Lope de Vega, fénix de los ingenios, fénix del ajedrez

En plena Edad Moderna, en el contexto de una creciente influencia hispana, y de su ulteriormente bautizado Siglo de Oro, el ajedrez seguirá teniendo protagonismo en el mundo de las letras. Lope de Vega, creador de la denominada «comedia nueva», fue uno de ellos. En este recorrido, repasaremos la presencia del juego ciencia, en obras como La boda entre dos maridos, La obediencia laureada, La noche toledana, La fuerza lastimosa, El primer Fajardo, Famosa de servir a señor discreto, Los pastores de Belén, La dama boba, El Genovés liberal, Los locos de Valencia, y muchas más. Pensando en el ajedrez, contribuyó decisivamente a la popularización del juego, para que no sólo quede circunscripto a los ámbitos cortesanos. Lo recordamos en un nuevo aniversario de su nacimiento.

Por Sergio Negri

imagen-de-lope-de-vega El Siglo de Oro español, un tiempo que va aproximadamente desde el descubrimiento de América por parte de los europeos extendiéndose  por casi dos centurias, es recordado como un periodo particularmente rico en materia de literatura. Pero también lo fue en lo que respecta a otras disciplinas: música; arquitectura; filosofía y artes plásticas.

Corresponde en todo caso a una época en la que, a partir de la reconquista de Granada, y la consiguiente unificación del territorio ante la expulsión de los moros, y gracias a las mieles obtenidas en las tierras conquistadas allende los mares, España se había tornado muy poderosa. Era un portento de Nación. Era un modelo a imitar.

Las artes, en un contexto de tanta riqueza material y de renovadas, aunque por momentos controvertidas (eran tiempos también de la Contrarreforma) inquietudes espirituales, podían florecer. Las Universidades de Salamanca y de Alcalá de Henares, en este contexto, constituían faros que iluminaban el pensamiento.

En el campo de las letras, al incomparable Miguel de Cervantes Saavedra, la máxima pluma en idioma castellano de por siempre, que responde a esta era, se sumarán, entre muchos otros, los egregios nombres de Antonio de Nebrija, Bartolomé de las Casas, Garcilaso de la Vega, Santa Teresa de Jesús (en su Camino a la Perfección no hesitará en mencionar al ajedrez), Fray Luis de León, Luis de Góngora, Francisco de Quevedo, Tirso de Molina, Baltasar Gracián, Pedro Calderón de la Barca y, allende los mares, Sor Juana Inés de la Cruz. Autores ignotos darían pruebas de su talento, a quienes se les deberá La Celestina y el Lazarillo de Tormes.

En ese contexto surgirá alguien que, dentro de tantas luminarias, se destacaría especialmente. Un autor que habrá de revolucionar un género, el del teatro, que alcanzará gracias a sus extraordinarios aportes, niveles inusitados en términos de calidad y de popularización. Un autor al que habrá de corresponder asignarle el mérito de gestar la denominada comedia nueva. Un autor al que complementariamente se le deberán otras muchas contribuciones literarias. Se trata de Lope de Vega a quien le dedicamos estas líneas en las que exploraremos específicamente su vínculo con el ajedrez.

Es que Lope, como muchos de los grandes escritores de este nuevo tiempo, seguirá profundizando la línea trazada en la Edad Media en lo que respecta a la utilización del más influyente de los juegos de tablero como recurso narrativo.

Ya ello venía ocurriendo antes, con Dante Alighieri (1265-1321) y Giovanni Bocaccio (1313-1375) en Italia; con Geoffrey Chaucer (1343-1400) en Inglaterra, con Jayam (1048-1131) y en Las Mil y una noches, aún antes, en el Oriente Cercano; con los sermones de Jacobo Cessolis (1250-1322) plenos de parábolas ajedrecísticas (publicados gracias a la imprenta en Inglaterra incluso antes que la Biblia); con los innumerables libros de divulgación, como el precioso y preciso que se le debía al rey Alfonso X el Sabio (1221-1284); con los cantares de juglares y trovadores; con los aportes que alimentaban el culto mariano, tal el de Gautier de Coincy (1177-1236); con los relatos de caballería o gestas amorosas en las tradiciones germana, inglesa y francesa. En todos estos casos el ajedrez había sabido dar su presente como signo de su relevancia social y cultural en el Medioevo.

Estando ahora instalados en la Edad Moderna, en el contexto de una creciente influencia hispana, y de su ulteriormente bautizado Siglo de Oro, el ajedrez seguirá teniendo protagonismo en el mundo de las letras. Con Cervantes, con Lope de Vega, con muchos otros.

El entretenimiento clásico de un continente que lo había recibido de manos de los musulmanes y por Bizancio, en esta caso gracias a los persas, en una Europa en donde se lo adaptará y resignificará hasta convertirlo en un juego más potente y atractivo que se transformará en el más influyente de todos, ahora, con las expediciones en busca de riquezas que pondrán proa hacia el nuevo mundo, la más cercana África y el Oriente Lejano, habrá de universalizarse, definitivamente, por lo que será objeto de atención desde las usinas de pensamiento, aquí y allá.

El ajedrez, a partir del reemplazo de la pieza de un visir, que resultaba tan exótico en Occidente, por la de la reina (la futura más democrática dama); y por la ampliación del movimiento de este mismo trebejo y el del alfil, se habrá de transformar en un juego más dinámico y peculiar. Además, con la introducción en el tablero de una pieza con rostro de mujer, sus posibilidades de uso metafórico en otros campos del saber se ampliaban enormemente. Ya el recorte social no quedaba mutilado por su ausencia. En este estimulante contexto, que las grandes plumas del Siglo de Oro español repararan en él, constituirá un aporte crucial a la hora de su definitiva popularización, con lo que ya no sólo en las cortes y otros sectores privilegiados podrá disfrutarse de su práctica.

Es en ese contexto que Lope de Vega (Lope Félix de Vega Carpio) hace un aporte impar. El gran poeta y dramaturgo, que nació el 25 de noviembre de 1562 y murió el 27 de agosto de 1635 (en ambas ocasiones en Madrid), por lo prolífico de su obra (su biógrafo Juan Pérez de Montalbán le adjudica unas 1.800 comedias y unos 400 autos, sin contar su profuso epistolario) recibió el apelativo, con toda justeza, de “El Fénix de los ingenios”; aunque también se lo reconoce como “El Poeta del cielo y de la tierra” o, Cervantes dixit, “El Monstruo de la naturaleza”.

imagen-del-libro-la-boda-entre-dos-maridosUn autor, de obra tan extendida, no habría de dejar de posar su mirada en ese juego que se disputaba en un tablero escaqueado. Una primera vez en la que Lope abordó el tema se da en La boda entre dos maridos,  pieza de teatro que se estrenó en 1598.

La trama va de dos amigos, Lauro y Febo, el primero de los cuales cede al otro desempeñar el rol de marido en la boda con Fabia, a quien amaba. Celia, la hermana de la disputada dama, quien por su parte estaba enamorada de su cuñado, en el Acto III, se lamentará: “Con mi fortuna inhumana/juego al Axedrez, y pierdo/la vida que el tiempo gana./En Lauro, en Febo, y en ti/tres casas muda mi fama,/el mate viene tras mi,/pues no ay peón que a la dama/no diga la que de aquí./Desesperada me voy, de mi voluntad corrida. ”.  ¡Con lo que ese amor esquivo es asociado a una situación de derrota en el juego de ajedrez de la vida!

El texto, en todo caso, tiene como eje el privilegio que supuestamente tiene la amistad respecto del amor. Siendo así, la tensión homoerótica que existe entre los protagonistas varones del relato podría, con mirada anacrónicamente actual, hacer presumir que el título hubiera podido ser confundido con un caso de matrimonio igualitario. Pero no; estamos recién saliendo de la Edad Media, por lo que, esa suposición,  máxime en el contexto de la Contrarreforma en curso, sólo puede sostenerse al hilar muy fino y al apartarnos del contexto de la época.

En el Acto I de La obediencia laureada, trabajo que se cree apareció entre los años 1604 y 1606,  hay un personaje que se llama Guarin, que oficia de lacayo quien, en cierto momento, llega a plantear: “Ea, por Dios, dime aquí/las partes de tu galán,/es cavallo, o es arfil?/Es roque, o peón? Es page,/o escudero gandalin?…”.

Más allá de las distintas formas léxicas (cavallo/caballo; arfil/alfil; page/paje; y ya se apreció antes otra que es todo un clásico de la época: axedrez/ajedrez), debe hacerse otra aclaración: roque corresponde a la denominación que por entonces se le daba a la pieza de la torre. Y unaa más, para una mejor comprensión del pasaje: gandalin alude desde luego al principal asistente de Amadís de Gaula, el más famoso libro de caballería medieval (el  mismo en el que se inspiró Cervantes al concebir El Quijote).

En ese mundo de experiencias, la pregunta que se hace el personaje parece atinada, en el contexto de establecer un cierto ordenamiento social. No es lo mismo ser roque que peón. Es más, aquélla era la pieza más relevante del ajedrez, en términos de movimiento, hasta que la de la reina apareciera y adquiriera su ampliada movilidad.

A  mayor abundamiento en cuanto a esa pieza del juego, cabe agregar que sirvió para numerosos usos literarios, como el que le dio de Cervantes en Pedro de Urdemalas, trabajo de 1615, donde se dirá: “Prenderá a la dama hermosa, / sin alguna duda, el Roque. / Roque ha de ser el que prenda / en este juego a la dama, / puesto que ella se defienda; / que su ventura le llama / a gozar tan rica prenda (…) Será así, / porque es el Roque tal pieza, / que no hay dama que se esquive / de entregalle su belleza; / y aunque en estrecheza vive, / es muy rico en su estrecheza”.

imagen-del-omnipresente-cervantes-y-su-quijote

Roque persona, roque trebejo, en el tratamiento literario cervantino. Contrariamente, en lo que a Lope atañe, no llegamos a apreciar el empleo de este recurso polisémico, salvo a la hora de hacer alusión al santo de ese nombre, cuestión que se abordará más adelante.

Volviendo de lleno a El Fénix de los Ingenios vemos que, en 1605, el mismo año en que aparecerá la primera parte de El Quijote, estrena La noche toledana, en cuyo Acto III el personaje encarnado por el Capitán Azebedo asegurará: «Muchas piezas de ajedrez/Comienza a entablar./Pienso que sus pensamientos/Son sacar de la talega/Los huéspedes con que juega,/De todos los aposentos…».

Sacarlos de los aposentos es una tarea de la que se encarga una Lisena disfrazada de la criada Inés (Ynes en el original), para alentar el pleno disfrute de una “noche toledana”, una velada a tope en la que puedan despertarse las pasiones, por lo que el descanso podía y debía postergarse. Así, se verá a todos los huéspedes en la posada desempeñarse a guisa de meras piezas de un ajedrez que podía alcanzar eróticas connotaciones. En un juego colectivo que resultará más amplio que el convencional, cada trebejo tendrá que enfrentar, a cada paso, el dilema entre seguir los dictados del placer o los preceptos de la moral.

La dama melindrosa (o Los melindres de Belisa) es otro aporte teatral, en este caso de 1608. En el Acto III, Escena XVIII, la protagonista a la que se alude en el título, a la vez que reconocerá ser efectivamente una caprichosa, podrá agregar: “Con hacienda vuestra/ Comeré perdiz,/Vestirá de tela/Algún serafín./Haránle su Adonis/Diosas de Madrid,/Que vuelven peón/El mejor arfil/…”.

Un arfil que, por lo visto, podría entrar en amores. Por lo que habría que creer que no guardaba asociación con figura religiosa alguna, como de hecho sucedía en el mundo anglosajón en donde la pieza respectiva se consolidará bajo el nombre de obispo o bishop. En ese contexto el agraciado podía ser objeto de galanterías femeninas que no resultaren  pecaminosas, en el caso que hubiera correspondido a una figura de la religiosidad. Aunque, pensándolo mejor, no podemos estar demasiados seguros de ello. Es más, en la vida real sabemos que, un Lope de Vega ya ordenado sacerdote, no se privará de embarcarse en relaciones amorosas (estaba visto que su exuberancia no sólo era proverbial a la hora de escribir…). Ergo, si en la realidad se lo permitió, bien podía registrar el amor clandestino de un religioso en alguna de sus ficciones. Pero, insistimos, al menos ello no ocurrió en este caso.

imagen-de-una-representacion-teatral-de-la-fuerza-lastimosa
Representación teatral de La fuerza lastimosa

En La fuerza lastimosa, publicada en 1609, observamos que la Escena III del Acto III transcurre en una sala del palacio. Allí se aprecia a un atribulado conde Enrique parlamentar con el rey de Irlanda, a quien se dirigirá en estos términos: «Por Dios, Rey, que sois un cesto,/Ya vuestra opinión y fama/Como de ajedrez ha sido;/Que el ser rey habéis perdido/Todo por guardar la dama...».

Es que el caballero estaba muy acongojado ya que había sido instado por el soberano a matar a su propia esposa para, supuestamente, enmendar una propia falta que había cometido en el pasado; es en esas condiciones que el conde no duda en interpelar al soberano. El planteo, el de un rey perdido puede, en principio, visto desde la perspectiva del ajedrez, resultar algo equívoco. Por lo que merece una aclaración. No es que Enrique le indica al rey que se haya sacrificado a sí mismo para conservar la dama; lo que en realidad está queriendo significar es que el monarca en todo caso lo obligó, no sólo a matar a su cónyuge sino, y en este contexto puede interpretarse lo de “guardar la dama”, a contraer enlace con otra señora.

El primer Fajardo, surgido circa 1610/1612, es una obra que está contextualizada en la clásica historia de los enfrentamientos que tuvieron en España moros y cristianos. Se describe una escena en la que el tablero de ajedrez aparece nítidamente: “Alcen una antepuerta, y vean en una tarima, con su alfombra, Xarifa y Abindarráez, en sus almohadas, Zaira y Fátima hablando, y el rey y Fajardo jugando al ajedrez, y dos músicos cantando así” y, en ese punto, se presenta un hermoso cantable, que era popular en aquellos tiempos: “Jugando estaba el rey moro/en rico ajedrez un día/con aquese gran Fajardo,/por amor que le tenía./Fajardo jugaba a Lorca,/y el rey jugaba a Almería,/que Fajardo aunque no es rey,/jugaba cuatro o seis villas./Mucho holgaba el rey de ver/que Fajardo no tenía/dónde guardar su rey/cual si fuera de Castilla./”.

Se iba consolidando un tratamiento ficcional que, sin ser por cierto novedoso, no dejaba de aparecer sugerente: la posibilidad de que en una partida de ajedrez se pudieran disputar territorios (la propia bandera escaqueada de Croacia remite a una leyenda de comienzos del segundo milenio que opera en este sentido). Con lo que, ambos protagonistas, eran a la vez jugadores y directores de la batalla, dentro y fuera del mundo de los sesenta y cuatro escaques.

Un dato más: Lorca, en este contexto, era el reino sitiado por las fuerzas invasoras, las mismas que introdujeron al territorio el shatranj.  Los moros, al invadir España, habían traído consigo al ajedrez, Ahora, en que serán expulsados, el juego pervivirá en una cultura que, no sólo que lo tomará para sí sino que, también, lo recreará y difundirá por buena parte del mundo.

El nombre de Fajardo, mencionado en el texto, tiene cierta ambigüedad, tan típica del fenómeno del cristiano fronterizo (idea de la persona castellana aunque ligeramente arabizada); es que significa “el de Alfajar”, nombre del rey moro vencido que debió ser asumido por el español victorioso. Un claro caso de influencias recíprocas, de transmutación o, incluso, extremando el concepto, de canibalismo.

Viene a cuento un romance de autor anónimo que corresponde a tiempos previos, los del rey Enrique IV de Castilla (1425-1474), titulado “Lance de juego entre el Rey moro de Almería, y Fajardo, Alcalde de- Loja”, que es el que en buena medida Lope reproduce en el mencionado pasaje. El que dice así: “Jugando estaba el rey moro/En un ajedrez un día,/Con aquese buen Fajardo/Con amor que le tenía./Fajardo jugaba a Loja,/Y el moro rey á Almería;/Jaque le dio con el roque,/El alférez le prendía./ A grandes voces dice el moro:/ -La villa de Lorqa es mía./Allí  hablara Fajardo,/bien oiréis lo que diría:/ -Calla, calla, señor rey,/ no toméis la tal porfía,/que aunque me la ganases/ella no se te daría./Caballeros tengo dentro/que te la defenderían./Allí hablara el rey moro/bien oiréis lo que diría:/-No juguemos más Fajardo,/ ni tengamos más porfía;/ que sois tan buen caballero/que todo el mundo os temía.”.

La historia verídica parece ser distinta de la planteada en el cantar. Parece ser que, lejos de con un rey moro, la lucha de Alonso Fajardo se habría suscitado con el propio monarca, quien estaba algo cansado de su rebeldía (había apoyado previamente al infante de Aragón, enemistado con su primo, el príncipe castellano, y futuro Enrique IV).

imagen-del-libro-famosa-de-servir-a-senor-discretoEn los mismos años que la obra previamente visitada, se publica Famosa de servir a señor discreto, una comedia en la que Lope presenta al hidalgo Pedro, enamorado de Doña Leonor, a quien por todos los medios pretende conquistar.

Transcurriendo las cosas en Sevilla, la Escena IX del Acto I, muestra a Giron (G), el servidor de mentas, estar vendiendo coplas de poetas, que contemplan cinco elogios milagrosos, el segundo de los cuales tiene estas características: “El segundo, cómo fue/La ocasión de aquella tabla/De ajedrez donde se entabla/Este blasón, y porqué/El Rey Abarca le dio,/Y en contraditorio juicio,/Para mayor beneficio,/El nuestro le confirmó:/Que á su Rey dio libertad/Aquel Bastan de quien vienen,/Y por él las armas tienen,/Que es notable autoridad.”.

Más luego, en la Escena IX del Acto II, un astrólogo de nombre Severo (S) hace sus predicciones a Girón y a Pedro (P). Al primero le hablará de futuros vástagos, al otro, que es su patrón, le platica sobre que el bien lo hallará en algún puerto.

El diálogo se da de este modo: “Tú sirves con grande amor,/puesto que te enojas luego,/Solo te digo, está atento,/ que harás tu sangre axedrez”. El diálogo prosigue así: “G. Axedrez?/S. Hablé una vez, y ya muchas me arrepiento./G. Yo axedrez mi sangre?/S. Sí”. Allí intercede el propio Pedro (P) diciendo: “Yo hallaré en puerto mi bien”; culminando la escena de este modo: “S. Tu bien en puerto también, y tú verás que es ansí./G. Yo imagino dos mil modos, y en este axedrez no acierto./P. Yo sí, porque sé que el puerto es la muerte para todos.”.

La vida se presenta como un juego, como el ajedrez. Resulta en buena medida perturbador que Pedro divise en ese puerto el destino final común: el de la muerte. Por su parte, la asociación de la sangre con el juego, tiene un significado que es menester explicar; es que, uniendo la sangre propia, la del criado, con la de Leonor, una mulata de la que está enamorado, podrá darse en el futuro una distinta coloración en la piel de la descendencia: habrán vástagos blancos y negros, los colores de las piezas del ajedrez. En palabras de Lope: “El astrólogo me dijo/verdad pura; que sí tengo/hijos; ajedrez serán,/pues serán blancos y negros.”.

En la Escena XVII del Acto II, se los verá conversar a Pedro y Girón: “G. ¡Admirable pensamiento!…/Y que con él se concierta/Servir a señor discreto./Más tú, que entiendes problemas,/¿Qué será aquel mi ajedrez?/P. Que si por dicha le juegas,/De allí te vendrá algún bien./G. Erraste: no me contenta./¡Yo ajedrez! ¡estudiar yo!…”.  Una nueva posibilidad de ver al ajedrez en un rol alegórico.

En el género de novela, que también Lope supo recorrer, en 1612 se publica Los pastores de Belén.  En evidente tono de juego de palabras, buscando cacofonía con la terminación de ellas, un personaje llamado Ergasto formula esta enumeración: “Tapiz, paz, taz, matiz, perdiz, montaraz, faz, nariz, Booz, almirez, capuz, coz, ajedrez, avestruz”.

Casi de inmediato, aceptando el desafío que se le propone, otro caballero, de nombre Alfesibeo, termina por completar el cuadro componiendo este epigrama: “Sin fuegos, sin paredes, sin tapiz,/yace entre pajas quien nos dio la paz,/y hoy juega con el hombre taz a taz/cubierto Dios con el mortal matiz./En mimbres, como jaula de perdiz,/con llanto llama al hombre montaraz,/y porque tiemble de la humana faz/a Leviatán enfrena la nariz./Rut tiene a Obed, el hijo de Booz,/y pues le ha de moler en almirez,/bien se puede vestir negro capuz./Ya no dará, como otras veces coz/al alma, pieza negra en su ajedrez,/ni será de mis yerros avestruz”.

imagen-del-programa-de-una-representacion-de-la-dama-boba-en-el-teatro-cervantesEn 1613 aparece La dama boba donde, en un diálogo que se presenta en la Escena II del Acto I, dos caballeros, Liseo (Li) y Leandro (Le), respectivamente el huésped y un caminante que viene de la capital del reino, se los aprecia discurrir de esta manera: “Le. Es Madrid una talega/de piezas, donde se anega/cuanto su máquina pare./Los reyes, roques y arfiles/conocidas casas tienen;/los demás que van y vienen/son como peones viles:/todo es allí confusión./Li. No es Otavio pieza vil./Le. Si es quien yo pienso, es arfil,/y pieza de estimación…”.

Como se verá, las personas pueden ser asociadas con los atributos de las piezas del ajedrez con las que se las identifica, en la tradición metafórica que había iniciado en el siglo XIV el fraile dominico Jacobo de Cessolis,  a quien se le debe Líber de móribus hóminum et de officiis nobílium súper lúdum scacchórum (o más sintéticamente: Ludus scacchórum o, en nuestra lengua: El Juego de Ajedrez), donde se reproducen sus sermones que fueron sumamente descriptivos de la sociedad de su tiempo, en cuanto a su funcionamiento y en lo que respecta a los valores que deberían imperar. Lope, ahora, aunque parcialmente, retoma el argumento.

Otavio, en este contexto, es un personaje encarnado por un viejo que no puede ser considerado “pieza vil” (¿el peón merecería ese calificativo?). Es interesante que se lo asocia con el “arfil” y, en algunas otras geografías, la pieza de alfil, además de obispo como ya hemos expresado, justamente estaba representado por un anciano (tal vez un juez, tal vez un sabio). En Francia, contrariamente, se la asociará con un loco o bufón (“fou”)

imagen-del-libro-el-genoves-liberalUna de las más hermosas referencias que hace Lope de Vega al juego se verifica en El Genovés liberal, comedia aparecida en 1614 en donde, en el Acto Segundo, Paulo, que es de profesión tintorero, asegurará: “Piezas somos de axedrez,/y el loco mundo es la tabla,/pero en la talega juntos/peones y Reyes andan.”.
A Paulo se le reconocía sabiduría y humildad. Quizás por ello pudo haber acuñado esta precisa parábola. Seguro que, por esas cualidades, será asimismo escogido Duque de Génova por sus propios conciudadanos, a la hora de  expulsar a los nobles franceses que dominaban la ciudad.

La idea de que la bolsa en que se depositan los trebejos democratiza a todas las figuras, es muy sugerente.  Pero no es novedosa. De hecho la había empleado quizás por vez primera el poeta persa Omar Jayam (1048-1131) quien, en Rubáiyat, incluye estos versos, conforme una de las tantas traducciones que existen: “Todo es un tablero de ajedrez de noches y días/donde el destino juega con piezas humanas:/las mueve aquí y allá, y les da jaque y mate,/y, una a una, las guarda de nuevo en el armario”.

El armario de Jayam (en otras versiones se habla de caja); la talega de Lope, y la bolsa que Cervantes pondrá en boca de Sancho Panza en El Quijote, cuando afirma lo siguiente:  “-Brava comparación -dijo Sancho-, aunque no tan nueva, que yo no la haya oído muchas y diversas veces, como aquella del juego del ajedrez, que mientras dura el juego, cada pieza tiene su particular oficio; y en acabándose el juego, todas se mezclan, juntan y barajan, y dan con ellas en una bolsa, que es como dar con la vida en la sepultura».

Una particularidad en el tratamiento de este tema que es digna de hacerse notar: mientras que el persa y Cervantes establecen una situación de paridad en el momento final, en el de la sepultura, Lope se manifiesta más vital al asegurar que, en la talega, en todo caso los peones y reyes siguen andando.

 

La Escena III del Acto III de El servir con mala estrella, publicada en 1615, es presentada del siguiente modo: “Córrese una cortina y se vé al Rey DON ALFONSO jugando al ajedrez con el Rey Moro DORAICEL, y alrededor sentados DOÑA MARCELA, DOÑA CLARA, DOÑA SANCHA y DOÑA HIPÓLITA, caballeros, criados y músicos”. O sea que Lope, en esta oportunidad, ya desde un plano físico, ubica al ajedrez como protagonista de la situación.

imagen-del-rey-alfonso-vii-de-leon-y-castillaEn ese contexto se presenta el siguiente intercambio de ideas entre un caballero francés de nombre Rugero de Valois (Ru), su lacayo Turin (T), el Rey Alfonso VII de León y Castilla (R) y el Rey moro de Jaén Doraicel (D): “Ru. Hoy le digo al Rey: Señor,/Íreme a Francia mi patria…/R. (Jugando) Jaque de aquí./T. Bien habló./Ru. Tómolo por mal agüero,/Pues jugando aquel peón,/A lo que yo le decía,/Su intención me respondió./T. Si entablas el ajedrez,/Y con la imaginación/Juegas, hallarás que pierdes/Dama y Rey./Ru. ¡Bravo rigor!/Piérdase todo, y no el tiempo./D. Perdí”.

Un rey español victorioso en la partida del juego sobre un rey moro, ese que había sido apresado por Rugero, por lo que se apropiará de las villas y los castillos que habían sido objeto de la apuesta. Tras este episodio el caballero decide regresar a su país cuando observa, como venía sucediendo desde siempre, la ingratitud del soberano que, al repartir los bienes ganados en ese encuentro ajedrecístico, lo hace entre los cortesanos presentes omitiéndolo. Un signo más de su mala estrella.

A S. Roque. Jaque de aquí con este Santo Roque, es el nombre del soneto, que lleva el número LXXI, que se incluye en sus Rimas Sacras, publicadas asimismo en 1615, que dice lo siguiente: “Jaque de aquí con este santo Roque,/peste cruel, que quiere Dios que aplaque/este bordón con su divino jaque/todo peligro que a los hombre toque;/y que las piezas del contrario apoque,/y el alma dama en el postrero escaque,/libre de tretas y peligros, saque/cualquiera que su nombre santo invoque./Procura el negro alfil que el hombre peque,/y con sus tretas  ya le pone a pique,/porque de la piedad la oliva seque./Mas Roque hace que el bordón se aplique/a la espada de Dios, y el rigor trueque,/y que su cruz a Cristo signifique”.

Una perfecta rima, basada en la sílaba final del nombre de un santo que había sido canonizado sólo recientemente, en 1584, uno de los  protectores de los peregrinos, a quien se le atribuye, y de ahí su canonización, haber curado, estando en Italia, a infectados por la peste negra que asoló a Europa en el siglo XIV. A esa historia debe adscribirse el texto de la mencionada rima.

Lo de San Roque permitía, además, y como ya se anticipó previamente, hacer uso del recurso polisémico por el hecho de la existencia en el ajedrez de la pieza del roque (la poderosa torre). Lo propio hizo Cervantes en Pedro de Urdemalas libro que, curiosamente, aparece en este mismo año de 1615 en el que Lope lo toma para sí. En la rima se además de Roque, se introduce también al jaque, al negro alfil, al escaque, a una alma dama y a las piezas del contrario; todas alusiones de indudable connotación ajedrecística.

imagen-de-san-roqueJaque son los poderes de Roque, para poner en retaguardia a la peste (las piezas del contrario). El negro alfil es el Mal, sin más, ese que propone tretas de las que nos debemos escabullira. Y, cuando habla de postrero escaque, alude a la coronación del peón que se transforma en dama, al alcanzar la última fila, a la que San Roque podrá y sabrá proteger.  La peste negra no deberá ganar esta partida en la que enfrenta a la Humanidad. San Roque no lo permitirá. Lope de Vega, con parábola ajedrecística incluida, lo registrará.

De 1617, regresando al teatro, tenemos El gran duque de Moscovia y emperador perseguido, en cuya Escena II del Acto II aparece  Demetrio, un niño de doce años, que aspira al trono de Polonia.

La trama se inspira en hechos reales, que eran contemporáneos. La legitimidad de ese reclamo, que Lope avalará en su obra, terminará siendo desmentida ya que se trataba efectivamente de un impostor. No obstante, logrará  ser coronado rey de Polonia, a inicios del siglo XVII, para ser destronado y muerto por un tumulto popular sólo once meses más tarde. Estos detalles el poeta desconocerá y son incluso anteriores al momento de publicación de su trabajo.

Por lo pronto, quedándonos en el mundo ficcional, que suele ser más grato, vemos a ese niño lamentarse: “Nací rey, pobre soy, secreto vivo”. No sabiendo donde ocultarse, se planteará: “No hay en este ajedrez tretas sutiles,/Porque se acaba el juego de manera,/Que los reyes, las damas, los arfiles/Junta la muerte, sin quedarse fuera/Las piezas altas ni las piezas viles.”.

Una vez más se plantea el uniforme destino final, el de que todos, independientemente de la condición social anterior, quedaremos empardados a la hora de la muerte.  Otra vez se verifica la distinción entre piezas: las altas, las más nobles; y las viles, en una denominación algo cruel, al aludir a los peones. Al cabo de la vida, ya lo sabemos, estas diferencias, que suelen alcanzar ribetes tan injustos en la distribución terrenal, son sólo provisionales. Una misma bolsa, una misma talega, un mismo destino a todos nos espera, en el ámbito de la trascendencia. O así es de suponer.

En el Acto II de Obras son amores, y no buenas razones, título de un trabajo que fue publicado en 1618, que se transformará en un refrán que llegará hasta nuestros propios días.

En cierto momento del Acto II, la duquesa Laura le dice a Lucindo, un caballero que se equivocó de casa a la hora de llevar unas prendas que tenían como destinataria a una condesa: “Bien á fe/una de perlas, y de oro,/mas carmesí que un clavel,/mas que una mosqueta blanca,/mas sabia: que un axedrez,/que aquí ‘me ha desafiado/zelosa y necia: ahora bien,/vete con Dios ,que esta casa – y quanto en ella se ve/y no se ve, que es el alma,/y sus potencias también,/es de Felisardo , un hombre/Rey por sangre A toda ley,/ángel por talle, Alexandro por dar”.

Felisardo no es otro que el rey de Hungría. Y Lope de Vega, en este parlamento, va generando escuela en una asociación que, con el tiempo, se aceptará como del todo convencional: la de la sabiduría con el ajedrez.

El de 1620 será un año particularmente prolífico, en cuanto a la aparición de obras de Lope en las que hace presencia el ajedrez. En efecto, tenemos tres casos incluidos en esta taxonomía.

Comencemos por Los locos de Valencia, en cuyo Acto II, Escena X, se muestra un hospital en el que Floriano (F), a quien se lo aprecia con la cara tiznada (es que procuraba ocultarse), dirá: “Bueno vengo desta vez/Con la máscara fingida,/Bien parece que esta vida/Es un juego de ajedrez.”. Y tratando de explicar su aspecto agrega: “¡Oh, cómo es mudable y vana!/Y échase en esto de ver/Que una pieza blanca ayer/Puede ser negra mañana.”.

Luego describe al juego así: “Mi señora,/juego al axedrez agora,/porque es un juego discreto./Un Rey, con dos mil peones,/siendo un Caballero pobre,/me persigue hasta que cobre/su venganza en mis traiciones./Hoy me ha venido á buscar/a aquesta casa un arfil,/que con un xaque sutil/un mate me quiere dar;/y porque en mi mal se alegra/ya de matarme resuelto,/de pieza blanca me he vuelto,/como veis en pieza negra”.

La dama con la que hablaba el galán, Erifila (E), no es otra que su nueva amante, a quien le pregunta: “Qué aqueste arfil ha venido?”, prolongándose el diálogo de esta manera: “F. Dicen que trae mi retrato,/y por eso me recato,/y vengo desconocido.//E. Ese juego ya me llama/á que pierda mi sosiego.// F. ¿Y cómo, si sois del juego,/y no menos que la dama;/por eso ayudadme bien,/que estoy muy cerca de preso.”.

imagen-del-programa-de-una-representacion-de-los-locos-de-valencia

Floriano estaba internado en el nosocomio fingiendo una alienación ya que, por  los favores de otra mujer, en una reyerta había dado muerte a un príncipe en la vecina Zaragoza, por lo que estaba ocultándose. Si era descubierto, estaba claro que iba a recibir jaque mate. Podía ser muerto, en represalia. O, en el mejor de los casos, del hospicio, podía pasar a otro encierro peor, el de una cárcel. Su situación en cualquier caso era muy comprometida.

Esos diálogos, ganando en síntesis, pero simultáneamente perdiendo algo en frescura y carácter, serán modernizados, por ejemplo del siguiente modo (en versión del director de teatro y actor español José Luis Matienzo): “Floriano. ¡Oh, como cambia la suerte! Bien parece que es un juego de ajedrez: un momento crees ganar y un momento después estás perdiendo… ¿Elvira?/Erifila. Beltrán, ¿cómo te has puesto así?/Floriano. Juego al ajedrez ahora. Un rey potente me persigue y hoy me ha venido a buscar su alfil para darme jaque mate. Y para defenderme, he cambiado mi cara de blanca a negra./ Erifila. ¿Un alfil ha venido?/Floriano. Un vergueta de Aragón que trae mi retrato, y por eso tuve que disfrazarme./Erifila. ¡Me asustas!/Floriano. ¿Y cómo no? Si sois la dama del juego. Casi me hacen preso, pero no te preocupes, que no seré conocido tan loco y desfigurado...”.

De 1620 es también la comedia Lo fingido verdadero donde Ginés, su protagonista, un actor pagano que había sido un mártir en los tiempos de la Antigua Roma, dirá: “Una comedia tengo/de un poeta griego, que las funda todas/en subir y bajar monstruos al cielo;/el teatro parece un escritorio/con diversas navetas y cortinas./No hay tabla de ajedrez como su lienzo;/los versos, si los miras todos juntos,/parecen piedras que por orden pone/rústica mano en trillo de las eras;/mas suelen espantar al vulgo rudo/y darnos más dinero que las buenas,/porque habla en necio, y aunque dos se ofendan,/quedan más de quinientos que le entiendan”.

Hermosa parábola: la de establecer una conexión, al menos por aproximación, entre el ajedrez y el teatro. Es que, como asegura Lope: No hay tabla de ajedrez como su lienzo.

Finalmente de ese prolífico año, en La gallarda toledana se apreciará  un diálogo entre Bernarda (B) y Don Diego de Ávalos (D), en el Acto III, a este tenor: “B. Si vos tuvistes la culpa/y ella misma es mi disculpa,/¿cómo me podéis culpar?/No hay burlas donde hay amor/que la voluntad se pasa/como ajedrez de una casa,/siempre a otra casa mejor./D. Es mejor casa don Juan./B. Por mi fe, que es un arfil/como en labrado marfil.”.

En este pasaje se presenta una idea novedosa, la de identificar las casas posibles, a las que podía recalar una dama con aspiraciones, como casillas de ajedrez. En ese sentido siempre se podrá buscar una mejor posición, basta mover la pieza respectiva.  Por su parte, en un plano más formal, la rima consonante que se cincela, entre arfil y marfil, al darle un valor extrínseco al trebejo, también puede considerarse todo un hallazgo poético del autor.

En Amor, pleito y desafío, comedia de 1621, el autor le hace decir a Doña Ana, en el transcurso del Acto I, estas expresiones dirigidas a su criado Tello: “Erraste en no me advertir,/Que los que juegan no ven/En el ajedrez de amor.”.

Es que la dama, que estaba enamorada de Juan de Aragón, su primo, no había sido oportunamente puesta en aviso de que el galán había entrado previamente en amoríos con la bella Beatriz.

En el Acto III, Escena I de La Dorotea, trabajo poético que tiene una introducción en prosa, aparecido en 1632, se presenta un diálogo entre Julio (J) y Fernando (F) que se muestra  muy dolido al no poder ver a su Dorotea, lo que lo impulsa a buscar distracciones que podrían ser la lectura o, también, el ajedrez: “F. Muestra el axedrez; jugaremos un poco./J. Bien dizes; pongo las piezas./F. ¿Están puestas?/J. ¿Pues no lo ves? Comienza. ¿Qué has hecho?/F. Derribélas todas, por no ponerme a peligro de perder la dama (…)/J. A un gentil hombre, que tú conoces, se le ha muerto su dama…/”.

imagen-del-libro-la-dorotea

Desde que la pieza femenina había irrumpido en el milenario juego, la posibilidad del uso metafórico en literatura de la reina (dama)/trebejo quedaba a la orden del día. Muchos textos en poesía y prosa venían explorando el asunto. Y lo seguirán haciendo. Lope, como lo evidencia aquí, no escapará a esa creciente regla.

En la primera parte de El príncipe perfecto, comedia que es publicada en 1618, en la Escena II del Acto I el príncipe en cuestión, que no será otro que Juan II de Portugal, en esos tiempos en que los Reyes Católicos regían los destinos de la futura España, expresará: “¡Oh noche desigual, del sol ausencia/(Ausencia, en fin, para que causes males),/Adonde tantas luces celestiales/No son de tus delitos resistencia!/Eres, mientras te ausenta su presencia,/Talega de ajedrez con piezas tales,/Que son en ti confusamente iguales,/Y del peón al Rey no hay diferencia../…”.  Otra vez la talega en la que se igualan todas las figuras del juego.

“Muchas cosas se pudieran decir acerca de la claridad que los versos quieren para deleitar, si alguien no dijese que también deleita el Ajedrez, y es estudio importuno del entendimiento”, aseveró Lope en su Discurso de la nueva poesía, texto incluido en La Filomena, obra aparecida en 1621.

En una glosa que corresponde a 1624, dedicada “Al nacimiento de nuestro Señor”, que integra Rimas divinas y humanas del licenciado Tomé de Burguillos, al describir el instante del alumbramiento de Jesús, dirá: “Ya retozan en el prado/Los corderos, y cabritos/Los blancos, y los escritos,/Piezas de axedrez parecen.”.

Resulta precioso suponer que quienes formaron parte del pesebre puedan ser vistos como piezas de ajedrez. Una idea muy poética que transforma en imagen unas palabras que provienen de una pluma tan notable como la de Lope.

La obra integral de Lope de Vega es muy bella e influyente, vista desde la perspectiva de la calidad, e increíblemente descomunal, en términos de volumen. Sus aportes en materia de teatro son especialmente reconocidos.

Al incorporar en sus trabajos al ajedrez, no sólo que le dio entidad cultural al registrarlo como parte alusivo de su tiempo, sino que contribuyó decisivamente a la popularización del juego el que no sólo debía quedar circunscripto en sus prácticas a los ámbitos cortesanos.

En cualquier caso, acentuó una línea que habían trazado sus predecesores y muchos de sus contemporáneos del Siglo de Oro español, al valorizar un entretenimiento milenario que había pasado a ser un elemento central en la cultura europea en tiempos más modernos.

Lope fue, qué duda cabe, El Fénix de los Ingenios. Creemos que, tras esta recorrida en la que analizamos el impacto de su obra en términos ajedrecísticos, merece otro calificativo con el que debería ser reconocido. Es que fue, y tampoco nos cabe duda alguna, El Fénix del Ajedrez.

Lope de Vega, fénix de los ingenios, fénix del ajedrez
Etiquetado en: