, en efecto, al borde de la gloria. Pudo ser campeón, pero no lo fue. Tampoco cocampeón ni, por ende, rey sin corona.

Igual merece todo el reconocimiento por su gran actuación y, quizás, en un futuro, quien en su momento fuera el Gran Maestro más joven de la historia, logre arribar a alguna de esas condiciones. Por ahora se quedó a las puertas de la gloria.

Imagen del match entre Kariakin (izquierda) y Carlsen

Vistos que fueron los casos de los reyes con y sin corona, en esta instancia, y para finalizar el análisis prometido, nos queda, como en su momento adelantamos, evaluar otra posibilidad que es posible identificar en la cima del ajedrez mundial escrutado a través de los tiempos.

Nos referimos a la existencia de jugadores muy valiosos que, siendo de la parte más encumbrada de la élite mundial, no llegaron a lo más alto por el simple expediente de que tuvieron la barrera infranqueable de algún otro gran ajedrecista, y tan sólo uno, que concentró las miradas en cada tiempo. Son los que aquí se bautizarán con el concepto de príncipes del ajedrez.  

Es una categoría novedosa, empleándose para su conceptualización un término que se acuña siguiendo la respectiva orden del linaje de una monarquía algo improbable (en tiempos más republicanos) pero que, de todos modos, tiene un poderoso peso simbólico de cara a su explicitación.

Para practicar el estudio sistemático del caso, se habrán de emplear tres sistemas de mediciones diversos. El ELO oficial, que provee desde el último tercio del siglo XX la FIDE, y otros dos que son construcciones que contemplan especialmente periodos previos, que tienen un tono más informal y de algún modo experimental. Si bien presentan debilidades metodológicas, que por momentos empañan su validez, deben ser tenidos necesariamente en cuenta en ausencia de otros indicadores que resulten más confiables.

El primero de éstos es el que proporciona EDO: Edo Historical Chess Ratings (ver link) que, si bien arranca unos años antes (en 1811), comienza a tomar cuerpo con nóminas relativamente nutridas de ajedrecistas (que al principio apenas supera el número de una decena), en la década del 20 del siglo XIX, cuando reinaban los franceses Louis-Charles Mahé de la Bourdonnais (1795-1840) y Alexandre -Louis-Honoré-Lebreton Deschapelles (1780-1847). EDO producirá estadísticas hasta 1921.

El otro sistema de medición oficioso es el que lleva el nombre de Chessmetrics (ver link), que comienza algo más tarde (en enero de 1843), pero que se extiende bastante más (hasta diciembre de 2004). Por lo que convivirá con EDO, al principio, y con el ELO sobre el cierre de sus mediciones. Aunque, en cierto prolongado momento, se convierte una fuente de consulta única y, por ende, insustituible

Tras el predominio de los franceses, y de quienes frecuentaban el célebre Café de la Régence de París, en la primera porción del siglo XIX,  recién en los años 40 del siglo XIX aparecerán, y ambos sistemas más antiguos así lo sindicarán, el inglés Howard Staunton (1810-1874)  y el alemán Tassilo von Heydebrand und der Lasa (1818-1899).

Ello acontece hasta que se produce, ya en la segunda mitad de la centuria, la frenética irrupción del norteamericano Paul Charles Morphy (1837-1884), quien revolucionaría las estadísticas y la historia del ajedrez.

Son tiempos, también, de otro germano, Adolf Anderssen (1818-1879), vencedor del primer torneo de la historia moderna del ajedrez.

Todos ellos fueron oportunamente incluidos en la nómina de reyes sin corona del ajedrez. Con una salvedad, tal vez Morphy merezca un escalón superior: el de emperador del ajedrez.

Comencemos a analizar otros casos, pues. Concentrando la mirada en lo acontecido precisamente a mediados del siglo XIX, tenemos al inglés Henry Thomas Buckle (1821-1862) un notorio historiador (universal y no estrictamente ajedrecístico).

Buckle, durante el último mes de 1849 y el primero de 1850, para Chessmetrics, incluso encabeza el ranking mundial. En febrero de este año pasa al segundo escalón, el cual ya había ocupado entre los meses de octubre y diciembre del precedente. Luego irá descendiendo progresiva y sistemáticamente; hasta desaparecer.

EDO, empero, apenas lo considera sexto en 1847 y 1848. En esos años registra triunfos ante Bird, Anderssen, Löwenthal y Kieseritzky, todas figuras notables de la época.

Adelantemos un criterio que habremos de fijar a lo largo de este trabajo. Es obvio que, una destacada posición en el ranking, que sea de índole esporádica, no garantiza que estemos en presencia de un príncipe del ajedrez. Esa circunstancia puede deberse a una situación excepcional y no a una más consistente fortaleza evidenciada (y medida) en el nivel del juego.

Imagen de Henry Buckle

Por convención, habremos de exigir que ello suceda a lo largo de seis (6) meses, consecutivos o alternados. Y que el candidato de marras ocupe, en ese mínimo lapso establecido, la posición N° 1 o 2 en los respectivos listados mundiales. Bajo estas condiciones, entonces, vemos que Buckle alcanza el birrete principesco.

Otra personalidad a destacar, en periodo algo posterior, es la del italiano Serafino Dubois quien, pese a ser usualmente poco recordado, durante treinta (30) meses, es decir dos años y medio, fue el N° 1 del planeta, siempre para Chessmetrics, lo que aconteció entre los años 1856 y 1858. Dejó la cima ante la aparición de Morphy.  Es sexto, por otro lado, como punto más alto, para EDO, ente los años 1854 y 1856 y, de nuevo, en 1861.

Dubois fue otro de los parroquianos habituales del Café de la Régence donde comenzó a evidenciar sus dotes para el juego. Aunque, en prueba de su moderado nivel, fue derrotado por el local Louis Simeon Lecrivain (1798-1869), un jugador de segundo orden.

Por falta de sponsor, no pudo confrontar en el Torneo de Londres de 1851, oportunidad que hubiera constituido una buena vidriera para reconocer los alcances de su auténtico valor ajedrecístico en tiempos en los que, como las competencias internacionales no eran habituales, las mediciones a la hora de la conformación de los rankings pueden resultar del todo discutibles. Sin embargo cumple con las condiciones requeridas, y con creces, por lo que debemos adjudicarle a Dubois el mote de príncipe del ajedrez.

Imagen de Serafino Dubois

Una situación similar, aunque de mayor gravitación en términos ajedrecísticos, es la representada por el alemán Daniel Harrwitz (1823-1884) quien, también, fue N° 1 del mundo para Chessmetrics a lo largo de treinta y ocho (38) meses entre 1853 y 1856. EDO lo ubica N° 3 del mundo en 1860.

Antecedió en esos listados, que lo tenían al tope, a muchas celebridades, entre las que se cuentan von der Lasa, Staunton, Kieseritzky y el propio Anderssen (con quien empató un match en 1848).

Tanto Anderssen cuanto Harrwitz, nacieron en Breslau, esa ciudad que, siendo de Silesia, y por ende alemana, tras la Segunda Guerra Mundial quedó en territorio polaco, transformándose en la hermosa Wroclaw.

Con el tiempo Harrwitz se mudó a Inglaterra donde jugó y fundó la célebre revista British Chess Review.

Llegó a enfrentar a Morphy en París, con quien perdió un match que, si bien se resolvió por su abandono (por razones de salud), le era muy desfavorable en el marcador. No obstante, logró derrotar al norteamericano en dos ocasiones en el comienzo de la contienda. Harrwitz es otro príncipe del ajedrez.

Imagen de Daniel Harrwitz, príncipe del ajedrez

Otro teutón, Ludwig (Louis, nombre que adoptó al emigrar a los EEUU) Paulsen (1833-1891) es posicionado como el N° 3 del planeta por EDO en 1860, y en años siguientes, cuando sólo era precedido por Morphy. Chessmetrics lo eleva al tope de los listines en el transcurso de treinta y nueve (39) meses entre abril de 1862 y julio de 1878.

Morphy lo relegó a Paulsen al segundo puesto del denominado Congreso de Ajedrez Americano (antecesor del campeonato norteamericano) en su primera edición disputada en 1857. Allí el germano sucumbió ante su rival  en el match final (la prueba se desarrolló por eliminación), tras obtener en esa instancia un triunfo, sufrir cinco derrotas y alcanzar dos empates.

Si Paulsen es por lo pronto claramente un príncipe del ajedrez, al haber sido alternativamente relegado por Morphy y Steinitz, y por nadie más, podría analizarse,  en estas circunstancias, si podría incluso revisarse el criterio y elevarlo a la consideración de rey sin corona ya que, comparativamente, en su momento se incluyó en la misma a otros jugadores, relativamente contemporáneos, que estuvieron como N° 1 del ranking por periodos menos prolongados.

Imagen de Ludwig Paulsen

Veamos, entonces, lo sucedido con el estonio-francés Lionel Kieseritzky, N° 1 de Chessmetrics en veintitrés (23) meses, entre 1849 y 1851, años en los que EDO lo ubica entre el sexto y séptimo lugar del escalafón; y con el eslovaco Ignác Kolisch, N° 1 en aquella medición, correspondiente a diecisiete (17) meses, entre 1867 y 1868, cuando EDO, en el primer año, lo  sindica como escolta de Morphy, cosa que también hizo en los dos años precedentes.

Paulsen merece, en mirada comparativa, igual tratamiento que Kieserizky y Kolisch. Pero, en presencia del genial Morphy, lo que vale para aquél, también se extiende a los otros dos: luce del todo exagerado ungirlos, consecuentemente,  como reyes sin corona. Les cabe, mejor, el birrete de príncipes de ajedrez. Y ello no es poco. Máxime en presencia del genial norteamericano.

 


Imágenes de Lionel Kieseritzky (a la izquierda) e Ignác Kolisch, reevaluados como príncipes de ajedrez

En tren de revisión, veamos el caso de Tassilo von der Lasa. En su caso, puede y debe ser ratificado como rey sin corona, ya que EDO lo coloca como el N° 1 entre los años 1847 y 1849, es decir antes de la aparición de Morphy en el firmamento ajedrecístico. Por lo que no se ensombreció lo producido por el alemán.

Una última aclaración sobre este tema, también habría que retrotraer al rango de príncipe del ajedrez al ruso Aleksandr Petrov quien, muy curiosamente, y seguramente equivocadamente, es declarado N° 1 para EDO de 1811 a 1817…cuando su fecha de nacimiento corresponde a 1794. Creemos que se trata de una inadecuada apropiación, que es necesario ahora enmendar.

El ruso, bastante más tarde, y del todo más probablemente, por razones de edad personal, aparece como N° 2 del mundo para EDO en 1857, detrás de Morphy, y delante de Anderssen, Staunton y Paulsen. Un príncipe del ajedrez Petrov más no, como se expresó en su momento, un rey sin corona.

Imagen de Aleksandr Petrov, resignificado como príncipe del ajedrez

Los alemanes, y ya tenemos los casos de los reyes sin corona Anderssen y von der Lasa como tales, seguirán primando en esos años. Además de los príncipes Harrwitz y Paulsen, hay que analizar lo hecho en contemporaneidad por otros dos de sus compatriotas.

Primero, veamos lo producido por Berthold Suhle (1837-1904), quien también es N° 1 para Chessmetrics por veinte (20) meses, entre 1865 y 1867, adelantándose, ¡nada menos!, que a Paulsen, Steinitz, Anderssen, Bird y Kolisch.  EDO lo introduce en el tercer lugar en el primero de esos años.

Sin embargo, en esa clasificación ha influido la consideración de un resultado deportivo que le fue muy favorable, frente a un jugador poco reconocido de su país, Philipp Hirschfeld (1840-1896). En otra moderación de su real fuerza, se sabe que participó a lo largo de su carrera en pocos torneos.

Otro integrante de esta cohorte germana es Gustav Richard Ludwig Neumann (1838-1881), quien ostenta un interesante récord: el de haber obtenido el primer resultado perfecto (documentado) ya que, en 1865, logró la victoria en el Berliner Schachgesellschaft (Club de Ajedrez de Berlín), con treinta y cuatro cotejos ganados (sin derrotas ni empates).

Neumann fue el N° 1 en dieciocho (18) meses para Chessmetrics, entre los años 1868 y 1870, quedando relegados, entre otros, Anderssen, Kolisch, Paulsen,  Zukertort y el  mismísimo Steinitz. EDO, a su vez, lo ubica N° 3 desde 1867 a  1868 y desde 1870 a 1872.

Su destino fue ingrato: lo aquejaría una enfermedad mental una clase de mal que, lamentablemente, afectó a lo largo del tiempo a varios connotados ajedrecistas.

Imagen de Gustav Neumann

Más allá de la subjetiva fuerza ajedrecística que se les pueda asignar a estos jugadores, este binomio alemán integrada por Suhle y Neumann, cumplen con las condiciones fijadas por lo que deberán ser considerados príncipes del ajedrez.

La subjetividad en las apreciaciones tiene una base del todo razonable: cuanto más nos retrotraemos en el tiempo, además de listados menos nutridos de jugadores, existían menos competencias internacionales, por lo que los guarismos que van concediendo tanto EDO como Chessmetrics tienen sesgos y, eventualmente, inconsistencias.

Para más, los torneos internacionales modernos comienzan a darse, cada vez con más frecuencia además, a partir del realizado en Londres en 1851. Antes, los jugadores confrontaban en encuentros, muchas veces casuales, o en matches acordados (y no siempre fiscalizados), o participaban en exhibiciones, hasta jugaban dándose ventaja de material (en partidas por ende asimétricas y no convencionales).

Por eso, con el transcurrir del tiempo, los reyes sin corona o príncipes del ajedrez, tendrán un mayor sustento objetivable, en la medida en que correspondan a adjudicaciones de esos caracteres sustentados en guarismos calculados en forma más tardía.

Estas cuestiones no deben ser olvidadas. Por eso, tal vez sea algo impropio, aunque no hemos hallado un mecanismo mejor, haber medido con los mismos criterios lo sucedido en la primera y en la segunda mitad del siglo XIX.

En el primer caso, sabemos bien, había una masa crítica de ajedrecistas escasa, no se realizaban torneos y las partidas registradas corresponden a unas pocas plazas (París y Londres, especialmente y, a lo sumo, agregándose Viena, Berlín, Roma, Varsovia y San Petersburgo).

Diversamente, en la última mitad de esa centuria, la actividad se fue tornando creciente, incluyéndose competencias al otro lado del Atlántico, con cada vez más ajedrecistas (la masa mayor genera, usualmente, al menos en ajedrez ello se ha dado, una mayor calidad) y la consagración de los torneos internacionales con presencias no sólo de jugadores locales, más la aparición de los matches por el título del mundo.

La mejora en los sistemas de transportes, que facilitaron los traslados,  el avance en cuestiones sanitarias y de expectativa de vida, una economía general menos acuciante (que permitía invertir las energías en otras preocupaciones), la generación de cierto profesionalismo (que facilitó el sustento de los ajedrecistas que se dedicaron a ello), fueron todos factores virtuosos que facilitaron ese estado de cosas que aseguró una mayor y mejor competitividad conforme avanzaba el siglo.

En esta mirada, un Dubois, por citar un caso, como príncipe del ajedrez, deberá ser admitido bajo los criterios objetivos sustentados pero, desde luego, esa condición nos resulta del todo intuitivamente exagerada (máxime si se la compara con valores posteriores). Un jugador de esa categoría, muy improbablemente hubiera alcanzado el lauro principesco ya una década, o hasta quizás un lustro, más tarde, a medida que los rankings mundiales van tomando más cuerpo y verosimilitud con el paso del tiempo.

En esas condiciones, los sistemas de mediciones registran una actividad ajedrecística más nutrida desde lo cuantitativo, y más apreciable desde lo cualitativo.

Por eso los rankings, tanto los de EDO como los de Chessmetrics, se van robusteciendo y perfeccionando con lo que, las figuras que se consideran reyes sin corona o príncipes de ajedrez de los períodos nuevos, que son más pujantes, pueden ser reputadas como del todo incontrovertibles. Y del todo menos especulativas o cuestionables en el cotejo con lo acontecido en tiempos precedentes.

Estas aclaraciones, que valen para los príncipes del ajedrez, no son aplicables para los reyes sin corona. Son del todo indiscutibles, por cierto, los siguientes nombres: Philidor (que viene del siglo XVIII y que nunca participó en torneo alguno, pese a lo cual fue ampliamente superior respecto de todos sus contemporáneos), Deschapelles, La Bourdonnais, Staunton, von der Lasa, Anderssen, Morphy. Ellos, bajo, cualquier mirada, brillaron con luz propia, pasando a ser parte de lo mejor que ha sabido dar el ajedrez.

En un contexto de actividad ajedrecística más sustentable, por lo que quizás sólo a partir de ahora podríamos hablar de príncipes del ajedrez en estado de pureza, surge como prototípica figura el inglés Joseph Henry Blackburne (1841-1924), quien aparece en los listados de EDO como escolta de Steinitz, el primer campeón oficial, en 1873, reincidiendo en esa colocación de 1884 a 1887.

Ese fue su mejor año, ya que ganó en forma compartida con Steinitz, aunque perdió en el desempate, el fortísimo torneo de Viena, en el que quedaron atrás Anderssen, Rosenthal, Paulsen, Bird, entre varios otros.

Allí se lo bautizó con el seudónimo de “La muerte negra”, en mérito a sus furibundos ataques (era un jugador esencialmente romántico), un nombre algo inconveniente si se recuerda que remite a la peste bubónica que asoló a Europa en el siglo XIV.

Chessmetrics ratifica el criterio, extendiéndolo en el tiempo, ya que lo ubica a Blackburne como el N° 2 del planeta a lo largo de setenta y siete (77) meses, en forma no consecutiva, entre septiembre de 1873 y febrero de 1889. En esos extremos serán Steinitz y Gunsberg los únicos que lo antecedan en la consideración.

Blackburne fue campeón británico en varias oportunidades (la primera vez a los 27 años de edad, la última ¡a los 72!). En su historial hay triunfos sobre Steinitz, Anderssen, Chigorin, Pillsbury, Tarrasch, Zukertort, Lasker (cuando tenía 58 años y el alemán era el campeón del mundo)  y todos los mejores jugadores de su época.

En 1862-3 había caído en un match contra Steinitz, con un triunfo, siete derrotas y dos tablas, aunque esos eran sus comienzos como jugador (arribó al ajedrez en forma algo tardía).

Pero, ya asentado en su carrera, aún más estrepitosamente pierde en una confrontación que se realiza en 1876, cuando la cuenta fue de 7 a 0 (sin tablas). En ambos casos Londres fue el escenario.

Una contribución especial que se le debe al inglés es la de la introducción de los relojes, en un primer momento de arena, los que propuso para evitar los encuentros prolongados que se extendían inconvenientemente, muchas veces en más de una jornada.

Imagen de Joseph Blackburne

En años venideros, habrá de brillar el polaco-inglés Johannes Zukertort (1842-1888), quien no arribó a la cima al ser derrotado con claridad (diez victorias a cinco, con cinco empates) por Steinitz en el match que disputaron en 1886 en los EEUU, en donde se decidió el primer campeón mundial oficial de la historia, el que aquél afrontó en inconveniente estado de salud (de hecho morirá poco después).

Durante una década para EDO (de 1874 a 1883), Zukertort estuvo relegado a ese segundo plano por el oriundo de Praga, por lo que se convirtió en un emblemático príncipe del ajedrez.

Chessmetrics incluso lo ubica en el primer sitial durante nada menos que cincuenta y seis (56) meses, no consecutivos, entre agosto de 1878 y febrero de 1886.

Zukertort fue alumno de Anderssen, a quien derrotó claramente en 1871. Diez años después, ya radicado en Londres, vence bajo la misma modalidad y con toda solvencia a Blackburne. Sólo la pared de Steinitz, su principal némesis (y aparentemente no lo era sólo en sentido figurado), impidió que pudiera ser considerado el mejor de todos.

Imagen de Johannes Zukertort

Volviendo a los británicos, y avanzando en el tiempo, Henry Edward Bird (1830-1908) es conceptuado el N° 2 por Chessmetrics en dos meses del 1876, detrás de Steinitz.  Muy lejos de eso, EDO lo meritúa apenas en el N° 10, en 1877 y 1878.

Los ingleses, encabezados por Staunton, habían sabido en otros tiempos desplazar a los franceses como los mejores de todos (con la excepcionalidad de la presentación en escena del norteamericano Morphy), para deber pasarle la posta, poco después, a exponentes centroeuropeos.

Es más, en Londres se radicaron muchos jugadores notables provenientes de otras geografías, entre ellos el mismísimo Steinitz (temporalmente) y Zukertort (definitivamente), quienes progresaron al calor de la mayor y mejor actividad que se desarrollaba en la capital del imperio de ultramar.

Bird, a la faceta de jugador, sumó las de teórico (una conocida apertura lleva su nombre; también una menos vigente defensa), fue asimismo autor de libros especializados y un relevante historiador ajedrecístico.

Dado que el N° 2 asignado en los listados fue tan efímero, pese a sus contribuciones, no se le debería asignar a Bird, bajo los criterios preestablecidos, el carácter de príncipe del ajedrez.

Imagen de Henry Bird, sin principado ajedrecístico

Más relevante resultó lo hecho por un jugador algo olvidado: el irlandés, (devenido con el tiempo británico, James Mason (1849-1905) quien, entre los años 1877 y 1878, por once (11) meses, es el N° 1 para Chessmetrics, dejando atrás a todos, entre los que se destacaban los veteranos Paulsen y Anderssen y los más jóvenes Zukertort, Blackburne y Burns. EDO, por su lado, lo ubica N° 4 desde 1882 a 1884.

Mason aprendió el juego en su estadía en los EEUU donde, en 1876, se consagró campeón nacional. Poco después batió en un encuentro, claramente, a Bird.

Fueron los mejores años de Mason, otro príncipe del ajedrez, en los que aprovechó la circunstancia que Steinitz, el mejor ajedrecista de la época, había comenzado en 1876 un periodo de transitoria inactividad que habrá de prolongarse hasta 1882.

Imagen de James Mason

Hacia 1888 el húngaro Isidor Gunsberg (1854-1930), otro que tendrá una larga radicación en Inglaterra (fue campeón allí en 1885), donde desarrolló lo mejor de su carrera, que venía de ganarle precisamente a Zukertort el año anterior un match, y que en 1890 empata otro con Chigorin, logra ser el principal acosador de Steinitz en la cúspide, conforme EDO.

Se produjo un encuentro por la corona, entre ambos, en cuyo comienzo llegó a prevalecer, aunque esporádicamente, Gunsberg. Fue disputado en 1890 en Nueva York. Al cabo de todo el campeón se impone ajustadamente: seis triunfos, cuatro derrotas, nueve empates.

Tras este hito personal, e intento fallido por ser el mejor, el magyar decide abandonar el ajedrez. Chessmetrics, por su lado, lo llega a encaramar en el primer lugar en el mes de febrero de 1889.

Se ha afirmado que Gunsberg pudo haber sido, en tiempos más precoces, uno de los ajedrecistas que se ocultaron dentro del dispositivo conocido como máquina de ajedrez, ese fraudulento portento que supo conmover, hasta ser desentrañado, públicos distintos a ambos lados del Océano Atlántico.

Gunsberg, por lo dicho previamente, debe ser reputado en carácter de príncipe del ajedrez.

Imagen de Isidor Gunsberg

Otro jugador que tiene que ser incluido en esta taxonomía principesca (con perdón de quienes alentaron la caída de los zares), es el ruso Mijaíl Ivánovich Chigorin (1850-1908), a quien se lo debe considerar el creador de la Escuela Rusa de Ajedrez, esa que tendrá nuevos bríos, y que deberá ser rebautizada Escuela Soviética de Ajedrez, tras la Segunda Guerra Mundial, bajo el liderazgo de Mijaíl Botvínnik.

EDO no lo ubica a Chigorin en esa posición de secundar al mejor de su tiempo. Pero ello sí lo hace, y aparece como todo un acto de justicia, Chessmetrics que indica que el ruso, durante diecisiete (17) meses, entre octubre de 1889 y septiembre de 1897, es el escolta del listado, detrás de Steinitz o Lasker.

Chigorin tuvo sendas ocasiones para acceder al título mundial, fracasando en los intentos, en la ciudad de La Habana, siempre contra Steinitz. En 1889 perdió 10,5 a 6,5; y, más fuerza hizo en 1892, cuando la cuenta fue muy cerrada: 12,5 a 10,5.

En esta postrera oportunidad el desafiante tuvo ventaja en el marcador en varias oportunidades, la que llegó a estirar a dos unidades. Steinitz ratifica su poderío sobre el cierre, al vencer en los dos últimos encuentros. Ratificando su primacía.

Imagen de Mijaíl Chigorin

Habrá que aguardar al nuevo siglo para que aparezca el siguiente príncipe del ajedrez. Siendo que EDO finaliza su análisis en 1920, habrá que recurrir exclusivamente  a Chessmetrics de esa fecha en más. Ello será hasta que se produzca la aparición de los listados ELO de la FIDE, cosa que sucede a inicios de los 70.

En ese contexto, se ubica en el 2° lugar del escalafón durante seis (6) meses de 1913 al letón (en tiempos en que esa nación formaba parte del Imperio Ruso), devenido más tarde en danés, Arón Nimzowitsch (1886-1935), un jugador que revolucionó al ajedrez con su hipermoderna conceptualización (compartida con Breyer, Réti y tantos otros).

En aquel año era rey sin corona Rubinstein, liderando un pelotón encabezado por Nimzowitsch que incluía, además, a Lasker, Schlechter, Marshall y Tarrasch, y a dos figuras que iban asomando: Capablanca y Alekhine.

Nimzowitsch  fue un buen práctico del juego y un mejor teórico. Será siempre recordado por sus importantes aportes conceptuales que revitalizaron el ajedrez, adaptándolo a los nuevos tiempos. Varias aperturas y defensas llevan o aluden a su nombre. Y su libro Mi sistema, sin dudas, es uno de los textos más relevantes de toda la historia en cuanto a la técnica del juego.  Nimzowitsch, un príncipe del ajedrez, uno de hipermoderna estirpe.

Imagen de Arón Nimzowitsch

En el referido año, hay otro jugador que alcanza el rol de escolta, uno norteamericano, en una prueba palmaria de que ese país se había transformado en una fuerte plaza complementaria a la europea.

Ya hemos visto que, otro connacional de ellos, además del mítico Morphy, uno que pareció seguirle los pasos, los que se interrumpieron por su delicado estado de salud, Harry Nelson Pillsbury, ha sido reputado de rey sin corona.

Tras ellos, los EEUU proponen ahora como figura a Frank James Marshall (1877-1944), quien secundó a Rubinstein únicamente en los registros de Chessmetrics correspondientes al mes de agosto de 1913.

En tiempos del genial polaco, y del portentoso campeón Lasker, y ya vislumbrándose en el horizonte al genial Capablanca, es entonces exagerado conferirle a Marshall, dado su esporádico arribo a ese relevante sitial, el carácter de príncipe del ajedrez.

Marshall, para mejor, en 1907 tuvo su oportunidad al desafiar a Lasker en diversas ciudades de los EEUU, momento en que el campeón lo barrió del tablero a su rival (fue 11,5 a 3,5 y a lo largo del encuentro el norteamericano no logró imponerse en partida alguna.

Dos años más tarde, aunque ahora en forma amistosa, le sucedería lo mismo al del norte al caer sin atenuantes con el emergente Capablanca (ahora la cuenta fue 15 a 8 aunque, en este caso, Marshall al menos alcanzó la victoria en un cotejo).

El estadounidense fue, durante veintinueve años, campeón de su país. Tiene otro gran mérito, más allá de su aporte como jugador: fue quien impulsó, pese a las resistencias de sus colegas, la presencia de Capablanca en el Torneo de San Sebastián de 1911. Allí el cubano se impondrá, pasando a formar parte, definitivamente, de la élite internacional. Marshall, con su generosidad, lo facilitó.

Imagen de Frank Marshall

Isaac Kashdan (1905-1985), otro de los EEUU, fue escolta en los listados, aunque durante un tiempo bastante más prolongado que el de Marshall: veinte (20) meses, entre 1932 y 1934. Estuvo, en ese lapso, por detrás de Alekhine, y por delante de Capablanca, Flohr, Euwe y Nimzowitsch.

Su presencia fue muy importante en la consagración de su país como múltiple, y el más frecuente en esos tiempos fundacionales, campeón olímpico.

Kashdan fue el primer tablero de los vencedores en 1931 y 1933 (ya lo había sido en 1928, cuando obtuvo el oro personal). No participó personalmente en 1935 y, cuando regresó, bajó a la tercera ubicación en el elenco en 1937. En este devenir consiguió nada menos que el 79,7% de los puntos.

Fue, además de lo dicho, bronce personal en 1930, considerando a todos los participantes de la prueba (en ese caso no se daba medalla por tablero sino en la consideración global). Ese mismo logro lo repitió en 1931.

Mejorando las cosas, obtuvo presea de plata en 1933 (lo antecedió el campeón Alekhine) y avanzó al oro en 1937.

A pesar de que lo de Kashdan no fue sólo aporte al conjunto, ya que tuvo adicionalmente muy buenas actuaciones en competencias individuales, su punto más alto fue, sin dudas, lo hecho con la casaca de su país.

En 1954 se le concederá el título de GM y en 1960 el de AI (Árbitro Internacional). En otro hecho destacado, fue cofundador de la muy influyente revista especializada Chess Review.

Kashdan fue un gran jugador dentro y fuera del tablero. Se lo recuerda, años más tarde, ya que también ejerció el rol de capitán del elenco de su país que fue medalla de plata en Leipzig´60.

Siempre, al representar al país, parece que se iluminaba, sacando lo mejor de sí. En cualquier caso, Kashdan fue un auténtico príncipe del ajedrez.

Imagen de Isaac Kashdan

En la primera mitad del siglo XX, hubo otro caso más de príncipe del ajedrez: Salomon (Salo) Mijailovich Flohr (1908-1983), quien nació en un pueblo de Polonia (ubicado en la actual Ucrania) pero, dado que su familia fue masacrada cuando niño, terminará por recalar en Praga, donde se criará, por lo que es considerado un ajedrecista checoslovaco.

En la última etapa de su vida, este judío errante y sufriente, como tantos compatriotas y personas de esa fe, debió emigrar por el avance nazi, terminando por refugiarse en la URSS, donde halló protección y posibilidades de continuidad de su carrera, habiendo adoptado la ciudadanía soviética en 1942.

Entre los años 1935 y 1936, durante diez (10) meses, fue el N° 2 del mundo detrás de, alternativamente, Alekhine y Euwe, quedando por delante de ellos mismos, en ciertos periodos, y siempre también anticipándose en ese lapso a  los excampeones Lasker y Capablanca y al futuro monarca Botvínnik.

Flohr no pudo enfrentar a Alekhine por la corona en 1937, en el pico de su carrera, pese a haber sido designado como retador oficialmente por la FIDE. La Segunda Guerra Mundial se interpuso en esos propósitos aunque, también, ya sabemos, aún por entonces los campeones elegían rivales y circunstancias para ser retados, por lo que su voluntad o su renuencia a ser confrontados (la que siempre ejerció Alekhine sobre, por caso, Capablanca) seguramente algo también tuvo que ver con esta frustrada posibilidad.

Flohr brilló en numerosos torneos. Fue parte del más importante de todos los disputados en la preguerra, el de AVRO´38, en el que salió último. Sin embargo hay que recalcar que, esa actuación, debe ser matizada porque ya para entonces era de alguna manera un perseguido itinerante en busca de destino. En otro andarivel de análisis, tampoco habría que olvidar que en esa magna competencia eran todas figuras notables; de hecho Capablanca terminó penúltimo.

En Olimpíadas, lo del checoslovaco siempre fue  muy destacado, con logros individuales, acumulando dos oros, una plata y un bronce (siempre en el primer tablero) y otros colectivos para su país, que fue presea de plata y de bronce. En 1950 estuvo en la selecta nómina de la FIDE a la hora de otorgarse los primeros títulos de GM.

Imagen de Salo Flohr

Siempre bajo el paraguas de los parámetros de Chessmetrics, habrá otros dos jugadores que merecen ser contemplados a la hora de analizar esta categoría principesca, instalados ahora en los tiempos de la posguerra.

Ambos son soviéticos, la potencia claramente predominante desde ese periodo. Se trata del ucraniano Yéfim Petróvich Géler (1925-1998) y del ruso Lev Abrámovich Polugaevski (1934-1995).

Algo esporádicamente, fue Géler el N° 2 del mundo, lo que aconteció en tres (3) meses de 1963 (de mayo a junio), cuando sólo lo superaba Petrosián y donde el nacido en Odessa se anticipaba a Korchnói, Botvínnik, Spassky, Fischer, Keres, Polugaevski, Tal y Smislov, entre tantos otros

En 1952 consiguió en título de GM y, tres años más tarde, fue campeón de la URSS, título que repetirá bastante más tarde, en 1979.

Su fuerza se denota por otro lauro que cosechó, el de tener saldo positivo en sus partidas contra cuatro campeones del mundo: Botvínnik, Smislov, Petrosián y Bobby Fischer. Además exhibe score empatado contra Kárpov y Euwe.

Imagen de Yéfim Géler, sin principado ajedrecístico

Polugaevski, por su lado, también por tres (3) meses, será el N° 2 del planeta para Chessmetrics, aunque en 1972, entre los meses de junio y agosto más exactamente.

Sólo Fischer lo antecedía en esa época a Lev, cuando se lo apreciaba al ruso  estar por delante de Korchnói, Stein, Spassky, Petrosián, Keres, los excampeones Tal y Smislov, y uno que lo será prontamente: Kárpov.

Ya en tiempos de ranking oficial emitido por la FIDE, más exactamente en el mes de julio de ese año, vemos que sólo se lo coloca en el tercer lugar del escalafón (compartido con Petrosián), detrás de Fischer y Spassky.

Después de su triunfo en Mar del Plata´62, delante de Smislov, Szabó y Najdorf, Polugaevski saltó a la palestra internacional. Con esa actuación  habrá de consagrarse GM.

Será algo más tarde campeón soviético, en 1967, junto a Tal y, en solitario, repetirá en la temporada 1968-9.

Además de formar parte de elencos que en forma múltiple se consagraron campeón olímpico para la URSS (en una condición que desde luego compartió con Géler), habrá de participar en lo individual en varios ciclos por el campeonato mundial, sin arribar a la instancia definitiva, pero siempre con grandes actuaciones.

Es considerado, además, como un gran teórico, que hizo notables aportes a varias aperturas y defensas que se vieron enriquecidas por la fuerza de sus poderosas y creativas ideas.

Pese a estos grandes lauros, los de Géler y Polugaevsky, ambos jugadores soviéticos no pueden ser considerados príncipes del ajedrez ya que, sus respectivas permanencias en alguno de los dos principales lugares de la cima, no llegan a cubrir los seis meses que hemos fijado como criterio mínimo a los fines de acceder a esta clase de reconocimiento.

Con lo que Géler y Polugaevsky, como muchos otros, podrían ser ungidos como condes o duques, más no en calidad de príncipes del ajedrez.

Imagen de Lev Polugaevski, sin  principado ajedrecístico

Ya con listados proporcionados oficialmente por la entidad federativa mundial, lo que comienza a suceder desde julio de 1971 (aunque hay algunos previos, que comienzan en junio de 1967, de tono no oficial), ya no sólo en Chessmetrics habrá que basarse para reconocer la eventual aparición de nuevos príncipes del ajedrez.

Dichas nóminas corresponden al popular ELO nombre que, lejos de ser un acrónimo, comporta un reconocimiento explícito a su inventor, el físico húngaro-norteamericano Árpád Élő (1903-1992).

Este sistema, a pesar de sus propias falencias, siendo probablemente la mayor de todas (fenómeno que es compartido con los otros registros informales) la imposibilidad de descontar la inflación que naturalmente se verifica por la sucesión de competencias internacionales y el empoderamiento recíproco de los participantes, que lo torna de relativa debilidad a la hora de la comparación intertemporal, tiene varias notorias virtudes.

Es por lo pronto sistemático, se ofrece con periodicidad, tiene lógica y consistencia internas, se lo calcula con criterios uniformes y, en un dato no menor, es una entidad internacional la responsable de su llevado, la FIDE, la cual, en principio, está sujeta a escrutinio público y al control de las entidades nacionales, por lo que su transparencia es mayor que la que podría suscitarse en cualquier otro escenario alternativo.

Como las primeras nóminas basadas en el ELO corresponden a una frecuencia semestral, la mera inclusión de un jugador en las posiciones N° 1 o 2, en uno de esos listados, habrá de bastar para acceder a la condición principesca.

Bajo estas condiciones, las que se derivan del sistema ELO, el primer ajedrecista que aparece en este carácter de príncipe, es el húngaro Lajos Portisch (nacido en 1937), jugador que fue ocho veces campeón de su país, quien estuvo muchas veces a las puertas del título mundial por su desempeño en los ciclos clasificatorios previos.

Portisch, en condición de escolta compartida, con Korchnói, sólo es antecedido por Kárpov en la información correspondiente a enero de 1981.

Tres años antes, en Buenos Aires, Lajos había liderado el equipo de su país que, por primera y única vez en la historia, desplazó a la URSS del lugar más alto del podio en Olimpíadas.

Chessmetrics no le reconoce este mérito al magyar, ya que sólo lo ubica en el puesto N° 3 del escalafón en ocho (8) diferentes meses a lo largo de su rico historial, entre dos febreros, el de 1980 y el de 1984. Según los momentos, lo habrán de superar algunas de las tres estelares K: Kárpov, Korchnói, Kaspárov.

Imagen de Lajos Portisch

Otro no soviético llegará a ser príncipe del ajedrez. Se trata del holandés Jan Timman (nacido en 1951), quien tuvo su oportunidad de ser campeón en 1993, cuando es derrotado por Kárpov, quien lo bate con toda claridad: 12,5 a 8,5.

Ese match se verificó en varias ciudades del país del retador por lo que Timman no pudo reiterar lo otrora hecho en similar situación por su compatriota Euwe quien, de local, supo derrotar a Alekhine y consagrarse campeón mundial.

En enero de 1982, Timman surge como N° 2 del mundo, detrás de Kárpov, y encima de Korchnói, Kaspárov, Portisch y Spassky.

Sin embargo Chessmetrics, tampoco en su caso convalida esa condición principesc,a ya que lo máximo que le asigna al neerlandés, es un puesto N° 3, en trece (13) meses diversos dentro de un periodo amplio de tiempo, que va de agosto de 1984 a octubre de 1989. En ambos extremos era anticipado por Kaspárov y Kárpov.

Imagen de Jan Timman

En los listados de julio de 1991 y de 1992, ya sin la URSS como entidad nacional, es un ucraniano el nuevo príncipe del ajedrez. Se trata de Vasili Ivanchuk (nacido en 1969) quien, para entonces, secundaba a Kaspárov, y se adelantaba a Kárpov en el ranking.

Chessmetrics también lo puntúa como escolta en tres (3) meses de 1992 (de mayo a junio), cuando lo superaba únicamente Kaspárov.

En aquel 1991, el ucraniano se impuso en Linares, hasta ese entonces el torneo de mayor gradación de la historia, delante de Kaspárov, a quien derrotó en el encuentro personal, y también de una constelación de estrellas (Kárpov fue octavo y Anand undécimo).

En el 2002 Ivanchuk tuvo su gran oportunidad de ser campeón. Era el favorito, ante su compatriota Ruslán Ponomariov, quien por entonces contaba con apenas 18 años. Los nervios le jugaron una mala pasada a Vasili, por lo que no llegará a ser rey del ajedrez. Es Ponomariov el que en la ocasión vence, en un match organizado por la FIDE (eran tiempos de secesión en el ajedrez mundial, por lo que se registró la existencia de sendos campeones mundiales), en una competencia que se hizo bajo la modalidad de eliminación directa. En la final, que tuvo como escenario la ciudad de Moscú, Ponomariov prevaleció por un marcador de 4,5 a 2,5.

Su condición principesca la ratificará Ivanchuk en octubre de 2007 ya que, en ese momento, aparece secundando a Anand, y por delante de Krámnik y Topalov.

Recientemente, en la modalidad de ajedrez rápido, Ivanchuk alcanzará el siempre ansiado, y para él relegado, título mundial. Fue en Doha, a fines del 2016, donde se llevará el ucraniano el máximo palmarés al superar, por aplicación del sistema de desempate, a Grischuk, Mamedyarov, Nepómiachtchi y Carlsen.

Imagen de Vasili Ivanchuk

Nuestro próximo príncipe del ajedrez es Alexéi Dmitrievich Shírov, nacido en 1996 en Letonia (cuando aún existía  la URSS) quien, con el tiempo, se radicará en España (adoptará la ciudadanía de ese país), para ulterior y recientemente radicarse en su país de origen, ya independiente.

Este jugador, para evidenciar su condición principesca, aparece como N° 2 del planeta, en los listados de enero y julio de 1994, en ambos momentos detrás de Kárpov.

Chessmetrics no comparte el concepto, ya que lo coloca N° 4 en once (11) meses diferentes, entre marzo de 1999 y enero de 2000, por debajo de Kaspárov, Anand y Krámnik. En enero de 1994 lo ubica sólo en el séptimo lugar, y en julio de ese año lo hace descender a la posición octava.

Imagen de Alexéi Shírov

El letón habrá de tener dos momentos especialmente descollantes. El primero se dará en 1998, cuando logra imponerse a Krámnik por 5,5 a 3,5; en el match de candidatos de la PCA (organización por entonces existente, la que puso en tela de juicio el monopolio de la FIDE), por lo que se consagra desafiante de Kaspárov. Empero, éste, quien como en otros tiempos podía darse el lujo, al ser campeón, de imponer ciertas condiciones, en definitiva lo elude, y termina por exponer el cetro ante el propio Krámnik. De lo que tal vez se arrepentirá ya que Krámnik, su exalumno, lo vencerá, algo inesperadamente, y destrona.

Regresando a Shirov, su segunda gran oportunidad se materializó  cuando, en el 2000, alcanza la final del  campeonato del mundo, ya en terrenos de la FIDE. Sucederá en Teherán, oportunidad en la que pierde, ante Anand, del todo categóricamente: 3,5 a 0,5.

Con el nuevo milenio, los rankings de la FIDE pasan de ser semestrales a trimestrales. Por lo que, en lo sucesivo, habrá que asegurarse que los candidatos a príncipes, aparezcan en alguno de los dos primeros lugares de los escalafones en, al menos, dos oportunidades.

Tras la lista de octubre del 2000, sobrevendrá la de enero de 2001 y, así, sucesivamente.

Habrá, en estas condiciones, que esperar al 2008 para que aparezca un potencial príncipe del ajedrez. Es que el ruso Aleksandr Serguéyevich Morozévich (nacido en 1977), es segundo en el listado del mes de julio, detrás de Anand, y por delante de Krámnik, Ivanchuk, Topalov y un irrefrenablemente ascendente Carlsen. Morozévich ratifica esa condición en octubre de ese año cuando Topalov es el que ejerce el liderato.

Consecuentemente, al permanecer en el podio en el lapso mínimo requerido (dos trimestres), a Morozévich le corresponde el título de príncipe del ajedrez.

Chessmetrics, empero, sólo ubica al ruso en el cuarto lugar, en catorce (14) meses diferentes entre marzo de 2000 y diciembre de 12004 (fecha en la que culminan sus registros), siendo antecedido en dichas puntas por Kaspárov, Anand y Krámnik, aunque en órdenes diversos.

En este escenario, como es lógico por cuestiones temporales, este sistema informal no habrá de computar el momento más pleno de la carrera del ruso. Lo propio acontecerá con los futuros príncipes del ajedrez.

Imagen de Aleksandr Morozévich

Desde julio de 2009, la entrega de las mediciones de la FIDE pasa a tener una frecuencia bimestral. Con lo que el requisito para ser considerado príncipe del ajedrez habrá de extenderse a la permanencia, en algunas de las dos principales posiciones de un aspirante a serlo, en tres nóminas (sean sucesivas o alternadas).

En enero de 2010, ya se encarama en lo más alto el noruego Carlsen, el mismo que siguió en ese estado casi sin interrupciones (alguna vez lo supera en el ínterin Anand), hasta la propia actualidad. Por lo cual, de ahí en más, en todo caso el príncipe que aparezca deberá formar parte de una corte regida por un vikingo

En enero de 2012, accede a la segunda posición el armenio Levón Aronián (nacido en 1982), condición que ratificará en los respectivos listados de marzo, mayo, julio y agosto.

Desde septiembre de ese mismo año de 2012, la información proporcionada por la FIDE es de índole mensual. Con ese cambio, se verá, a partir de ahora, a Aronián proseguir en su lugar de privilegio, sólo superado por Carlsen, en los siguientes momentos: de septiembre a diciembre de 2012; de abril a septiembre, y de noviembre a diciembre de 2013;  de enero a septiembre de 2014.

Ergo, Aronián cumple, con creces, el lapso mínimo exigido, de seis meses (tres bimestres antes, seis meses ahora), por lo que es un indudable y notorio príncipe del ajedrez.

Imagen de Levón Aronián

En octubre de 2014, con un Aronián que comienza a registrar cierto proceso involutivo (aunque, por su relativa juventud, no habría aún que descartar que ofrezca en algún momento una grata sorpresa), llega al N° 2 del ranking un norteamericano-italiano, Fabiano Luigi Caruana (nacido en 1992).

Caruana, accede a ese sitial, y lo seguirá conservando desde noviembre de ese año hasta abril del siguiente, retomando brevemente la posición en junio de 2015.

Ya cumplido el semestre requerido como N° 2 del planeta (siempre detrás de Carlsen), Caruana se constituye en un nuevo, el último, el vigente, príncipe del ajedrez.

Tras un bajón en su rendimiento, retoma ese encumbrado lugar en mayo de 2016, vuelve a resignar posición, para recuperarla en noviembre de 2016; conservándola actualmente (el último registro es de enero de 2017).

Para más se lo ve a Caruana acechando al noruego, el campeón del mundo ratificado, y su rival generacional, en el tope del ranking. Tan sólo trece puntos lo separan de la cima.

Caruana, seguramente, no ha alcanzado aún su propio techo. Por edad, por nivel, por evolución. Habrá que ver cómo se dan las cosas y qué sucede con la vigencia del poderoso noruego; así como la eventual evolución de algunos otros rivales temibles que vienen asomando.

Tal vez, la condición principesca del norteamericano-italiano, la pierda próximamente, aunque por un motivo superior: el de convertirse en un próximo rey con o sin corona. El tiempo lo dirá.

Imagen de Fabiano Caruana

En el camino recorrido en los últimos años, hay dos jugadores que, pese a haber llegado a escoltar a Carlsen en las clasificaciones, aún no merecen el birrete principesco, dado la excepcionalidad de tales ubicaciones. Es que no cumplen con la condición de permanecer en alguno de los dos principales lugares de la cima por al menos seis meses, tal como se lo requiere.

Son las situaciones del japonés-norteamericano Hikaru Nakamura (nacido en 1987), quien aparece en ese lugar sólo en octubre de 2015; y la del francés Maxime Vachier-Lagrave (nacido en 1990), que lo hace en agosto de 2016, manteniéndose allí por un mes más.

Dos nombres que, con todo, habrá que tener muy en cuenta, viéndose cómo se verifica su proceso de crecimiento en el escenario competitivo internacional en los próximos meses y años.

 


Imágenes de Hikaru Nakamura (a la izquierda) y Maxime Vachier-Lagrave quienes (¿aún?) no han accedido a ser príncipes del ajedrez

Además de todos estos grandes nombres, que en cada tiempo ha sabido dar el ajedrez, se ha hasta el momento omitido, del todo intencionadamente, como rápidamente se comprenderá, el de otro príncipe del ajedrez. El único que, de hecho, otorgó la región.

Se trata de Miguel Najdorf (1910-1997), jugador nacido en Polonia (bajo el nombre Mojsze Mendel Najdorf) quien, tras participar en el Torneo de las Naciones de Buenos Aires en 1939, termina decidiendo radicarse, lo que hará en forma definitiva, en suelo argentino.

Del todo sincrónicamente con el inicio de la fase final de esa competencia  olímpica, el 1° de septiembre de 1939, se verificó la invasión a Varsovia, su ciudad de residencia (y la de su esposa, hija y toda su familia), por parte de los nazis, que anexaron a partir de ese hecho a Polonia, dando comienzo a la Segunda Guerra Mundial.

Por su origen judío, por la situación que vivía su país natal, y en la Europa toda, avizorando que las cosas desde luego habrían de empeorar dramáticamente (para sí mismo y para tantos otros), Najdorf comprueba que era del todo inconveniente el regreso. Por lo que decide probar suerte en la Argentina.

Si bien ya era un jugador formado, y muy poderoso, desde su residencia en el cono sur americano Najdorf, quien prontamente se nacionaliza argentino, potencia sus recursos y su talento, y progresa notoriamente.

En el ínterin de la guerra la Argentina, y algunos otros países de la región (Brasil, Uruguay, eventualmente Chile), y en el norte del continente, en los EEUU, se transforman, junto a la surgente URSS, en las plazas más relevantes de actividad ajedrecística mundial.

Es que la Europa occidental y del centro, zonas que venían siendo los naturales escenarios de los principales torneos del mundo, ahora no podían albergar a los cultores del juego.

Cuando finaliza el conflicto, un Najdorf potenciado y enriquecido en su estancia sudamericana, regresa a Europa, con notable suceso. Fue su mejor momento. Coincidente con el tiempo en que debía resolverse quién heredaría el cetro mundial de Alekhine, el fallecido campeón del mundo.

Por su triunfo en el Torneo de Praga en 1946, que se lo había considerado como clasificatorio para la instancia en la que habría determinarse el sucesor del ruso-francés, Najdorf debió haber sido tenido en cuenta por la FIDE para el previsto octogonal en que se dirimiría quién habría de ser el primer campeón mundial de la posguerra.

También debió haber sido contemplada su presencia por la ulterior decisión de retirarse del norteamericano Fine, un ya clasificado, que podía y debía ser reemplazado por otro representante del continente americano. Y el mejor de todos en América, además de Reshevsky, que ya formaba parte de la prueba por derecho propio, sin dudas que era Najdorf.

La FIDE, no sólo que lo desinvitó al argentino, sino que decidió transformar una competencia que originalmente debía ser de ocho ajedrecistas a una más restringida, de sólo cinco jugadores.

Najdorf, entonces, no pudo, en el mejor momento de su carrera, aspirar a una corona ecuménica que,  ya sabemos, habrá de quedar en manos del soviético Botvínnik.

Nunca antes, ni después, un argentino, ni ningún otro representante de todo el continente americano, habrían de estar tan cerca de tener la posibilidad de ser campeón mundial de ajedrez.

En el contexto de ese crucial momento de su carrera, y de su vida, Najdorf fue nada menos que el Nº 2 del planeta para Chessmetrics, durante treinta y tres (33) meses, entre 1946 y 1949. Botvínnik siempre lo habrá de anteceder, relegándolo a su condición principesca.

Tomando a los ajedrecistas del continente provenientes de países de habla latina, sólo el cubano José Raúl Capablanca habría de superar a Najdorf a lo largo de toda la historia. Sabemos bien que, ese genial jugador, no sólo fue N° 1 del mundo por un tiempo muy prolongado sino que, también, aunque por corta duración, alcanzó efectivamente el título de campeón mundial.

Otras figuras históricas de la región, anteriores, posteriores y contemporáneas a la prolífica carrera de Najdorf, aún en su adquirida y reconocida importancia, no llegarán a esa cima a la que arribó el príncipe que la Argentina ofrendó al mundo.

El brasileño Henrique Costa Mecking (nacido en 1952), un jugador cuyo techo en cierto momento parecía no tener límite, aparece muy cerca, en el tercer lugar, en el ranking oficial producido por la FIDE en enero de 1978. Ese fue su punto más alto. Pero, ya sabemos, es insuficiente para considerarlo príncipe del ajedrez.

Ya la entidad mundial lo había ubicado al brasileño cuarto en su listado de enero de 1977, el mismo sitio que le asigna Chessmetrics, lo que acontece en julio de 1976

Buceando en la historia, hay sólo dos casos más de top10 correspondientes a jugadores de la región.

El primero de todos lo encarna el mexicano Carlos Jesús Torres Repetto (1904-1978), quien es N° 8 del mundo en seis (6) meses diferentes, para Chessmetrics, entre mayo y octubre de 1926.

Ese extraordinario jugador, lamentablemente, habrá de retirarse prematuramente, por razones de salud mental, con tan solo veintiún años de edad, por lo que su condición de campeón del mundo quedó in pectore. Tampoco llega a aproximarse, pese a sus innegables capacidades, a la condición de príncipe del ajedrez.

El otro nombre a analizar es el del austríaco (primer tablero del equipo alemán, es que Alemania había anexado en 1938 a su país natal, que fue campeón olímpico en Buenos Aires´39), radicado primero en Brasil, tras la declaración de la Segunda Guerra Mundial, y definitivamente en Argentina.

Estamos hablando de Erich Gottlieb Eliskases (1913-1997), una figura notable de los años 30, en tiempos de su residencia europea, quien fue séptimo del planeta en julio de 1948, cuando ya estaba radicado plenamente en Sudamérica.

Como Najdorf, Eliskases participó en numerosas competencias en su nueva zona de residencia. Sin embargo, al permanecer en los primeros tiempos en Brasil, una plaza menos competitiva que la argentina, parece que esa circunstancia no habría de contribuir en demasía a la evolución de su carrera la que, mirada en perspectiva, de alguna manera se estancó.

Hay que señalar una cuestión que es muy relevante. Teniendo Eliskases y Najdorf una diferencia de edad virtualmente imperceptible, el austríaco había sido mucho más relevante en los tiempos de la preguerra, en comparación con lo que había producido entonces el polaco. Pero su ritmo de progreso ulterior fue notoriamente divergente, en beneficio de Najdorf quien optó, desde el primer momento, por permanecer en una Argentina mucho más competitiva que su gigante vecino sudamericano.

Eliskases tuvo sus mejores años en un periodo que es anterior a su estancia americana. A diferencia de Najdorf para quien su mejor etapa se dará en los 40, cuando estaba instalado en la Argentina.

Años atrás, el austríaco estaba creciendo en el nivel de juego exponencialmente, a punto tal que, alguna vez, el campeón mundial  Alekhine (que lo tuvo a Eliskases de segundo en sus matches contra Euwe), había sugerido que las dos jóvenes figuras emergentes, el propio Erich y el estonio Keres, deberían disputar un match para clasificar al próximo retador por la corona ecuménica. La Segunda Guerra Mundial, una vez más, alteró estos planes. Y afectó el natural ritmo de progreso del bueno de Eliskases.

Volvamos a Najdorf, nuestro príncipe del ajedrez.

Poniendo las cosas en perspectiva, si erigiéramos un podio en el que sus ocupantes fueran las tres máximas figuras que hubieran arribado a lo más alto tras haber competido en una eventual carrera en la que se observara la participación de todos los jugadores que diera la región en cualquier tiempo y lugar, indudablemente el lugar más elevado le corresponde a Capablanca, el segundo escalón a Najdorf y en el tercero se ubica Mecking.

Una tríada de nombres integrada por un campeón mundial, un príncipe del ajedrez y por alguien que, sin ser ninguna de esas cosas, potencialmente pudo haber llegado a lo más alto, si su salud lo hubiera acompañado cuando atravesaba un periodo de progreso que lucía, en apariencia, inconmovible.

Najdorf, entonces, sin hesitación alguna, es un príncipe del ajedrez, condición que muy pocos pueden ostentar, condición que nadie alcanzó en la región, condición tan elevada que, sólo el genial Capablanca pudo superar, cuando de analizar lo producido en cualquier tiempo por los ajedrecistas representantes de países de habla latina del continente americano se trata.

Najdorf, un orgullo para la Argentina, para América, para el mundo todo.

Imagen de Miguel Najdorf

Con Najdorf, entonces, terminamos esta recorrida por los príncipes del ajedrez. Figuras egregias aspiracionales, que se suman a los reyes con y sin corona, a los que nos referimos en trabajos previos, esos que rigieron los destinos del juego, cada uno en su tiempo.

Todos ellos, los reyes con y sin corona, y los príncipes del ajedrez, supieron desplegar, a cada paso, su talento excepcional, generando un aporte impar y permitiendo que el ajedrez alcance los niveles de perfección y de belleza actuales que sólo han sido posibles a partir de un proceso de aprendizaje colectivo de índole intertemporal.

Niveles de perfección y de belleza del ajedrez, que se proyectan a futuro. Los que pudieron consolidarse a partir de lo aportado por los grandes jugadores que brillaron, de vez en vez. Y a quienes, con este trabajo, hemos procurado reconocer y homenajear.

Jugadores notables, todos ellos, cada uno de ellos, que no han hecho otra cosa que generar las condiciones para renovar la fascinación que nos propone y proporciona el juego más sublime que ha sabido pergeñar la Humanidad.

Los princípes del ajedrez