Capablanca: el talento inigualable

Moscú, 1936. En un cuarto adyacente a las Sala de las Columnas, en la grandiosa Casa de los Sindicatos, un grupo de grandes maestros, participantes del torneo magistral que se está llevando a cabo con la presencia de los mejores jugadores del mundo (entre los que ellos mismos se cuentan) analiza afanosamente la posición de un final en una partida aplazada. No encuentran como continuar para conseguir imponer la ventaja del blanco y deciden recabar una nueva opinión. Se acercan a un hombre mayor que ellos, que apoltronado en un sillón cercano lee un periódico, para con humildad y respeto, requerirle ayuda. Solícito, el caballero se levanta del sillón y, acercándose al tablero, observa unos breves instantes la situación en el mismo. Luego alza un caballo y lo deposita en una casilla lejana; después hace lo mismo con una torre y a continuación modifica la posición de unos peones. Solo eso, sin mencionar variantes ni realizar jugadas. Por fin, musita quedamente “ahí es donde las piezas deben estar para ganar este final”, sonríe y retorna con paso elegante a retomar su lectura. Guiados por los comentarios, los demás descubren con facilidad el camino ganador, aún conmovidos por la manera tan profunda, sencilla y contundente en que ese hombre entiende el juego. El hombre es José Raúl Capablanca, la máquina de jugar ajedrez…

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Por Horacio Olivera

capablanca-padre-e-hijo-1José Raúl Capablanca y Graupera nació en La Habana, Cuba, el 19 de Noviembre de 1888. De solo mirar jugar a su padre, un oficial español, aprendió el juego del ajedrez y con solo cuatro años ya hacía sensatos comentarios sobre las partidas que presenciaba y hasta corregía alguna que otra jugada. En vista de esta precoz disposición y sospechando, con todo fundamento, que estaba probablemente en presencia de un genio, el padre promovió que el niño frecuentara el Club de Ajedrez de La Habana, donde muy pronto comenzó a superar a los ajedrecistas más experimentados.

Pero su definitivo salto a la notoriedad llegó en 1901 cuando, con nada más que trece años, derrotó en un match informal al entonces campeón cubano, Juan Corzo.

Pocos años más tarde, y aún no ligado profesionalmente al ajedrez, partió hacia los EEUU para estudiar ingeniería en Harvard. Pero no pudo refrenar la atracción que el noble juego tenía sobre él y aunque estudió en la afamada universidad durante dos años, en 1908 decidió dedicarse de lleno a su pasión, Antes, en 1906, había jugado y ganado, en el Manhattan Chess Club de New York, un torneo relámpago en el que participó el campeón mundial Emanuel Lasker, a quien el joven prodigio venció también en la partida individual.

Durante 1908 y 1909 Capablanca, ya una estrella de contornos definidos, realizó una larga gira por el país del norte brindando exhibiciones de partidas simultáneas, con formidables resultados. Al terminar la “tourneé” y advertido de las proezas del cubano, el campeón estadounidense y jugador de la élite mundial Frank Marshall, aceptó jugar un match con él. El resultado fue catastrófico para el campeón, pues José, a su veinte años, lo derrotó sin atenuantes (+8, -1, =14).

Poco después, fue el mismo Marshall quien gestionó ante las autoridades del Torneo de San Sebastián de 1911, la inclusión en el mismo (en el que jugaría los más granado del ajedrez mundial de la época) del joven talento. Aaron Nimzovich y Ossip Bernstein, dos de los participantes, se opusieron, aduciendo que Capablanca no reunía suficientes lauros ni tenía la necesaria fuerza ajedrecística para jugar en tan importante evento. Sin embargo, la organización le cursó una invitación y, para sorpresa de muchos, el prodigio cubano ganó con autoridad el torneo ante maestros del calibre de Rubinstein, Vidmar, Marshall, Tarrasch, Schlechter, Maroczy y otros, tomando puntual venganza, además, de sus detractores Bernstein y Nimzovich, a quienes venció de manera impecable en sus encuentros individuales.

Una nueva y joven estrella había hecho su aparición en el Olimpo ajedrecístico de aquellos primeros años del siglo XX. Su estilo pulcro y de una profundidad de conceptos inigualable, admiraba a entendidos y aficionados, y estaba realzado por resultados de una magnitud tan categórica que pronto convirtieron a Capablanca en el natural aspirante a la corona mundial.

Poco después de una larga gira europea en la que exhibió su destreza sin par en partidas simultáneas y otras de exhibición contra jugadores de primera línea, jugó en San Petersburgo 1914, en uno de los certámenes más fuertes de la historia del ajedrez hasta entonces. Alcanzó el segundo lugar, a medio punto del campeón del mundo Emanuel Lasker, superando por tres al ascendente Alexander Alekhine y dejando muy atrás a otras luminarias del momento, como Tarrasch, Marshall, Rubinstein y Nimzovich. Al finalizar el torneo, el Zar Nicolás II distinguió a los cinco mejores clasificados con el título de Gran Maestro de Ajedrez, por primera vez en la historia.

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Capablanca y Lasker

Durante la Primera Guerra Mundial, en vista de la merma lógica que la actividad tuvo en Europa, centro del conflicto, Capablanca jugó, con notables éxitos, varios torneos en América, sobre todo en New York. Además, practicó con asiduidad (como lo haría durante toda su vida) el ajedrez rápido, modalidad en la que fue siempre considerado imbatible. Terminada la guerra, le llegó el momento del máximo desafío a que se había enfrentado hasta allí: en el año 1921 su ciudad natal fue testigo del match que, con el título mundial en juego, sostuvo con el campeón en ejercicio, Dr. Emanuel Lasker. Es interesante señalar  que, poco después de pactado el encuentro, Lasker anunció que no jugaría y por tanto, resignaba su título a favor del retador. Capablanca, quien no deseaba proclamarse campeón de aquella manera tan pacífica, insistió en jugar y luego de arduas negociaciones, convenció al veterano maestro para que compitiera, aunque sorprendentemente este lo hizo autoproclamándose “challenger” y no defensor de la corona.

Como sea, el cubano dominó claramente la contienda y Lasker, abatido, abandonó el match después de la partida 14°, cuando el marcador estaba 4-0 a favor del local. De esta manera, José Raúl Capablanca se consagraba, con todas las de la ley, el nuevo Campeón Mundial de Ajedrez, al derrotar al extraordinario jugador alemán que había detentado la corona durante 27 años consecutivos (record jamás igualado por ajedrecista alguno).

El momento cumbre de Capablanca, lo encontraba en su plenitud tanto ajedrecística como personal. Poco después del match, contrajo matrimonio con Gloria Simoni, con la que habría de tener dos hijos. En su condición de embajador itinerante de Cuba (cargo que el gobierno de su país le otorgara en vista de su fama internacional), recorrió el mundo derrochando su talento sobre los tableros. Amante de la buena mesa y de los placeres mundanos, en ocasiones le reprocharon su escasa contracción al estudio del ajedrez; sin embargo, una de sus frases más famosas echa luz sobre esta faceta de su personalidad: “Jamás he estudiado ajedrez. Sólo estudio ajedrez cuando juego una partida”.


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De pie (izq. a der.): Maróczy, Nimzowitsch,  Vidmar,  Alekhine,  Capablanca y Lederer. Sentados: Spielmann y Marshall. Torneo de Nueva York,  1927

Ganó a continuación el fuerte Torneo de Londres en 1922, antes de caer en un pequeño bajón en los años subsiguientes en los que, si bien ocupó puestos de privilegio, no logró el triunfo en las competiciones en las que intervino, como por ejemplo New York 1924 (segundo) y Moscú 1925 (tercero).Pero en 1926 gana en Lake Hopatcong y en 1927 se impone con una espectacular diferencia de 2,5 puntos sobre Alekhine en el tradicional torneo de New York, revalidando su indiscutida condición de número uno.

La fama de Capablanca estuvo siempre cimentada no solo en sus extraordinarios resultados en certámenes de primer nivel y en la calidad de sus partidas, sino también en su particular enfoque sobre el juego, basado en una estricta y lógica sencillez, alejado de aventuras y riesgos innecesarios. Fue capaz de comprender de inmediato la esencia de cualquier posición, además de poseer una excelente capacidad de cálculo y una técnica impecable en los finales de partida. Lamentablemente, no tenemos la posibilidad de verlo dando las cátedras ajedrecísticas que dicen que dictaba mientras analizaba posiciones, ni quedan testigos vivos que lo hayan hecho y que puedan contarnos. Pero para darnos la dimensión de su enorme talento, muchos de sus contemporáneos han dejado escritas sus impresiones y su admiración o las han transmitido verbalmente. De él dijo Botvinnik, el patriarca del ajedrez sovié

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Alexander Alekhine

tico: “Es imposible comprender el mundo del ajedrez sin mirarlo con los ojos de Capablanca”. Richard Reti, el extraordinario jugador checo, dijo luego de analizar muchas partidas del campeón: “Sólo me atrevo a decir que es lo más parecido al ajedrez que jamás he visto”. Y Andor Lilienthal: “Capablanca siempre me recordaba a Mozart, que ya desde niño arrancaba sonidos mágicos al piano. Nunca olvidaré cómo me enseñó el camino hacia la victoria en un final que jugué contra un ajedrecista inglés. La sencillez y la elegancia con las que Capablanca movía las piezas eran prodigiosas”.

Luego de su espectacular victoria en New York y no sin antes pasar por Brasil para realizar una serie de exhibiciones, el campeón se dirigió a Buenos Aires, en la lejana Argentina, para defender por vez primera su título ante el retador, el ruso-francés Alexander Alekhine. La opinión general no dudaba que Don José (como se lo conocía en el ambiente), retendría la corona, no obstante la fuerza ajedrecística en alza de su rival. También él confiaba ciegamente en sus fuerzas y tal vez por eso parecería que no dio mayor importancia a la preparación previa al encuentro, ni a la concentración necesaria durante el desarrollo del mismo, pues se cuenta que tras los juegos, desafiando a su presión arterial en aumento, prefería despejarse disfrutando de los encantos de la vida nocturna de la ciudad, en lugar de, como hacía su disciplinado adversario, dedicarse al reposo y el estudio.

El match, jugado al ganador de seis partidas sin contar los empates,  resultó una larguísima y enconada batalla, en donde el liderato cambió de manos en las primeros juegos, llegándose al ecuador del mismo (partida 12°) con Alekhine aventajando por un punto a su rival. Luego de una prolongada serie de tablas, el aspirante volvió a ganar en la 21° y aunque Capablanca reaccionó en la 29°, el retador se impuso en la 32° y 34°, alcanzando una merecida victoria.


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Alekhine-Capablanca, Buenos Aires, 1927

La conmoción producida en los medios ajedrecísticos mundiales ante la caída inesperada del cubano, no tenía antecedentes. El genio, la “máquina de jugar ajedrez”, el “Mozart del ajedrez” había sido derrotado. Nadie había puesto ni ponía en duda las capacidades del nuevo monarca, pero el hecho de que un ajedrecista de la clase de Capablanca sucumbiera no era algo fácil de asimilar.

Decidido a recuperar su título y lejos de amilanarse, Don José continuó cosechando éxitos en torneos de primera línea, a la espera de una oportunidad que…nunca llegó. Es que Alekhine se negó con pertinacia a otorgarle la revancha, aduciendo diferentes motivos (el financiero como principal), aunque admitió los desafíos de otros jugadores, como Bogoljubow y Euwe, de probada capacidad pero sensiblemente inferiores a Capablancaca. Cansado de insistir y en vista de la situación, el ex campeón dejó el ajedrez de alta competencia en 1931 y hasta 1934 limitó sus contactos con el juego a la realización de sesiones de partidas simultáneas y a continuar sus viajes, aprovechando su fama y la veneración que le dispensaba el público de todas partes del mundo. Y es que otro rasgo de la personalidad de este hombre extraordinario, era su proverbial simpatía, elegancia y don de gentes, que sumado a una aureola de glamour y su natural elegancia y seducción, lo hicieron un favorito no sólo de los ajedrecistas, sino del público femenino en general.

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Frente a Botvinnik

Retornó a la actividad en 1934, aunque comenzó a evidenciarse que sus años “dorados” habían quedado atrás. Si bien su talento permanecía intacto, era evidente que sus fuerzas físicas ya no eran las mismas y tanto durante ese año como al año siguiente, no logró victorias en torneos, aunque siempre alcanzó posiciones en el podio. Sin embargo, en 1936 tuvo tiempo aún de mostrar un renacer de su tiempos mejores, obteniendo triunfos resonantes en el Torneo de Moscú, delante de las pujantes nuevas estrellas Botvinnik , Flohr y Lilienthal, y en Notingham, empatado con Botvinnik y relegando a Euwe, Fine, Reshevsky y el mismísimo Alekhine.

En 1938 su vida sentimental sufrió un vuelco, al separarse de su esposa y casarse con Olga, una princesa rusa con la que mantenía una relación desde años atrás y que lo acompañó hasta sus últimos días.

En el Torneo de la Naciones realizado en Buenos Aires 1939 defendió el primer tablero de su país, en la que sería su última aparición en competencias oficiales. Ganó la medalla de oro, invicto y tomando nuevamente revancha de su archirrival Alekhine, quien debió conformarse con la medalla de plata. Sin embargo, y convencido una vez más de que el campeón nunca le otorgaría la oportunidad de recuperar el título máximo, se retiró a continuación en forma definitiva de los torneos.

Además de sus partidas ejemplares (entre las cuales se cuentan nada menos que diecinueve premios de belleza), Capablanca dejó un legado de obras escritas, en las que también imprimió las huellas de su inigualable talento. “Fundamentos del ajedrez” y “Lecciones elementales de ajedrez”, entre otras, son aportes invalorables de su genio hacia las nuevas generaciones de ajedrecistas.

Siempre en contacto con el juego y los jugadores, el 7 de Marzo de 1942 se encontraba en el Chess Manhattan Club de New York, bromeando y comentando partidas rápidas que disputaban algunos aficionados, cuando de repente se sintió indispuesto, se puso de pie y dijo “Ayúdenme a quitarme el abrigo…”, antes de desmayarse en brazos de algunos de los presente. Fueron sus últimas palabras. Trasladado de urgencia al famoso hospital Monte Sinaí, se comprobó que había padecido un derrame cerebral y falleció el dia 8 de Marzo a la madrugada. Tenía 54 años.

 

jose-raul-capablanca3José Raúl Capablanca marcó un hito insoslayable en la historia del ajedrez. Todo ajedrecista, casi seguramente ha escuchado su nombre nomás dar sus primeros pasos en el juego. En él se ha personificado la figura del genio en toda la acepción de la palabra, íntegramente monopolizada hasta la aparición de Robert Fischer. Por sus resultados, por sus partidas, por su técnica inigualable y sus enseñanzas, “Capa” ha sido el referente por excelencia de generaciones y generaciones de jugadores que aprendieron de su manera de jugar y de comprender el ajedrez. Campeones como Smyslov, Petrosian y Karpov y el mismo Fischer, manifiestos admiradores del cubano, asimilaron sus enseñanzas hasta tal punto que en muchas de sus partidas planea sobre el tablero la sombra de esta extraordinaria figura.

Para finalizar, hemos escogido una frase del mismísimo Don José, que aunque pudiera calificarse de soberbia, revela, de alguna manera, la raíz del concepto ajedrecístico inigualable de este portentoso talento: “CUANDO UN JUGADOR ESTUDIA UNA POSICIÓN EN EL TABLERO, SE PREGUNTA QUE ES LO QUE PUEDE SUCEDER O QUE SUCEDERÁ. PERO YO… LO SÉ.”


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