Guimard, pionero y exponente de la era dorada

Semblanza del maestro incluida en La generación plateada (1950-1976), segundo volumen de la colección Historia del Ajedrez Olímpico Argentino, Senado de la Nación, en proceso de publicación. Autores: Sergio E. Negri y Enrique J. Arguiñariz.

 

En el tomo anterior de esta colección se trazó la siguiente semblanza de este notable jugador:

Carlos  Enrique Guimard (1913-1998) nace en Santiago del Estero. Es el único jugador argentino de esta época que alcanzaría el título de gran maestro internacional.[1]  

“Con solo veinte años debuta con un cuarto puesto en el campeonato nacional de 1933. Tras un paréntesis, regresa en 1936, alcanzando la cima, al vencer en el torneo (delante de Jacobo Bolbochán) y batiendo claramente en el desafío a Grau por 6 a 2 (con cuatro triunfos, cuatro empates y sin derrotas). En 1937 reedita el éxito al ganarle a Piazzini por 7½ a 2½ (siete triunfos, un empate y dos derrotas). En 1938, siendo campeón, disputa de todos modos el torneo clasificatorio, quedando segundo de Grau. Se hace el match entre éste y el campeón reinante, perdiendo el título Guimard por un ajustado score (7½ a 5½).

“En 1939 queda quinto pero, en 1940, empata el primer lugar, con el francés Gromer y el polaco Sulik, venciendo en el desempate, con lo que adquiere el derecho de desafiar al campeón Maderna, al que destroza, arrebatándole el título, por 8 a 1 (siete triunfos, dos empates, y nuevamente sin derrotas).

“En 1941 resigna la corona al perder el desafío de Rossetto por 8 a 5. En 1943 es tercero, en 1944 es segundo de ese mismo jugador, en 1948, pese a quedar invicto (diez triunfos y siete empates), secunda a otro imbatido en ese torneo (Julio Bolbochán), y repite la colocación (en este caso de Najdorf) en 1949. En 1951 y 1952 queda tercero. En 1953 vuelve a consagrarse subcampeón (precedido esta vez por Panno)  y en 1955 es sexto. Tras un largo interregno, reaparece en 1967, siendo octavo, a los cincuenta y cuatro años, ¡Y a treinta y cuatro de haber debutado en esta clase de competencias! 

“Guimard fue de los integrantes de la generación pionera, el único  que tuvo una trayectoria digna de mención allende los mares (si excluimos de ese concepto a la participación de los connacionales en las Olimpíadas).                                                 

Es que Guimard conquistó el primer premio en un torneo en Berlín´37 (junto a Rellstab)[2] y compartió el 15° lugar (entre 20 participantes) en el fuerte Magistral de Groeningen´46.[3] Ese mismo año logró, además, el tercer puesto en el Torneo Internacional de Barcelona.[4]

“En 1950 obtiene el título de maestro internacional (MI) y, al compartir  el cuarto lugar en el magistral de Buenos Aires´60, logra lo máximo en el escalafón, al lograr el título de gran maestro (GM). En este último torneo Guimard iguala posiciones con Evans, Rossetto y Taimánov, detrás de Korchnói (que fue el ganador), Reshevsky y Szabó, y delante de Ólafsson, Unzicker y Gligorić.

“Fue, por otra parte, capitán del equipo argentino que enfrentó en nuestro país (en el Teatro Cervantes de la Ciudad de Buenos Aires) en 1954 al poderoso equipo soviético donde, como jugador, además, empató con 2 a 2 con Boleslavsky. Recordemos que el elenco visitante estaba integrado, entre otros, por Bronstein, Keres, Géler y Petrósian.

“Participó de sendos Interzonales con rumbo al título mundial. Fue 13ro., entre veintiún participantes, en Gotemburgo´55 (ganó Bronstein seguido por Keres, ¡Y nuestro Panno!) y fue 10° entre veintidós en el Torneo de La Habana´62 (ganado por otro argentino: Miguel Najdorf). 

“Periodista, dirigente y organizador de torneos, tuvo un juego vigoroso y dinámico de estilo clásico. Y presidió muchos años la Federación Argentina de Ajedrez.

“Fue el creador de la Variante que lleva su nombre en la Defensa Francesa: 1.e4 e6 2.d4 d5 3. Cd2 Cc6!? («Solo sé que tengo que atacar el peón de d4», así expresó, en un reportaje, la base de esa novedosa idea, concebida para una fase temprana de una defensa más que jugada y renombrada). 

“Participó Guimard en cuatro Olimpíadas: Estocolmo´37, Buenos Aires´39, Dubrovnik´50 y Ámsterdam´54.   

“En los Juegos de Estocolmo hace su debut a sus veintiséis años, en el cuarto tablero, alcanzando once puntos en dieciséis (69%) con notables ocho triunfos, seis empates y apenas dos derrotas. En estos Juegos Guimard estuvo fantástico al inicio, con tres triunfos seguidos (uno excelente ante el local Stolz) y lo propio acaeció en el cierre, ya que allí acumuló otras cuatro victorias consecutivas. En el meridiano de la competencia desmejoró algo (un triunfo, seis empates y dos derrotas), siendo la actuación general más que relevante. En esta parte intermedia del Torneo, empata con el húngaro Steiner, con el checoslovaco Pelikán y con el inglés Golombek, perdiendo el invicto con el norteamericano Kashdan. A excepción de una partida que lo hace en el cuarto, todas las demás las despliega en el tercer tablero, obteniendo la medalla de plata (ya que la de oro fue para el sueco Danielsson con el 78% de los puntos).

“En el Torneo de las Naciones de Buenos Aires´39, Guimard tiene una actuación también importante, al lograr once puntos y medio en diecisiete (68%), producto de nueve triunfos, cinco empates y tres derrotas. De local, Guimard comienza con un triunfo y una derrota, para darle espacio ulterior a un paso arrollador, en el que obtiene cinco éxitos seguidos (venciendo en ese tramo al lituano Luckis y a Pelikán). Vienen más tarde dos empates y acumula dos victorias más, ¡Redondeando ocho puntos en nueve en este fragmento de la competencia! Al final, no puede sostener este impresionante ritmo, ya que gana una sola partida más, pierde dos y hace tres tablas.

“Juega siempre de tercer tablero, pero curiosamente no accede al medallero (el que obtiene una de bronce, y en esa posición, es su compatriota Jacobo Bolbochán quien, en realidad, jugó más bien de segundo tablero en Buenos Aires). Si se hubiera computado su actuación global como representativa del cuarto tablero, donde en rigor estaba inscripto, hubiera sí accedido a la medalla de bronce. 

“Amén del descollante papel que le cupo a Pléci, lo de Guimard está en la misma línea a la luz de estimar lo más destacado de los argentinos en el periodo al que se refiere este libro. Juega todas las partidas (a excepción de una en Buenos Aires) obteniendo un 68,8% en Estocolmo´37 y un 67,6% en Buenos Aires´39, redondeando una cifra promedio espectacular de 68,2% tras obtener, en ambas pruebas, diecisiete triunfos, once empates y registrando únicamente cinco caídas.

“Tras Buenos Aires, y en los Juegos de Dubrovnik´50, que son los primeros tras el fin de la conflagración mundial, Guimard integra, en el tercer tablero, la honorífica representación nacional que obtiene, por vez primera, ¡Una medalla de plata a nivel equipo en las Olimpíadas! Y ese éxito, por suerte, no iba a ser el único que habría de obtener nuestra delegación en aquellos años. 

“La actuación de Guimard aquí es más que correcta, ya que cumple con creces con un 60%,  a partir de cuatro triunfos, cuatro empates y dos derrotas. Y ascendiendo en dos ocasiones al segundo tablero. Con esta dedicación queda, nuevamente, al borde de la medalla ya que, como en los Juegos anteriores, es cuarto en su tablero.

“En Helsinki´52 no juega, reapareciendo en 1954 en los Juegos de Ámsterdam donde Argentina, como en las dos veces anteriores, ¡Se consagra subcampeona olímpica! En los Países Bajos juega Guimard muy pocas partidas, solo seis, dos en el tercer tablero y las restantes en el cuarto, ya que se alterna durante su devenir con Rossetto y con Pilnik. Es que a partir de estos Juegos los equipos podían contar con dos suplentes, en vez de uno solo como venía sucediendo previamente, y la Argentina completó una poderosa delegación conformada por un sexteto de ajedrecistas notables. Comienza con una derrota, que sería la única, para luego llevarse tres triunfos y dos empates, con lo que redondea cuatro en seis, y un 67% de los puntos posibles.[5]

“Finalicemos con el semblante que nos prodigó Martínez Estrada de la mayoría de los jugadores de estos años, en este caso cuando pone el foco en la figura de Carlos Guimard:

“Con Carlos Guimard hablé dos veces y resultó que desde mucho tiempo antes éramos amigos. Si lo hubiera encontrado en la calle sin haber visto jamás su retrato lo habría reconocido. Hay entre su estilo de juego y su persona una concordancia fundamental. En él juega la inteligencia y la intuición primaria, lo que va directamente del principio al fin y lo que se demora voluptuosamente en lo complejo, igual función. Una especie de arabescos llenos de malicias, de digresiones ladinas, sin perder el rumbo ni dejarse atrapar, sin que lo atemoricen los eventos de la marcha. En la inflexión meliflua de su voz y en la mirada que se cansa pronto de estar quieta, hay la persistente búsqueda de un descuido para asegurar cualquier pequeña ventaja definitiva. Cualquier pequeño desliz o error, y estamos perdidos. Algunas de sus partidas parecen concebidas por el procedimiento que produce la hipnosis: son obras maestras de fascinación, donde la fuerza destructora no siempre se ve llegar de frente, sino que resulta mortífera en razón de palabras y de miradas y de una especie de pases magnéticos que al fin y al cabo causan la muerte, pero en tal forma que casi se tiene la obligación de agradecérsele. La rareza de su estilo de juego se basa regularmente en complicadas maniobras estratégicas de largo alcance, donde un plan comprende a menudo otros planes concéntricos o subsidiarios que es muy difícil prevenir y evitar, porque con movimientos tan dulces y delicados dan ganas de experimentar cómo diablos se puede ver uno de espaldas en el suelo”.”

Agreguemos ahora otros apuntes:

Campechano y pícaro. De modales pausados. Una simpatía y una exquisita cultura, sazonadas con una vida pletórica de anécdotas”. Así lo describe el periodista Luis Scalise en el excelente reportaje que le dedicara en la revista Tiempo de Ajedrez de abril de 1993. Y esta descripción coincide con el concepto que tienen de él todos los ajedrecistas que lo conocieron.

Su condición de santiagueño, y el humor popular en torno al temperamento pausado de los habitantes de esta provincia, era utilizado y hasta exagerado por Guimard para divertir a la gente que lo rodeaba. “No hay nada que hacer. Las escaleras se han hecho para bajar”, decía Don Carlos alguna vez que debía emprender el ascenso de una de ellas, nos cuenta Panno. Y así es como le relata a Scalise que su llegada de Santiago del Estero a Buenos Aires fue “lenta”, porque primero recaló un tiempo en la provincia de Santa Fe.

Imagen de Carlos Guimard en la tapa de la revista El Gráfico

Además de las pruebas internacionales ya consignadas, merece destacarse especialmente su desempeño en el torneo de Carrasco, Uruguay, de 1938, donde obtiene el segundo puesto, escoltando al mítico Alekhine con quien empata la partida individual.  En Viña del Mar, Chile, en 1945, gana otro magistral, superando a Najdorf; y fue, en esa década, y en las siguientes, un permanente animador de los torneos internacionales disputados en Mar del Plata.

Su despedida internacional fue en el memorial Staunton de 1996, en Groninga, en la que participaron jugadores muy veteranos, y en el cual, con triunfo de Smislov, y segundo puesto de Najdorf, Guimard, que ya contaba con ochenta y tres años de edad, queda cuarto, con Szabó, detrás de Denker, y adelantándose a Yanovsky y Christoffel.

En su dilatada trayectoria con el juego-ciencia, a sus logros como jugador hay que agregarle su actividad periodística, tanto en medios especializados como en los de circulación masiva. En el tomo anterior ya hemos hablado de su columna de ajedrez en el diario Crítica y de cómo terminó siendo el verdadero autor de las crónicas que el cubano José Raúl Capablanca volcaba en ese medio durante el transcurso de la Olimpíada de Buenos Aires´39. Él, en realidad, debía darle forma y pasar al papel las ideas y los comentarios que le dictara el cubano. Así ocurrió en la primera nota, a la que el maestro santiagueño le agregó sus propias ideas. Y cuando quiso hacer la segunda, se encontró con que Capablanca le dijo: “Oye chico, tú has hecho tan bien la primera nota que…bueno, por qué no sigues haciéndola ¿eh?”. 

También, y siempre durante ese Torneo de las Naciones disputado en calidad de local, Guimard tuvo un programa radial en el que comentaba los acontecimientos que se sucedían rueda tras rueda. “Primero lo buscaron al Gordo (Grau) para que hablara de la Olimpíada, pero estaba ocupadísimo y ni los atendió. Finalmente me llamaron a mí, que terminé haciendo la audición con un buen contrato”. Cuando Grau se enteró “comenzó a ponerse celoso”, le relata Guimard a Scalise (recordemos que en esos años previos a la existencia de la televisión, la radio ocupaba su lugar en el interés masivo). Y, ante esto, Guimard, con gran generosidad, lo convocó a Grau a sumarse al proyecto. “Hablé con los de la radio y luego con Grau. El gordo tomó la manija y el programa resultó un éxito bárbaro…y ganamos unos buenos pesos. El gordo con el micrófono era Gardel”.

Completando la reseña de su polifacética vinculación con el ajedrez, debemos señalar que también fue activo organizador de torneos y hasta Presidente de la Federación Argentina de Ajedrez, cargo que ejerció entre 1969 y 1971. 

Como es de imaginar, ninguna de estas actividades representaron su medio de sustento económico, ya que el mismo provenía de su condición de productor de seguros de la empresa estadounidense Jackson National Life Insurance Company, a la que había accedido (como algunos otros ajedrecistas de nuestro medio), por recomendación de Miguel Najdorf. 

Su relación con Don Miguel fue inicialmente muy amistosa, como fruto de la camaradería que se da al compartir decenas de viajes por el mundo para participar en torneos. Se conocieron en la Olimpíada de Estocolmo´37. Otra conocida anécdota que cuenta Guimard se ubica en la previa al viaje de ambos a La Habana para jugar el Memorial Capablanca de 1962. 

A modo de planificación de este torneo, Najdorf le dijo: “Mirá Negro: para este torneo llegamos tres días antes, vamos a comer sin alcohol, nos vamos a acostar temprano, y nos va a ir muy bien”. Así fue. Haciendo vida de monjes, llegan a la primera rueda: Najdorf 0, Guimard 0. Siguieron cenando sin alcohol y acostándose temprano. Segunda ronda: Najdorf 0, Guimard 0. Y entonces Najdorf le dice: “Negro, se acabó. ¡Vamos a emborracharnos!”. A partir de la tercera ronda aparecieron excelentes resultados, que encumbraron a Najdorf a un excelente primer puesto, delante de Spassky, Polugaievsky, Gligorić, Smislov e Ivkov, y registrando sólo dos derrotas, las apuntadas en la referida etapa “ascética”. Y con respecto a Guimard, obtuvo un respetable décimo puesto, en un exigente torneo de veintidós maestros, y delante de jugadores de la talla de Pachman, Matanović y Eleazar Jiménez, entre otros. “El hombre propone, y Dios dispone” fue la explicación del maestro santiagueño sobre este acontecimiento.

Sin embargo, Armando Hiebra[6] cuenta, en el libro Najdorf x Najdorf que, alguna vez, a raíz de una fuerte pelea, Guimard decidió no volver a dirigirle la palabra a Najdorf. Transcurrido algún tiempo, parecía que la desavenencia se había subsanado, ya que se los pudo ver a ambos conversando. Pero no era tan así. “Yo no le hablo, sólo le contesto” fue la explicación de Guimard.                                      

La política nacional se cruzó de mala manera en la vida de Guimard en 1966.  En el triste episodio conocido como “La Noche de los Bastones Largos”, ocurrido el 29 de julio de ese año, el gobierno militar del dictador Juan Carlos Onganía, temeroso de la infiltración  de ideología marxista en los sectores intelectuales, intervino todas las Universidades nacionales, llegando a hacerlo con brutal represión policial en los casos de hallar resistencia. El objetivo: expulsar de los claustros a todos los intelectuales sobre los cuales existiera una mínima sospecha de vinculación con la izquierda. El resultado final de esta operación fue el éxodo masivo de los mejores docentes e investigadores, tales como César Milstein o Manuel Sadovsky, quienes emigraron a otras latitudes, constituyendo una pérdida de materia gris irremplazable.

Entre los intelectuales que abruptamente se quedaron sin trabajo, estaba la única hija de Guimard, una destacada docente e investigadora en Física, que se vio obligada a buscar nuevos horizontes. ¿Dónde pudo, finalmente, encontrar un nuevo trabajo una investigadora expulsada de la Universidad por su supuesta militancia marxista que era entendida como profundamente antinorteamericana? Precisamente en los Estados Unidos de América, en un centro académico de la ciudad de Nueva York, lugar que fijó como su residencia definitiva, privando a Guimard de poder verla frecuentemente, lo mismo que a su nieta. Sobre esta última, manifestó con orgullo su respeto a sus raíces culturales: “Mi nieta vive en Nueva York, pero habla el quichua mejor que yo”.

Para Chessmetrics, Guimard fue el jugador N° 14 del mundo, posición desde ya que notabilísima, en dos momentos históricos: octubre y diciembre de 1938, con un ranking de 2.647 puntos, que se elevó a 2.698 tras su categórico triunfo en el match por la corona nacional de 1941, cuando se impuso por 8 a 1. 

A fines de los 30 era por lejos el mejor jugador argentino. Y si vemos el listín del tiempo de su cénit personal, sólo era superado por Alekhine, Botvínnik, Reshevsky, Fine, Capablanca, Flohr, Keres, Euwe, Eliskases, Pirc, Levenfish, Bogoljubow y Ståhlberg, estando Guimard por delante de, entre tantísimos otros: Steiner; Petrovs; Ragozin; Tartakower; Szabó; Lilienthal; Maróczy; Spielmann y, desde luego, el propio Najdorf. ¡Y tenía por entonces apenas veinticinco años de edad!

Guimard es un talento ajedrecístico que trascendió eras. Fue un exponente destacado de “la generación pionera”, y lo volvería a ser de “la generación plateada”, con medallas olímpicas individuales en ambos periodos, más su aporte para las colectivas en los 50. Para más, llegó a ser Presidente de la FADA, otro rasgo distintivo ya que ningún otro jugador prestigioso del país alcanzaría esa cumbre dirigencial.

Guimard fue único. Por dónde se lo mire. Podría decirse, sin temor a equivocarnos, que es un auténtico prócer del ajedrez argentino.


Pueden ver sus partidas ingresando al siguiente link


[1] Lo alcanzaría en 1960.

[2] Hizo cinco puntos en siete. Pierde con Rellstab, empata con Kieninger y Sclage, derrotando a los restantes participantes del certamen, entre ellos Saemisch y Brinckmann.

[3] En el que se impuso Botvinnik delante de Euwe, Smislov y donde aparece cuarto Najdorf. Guimard logra siete en diecinueve, con tres triunfos (uno ante Vidmar), ocho tablas (incluyendo empates con Smislov, Najdorf y Boleslavsky y ocho derrotas.

[4] Ganado por Najdorf con extraordinarios once puntos y medio en trece, delante de Yanofsky. Detrás de Guimard, que hace nueve puntos, quedarían O´Kelly de Galway, Golmayo de la Torriente, Wade y Arturo Pomar.

[5] Está claro que en el próximo libro, el de “la generación plateada”, habremos de abundar en todo ésto. Pero, como en el presente estamos reflejando la trayectoria de jugadores de “la generación pionera”, y Guimard es el nexo entre ambas. Por razones de autonomía literaria debimos, necesariamente, apuntar estos datos ahora mismo.

[6] ExPresidente del Club Argentino de Ajedrez.

 

 

 

Guimard, pionero y exponente de la era dorada
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