Stefan Zweig, una vida de novela, una novela de ajedrez

Fue uno de los escritores más leídos en Europa y el más traducido en el tiempo entre las guerras mundiales. Escapando del avance de los nazis, que creía se extendería por todo el planeta sumiendo al mundo en el horror, emigró en reiteradas oportunidades y visitando varias veces América del Sur, considerando nuestro continente como «La tierra prometida», admirando Argentina e instalándose en Brasil, donde encontró la muerte. En esta reseña, repasamos su extensa y exitosa obra literaria, y fundamentalmente, la que tiene al ajedrez como protagonista, particularmente en «Schachnovelle», Novela de Ajedrez según su traducción al castellano, una de sus obras donde su talento quedó de manifiesto.

Por Sergio Negri

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Un gran escritor argentino, Abelardo Castillo (nacido en 1935), valora especialmente de Stefan Zweig (1881-1942) la siguiente frase sobre su (el de ambos) amado ajedrez: Este juego pertenece a todos los pueblos y a todas las épocas y nadie puede saber de él qué divinidad lo regaló a la Tierra para matar el tedio, aguzar el espíritu y estimular el alma”.

Hermosa sentencia de Stefan Zweig, prolífico autor austriaco, nacido en el contexto de una acaudalada familia judía de Viena, la capital del Imperio Austrohúngaro, quien tuvo una vida tan interesante como agitada.

Durante la I Guerra Mundial se instalará en Salzburgo. Al abrazar el pacifismo, terminará por mudarse, por algunos años, a la más neutral Zúrich; para luego regresar a aquella bella ciudad de su país natal.

Su carrera literaria, a la que abrazó desde temprana edad, fue brillante. Se ha asegurado que, en el tiempo de entreguerras, fue el escritor más traducido y, probablemente, el más leído de sus contemporáneos, al menos en lo que a Europa concierne.

Con el avance del poderío nazi las cosas irán cambiando dramáticamente, para todos, también para él; máxime que en su obra escrita será un fuerte crítico del avance de un experimento político  basado en el terror.

Por lo que huirá a Londres en 1934, donde adquirirá la ciudadanía inglesa. La bombardeada capital de la isla, no obstante, no terminará siendo inmune, por lo que habrá de emigrar a América.

Zweig se convirtió en un gran viajero. Hizo algunas visitas al sur del continente americano, incluyendo dos a la Argentina (en 1936 y 1940), a la que consideraba en principio una Tierra Prometida, concepto que terminará por adjudicarle a su vecino, Brasil.

Aquí será entrevistado por el reconocido periodista Bernardo Verbitzky, quien le dedicará al austriaco un libro. Pero no le conformó demasiado lo que vio en su primera incursión por Buenos Aires, al quedar algo preocupado por un denso clima político caracterizado por disputas a favor y en contra de la guerra civil española.

Habrá de optar, entonces, por la imagen más apacible y alegre que le brindó Brasil, por lo que se radicará en principio en su capital de entonces: Río de Janeiro.

Se enamorará de esa Nación, a la que le dedicará un trabajo de muy esperanzador y sugestivo título: Brasil, país del futuro. Su repercusión fue buena en ventas pero no así en cuanto a la crítica, que lo consideró  excesivamente condescendiente y funcional al sistema político imperante, por lo que ahondó su depresión y decidirá mudarse a la menos expuesta y vecina ciudad de Petrópolis.

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Imagen de Zweig y su esposa, poco después de la fatal decisión de suicidarse

Pero hundido en la depresión, con una suerte de delirio persecutorio que se fue agudizando (creía que los nazis invadirían el mundo entero, por lo que Brasil no estaría ajeno a esa expansión nazi), tomó una decisión tan errada como extrema: suicidarse junto a su esposa.

Será en Petrópolis, su última morada, donde escribió Novela de ajedrez, su postrera novela. En una carta de despedida dirá: “Querida Friderike, cuando recibas esta carta estaré mucho mejor. En Ossining me viste mejor y más calmado, pero mi depresión ha empeorado, me siento tan mal que ya no puedo concentrarme en mi trabajo. A ello se suma la triste certeza – la única que tenemos – de que esta guerra ha de durar todavía años y de que pasará mucho tiempo antes de poder regresar a nuestra casa”.

Gran ironía esa de: “cuando recibas esta carta estaré mucho mejor”; es que para entonces, ya estaba, y él perfectamente lo sabía, del otro lado. No verá que poco después de su partida Brasil abandonará la neutralidad al declararles la guerra a los países del Eje. Aunque tampoco verá cómo, tiempo después, ese régimen por el que tanto había luchado, por fin caería. No supo esperar. Se fue de la vida Zweig con un sabor muy amargo: el de creer que el peor de los males, no podía ser evitado.

Tras ese fatal momento se apagará la existencia de la pareja y lo propio acontecerá con la fama del escritor. Una vida de novela con un desenlace por cierto nada grato.

Con todo, murió en el lugar que eligió y en el que concibió una de sus obras cumbres: una novela sobre su querido ajedrez, un trabajo que constituye uno de sus más trascendentes legados.

Su obra general fue fastuosa, muy influyente y reconocida, en particular en las décadas de los años 20 y 30 del siglo pasado, habiendo abarcado todos los géneros posibles: poesía; teatro; novela; narraciones; biografías. El ajedrez estará presente en reiteradas ocasiones.

Comencemos por apelar a su autobiografía, escrita en 1941, El mundo de ayer: Memoria de un europeo, en la que menciona que: “…el ajedrez solo encontró gracia a nuestros ojos ya que requiere un esfuerzo mental”.

Sobre Jakob Wassserman (1873-1934), el escritor a quien se le debe (El enigma de) Caspar Hauser, en El legado de Europa apuntará: “Las construcciones artísticas ya no obedecen exclusivamente a la belleza, pero sí a las leyes de la gravedad. Tienen estabilidad, mientras que las novelas precedentes tenían algo de fluctuantes, como el deslizamiento colorista de las nubes o los sueños. Especialmente en el relato criminal, en el que una sospecha fugaz aumenta el alud de la fatalidad, admiramos la maestría del contrapunto artístico: como en el juego de ajedrez, se hace una jugada contra otra y en un cerco firme e imparable se aprisiona una vida con la red de la fatalidad, todo ocurre con la necesidad de lo espontáneo, que engrana intrínsecamente una y otra vez en el propósito inmanente del destino”.

En otro trabajo, La curación por el espíritu (Mesmer, Mary Baker-Eddy, Freud), reproducirá esta frase de otra literata, Mary Baker Eddy (1821-1910): “Pero, así como poco a poco se fueron limitando los estragos de la viruela gracias a la vacuna, también se puede dar jaque inmediatamente a este ´desorden´, a este ´mal hábito´ de la supuesta enfermedad y de la presunta muerte”.

En una misiva datada el 14 de abril de 1940, en la que habla de un viaje en barco, asegura que todos los embajadores de la Conferencia de La Habana (que se desarrollará a fines de julio y donde se rediscutirá la doctrina Monroe sobre la protección recíproca de los países de la región frente a amenazas extracontinentales), fueron sus contrincantes al ajedrez.

Siguiendo su epistolario, registrado en este caso en Stefan and Lotte Zweig’s South American Letters: New York, Argentina and Brazil, 1940–42, ya en destino brasileño, se lo advierte jugando al ajedrez junto a su última esposa, Lotte Altmann, a quien el escritor le reprochaba que no progresaba lo suficiente. También enfrenta a eventuales visitantes.

Al describir un día cualquiera en Petrópolis, concretamente el 10 de noviembre de 1941, lo hará en los siguientes términos: “…a la mañana un delicioso café brasileño, luego trabajar y leer en la galería, un almuerzo colonial, una partida de ajedrez, una caminata y trabajar de nuevo…”.  En otro momento señala que, en sus ratos de ocio, reproduce las partidas de los maestros que se incluyen en un gran libro de ajedrez.

En su casa ubicada en la calle Gonçalves Dias, hizo instalar un mosaico gigantesco de un tablero de ajedrez en blanco y negro como claro homenaje a su última novela. Y a su pasión por el juego.

En sus trabajos biográficos novelados, puso al ajedrez una y otra vez en escena. Por orden cronológico de los personajes, más no necesariamente de la fecha de sus publicaciones, comencemos con Erasmo de Rotterdam: Triunfo y tragedia de un humanista. Allí el ajedrez hace presencia primera al expresarse, en clave político-religiosa: “Lutero no se encuentra ya solo. Sin desearlo, y acaso también sin comprenderlo del todo, con sus exigencias sólo pensadas para el orden espiritual, ha llegado a ser el exponente de los más diversos intereses terrenos, el ariete de los asuntos nacionales alemanes, una importante figura en el ajedrez político que se juega entre el papa, el emperador y los príncipes alemanes”.

Aquí mismo, refiriéndose a Federico de Sajonia, protector de Lutero, que tenía también a  Erasmo como sabio consejero, en tiempos en lo que aquel príncipe aún no había decidido su incondicional apoyo a quien devendrá líder de la reforma religiosa, se asegurará: “Por prudencia y porque todavía no está decidido en su interior, se guarda diplomáticamente de cultivar el trato personal de Lutero. No lo recibe, para, en caso necesario (exactamente lo mismo que Erasmo), poder decir, como disculpa, que no ha tenido, ad personam, nada que ver con él. Pero por motivos políticos, porque este robusto campesino puede muy bien ser empleado en su juego de ajedrez contra el emperador, y, finalmente, también por orgullo particularista de su propia jurisdicción, hasta entonces tuvo extendida su mano protectora sobre Lutero, y, a pesar de la pontificia fulminación de anatema, le consintió que usara de la universidad y el pulpito”.

Al analizar el legado de Erasmo, en la constatación de que su muerte se dio aproximadamente en el mismo tiempo en que aparecía el Príncipe de Maquiavelo, que refleja una prédica que Zweig considera contrapuesta a la del de Rotterdam, argumentará: “El príncipe y el jefe del Estado no tienen para qué soñar con la humanidad, ese concepto vago e inabarcable, sino contar con los hombres de un modo en absoluto antisentimental, como con el único material sensible que les es dado utilizar, y aprovechar sus fuerzas y flaquezas con toda la intensidad que, en su provecho y en el de su nación, permita la psicología; clara y fríamente, tienen que usar de tan escasa consideración, y tolerancia con sus adversarios como un jugador de ajedrez, sino que, por todos los medios, permitidos y no permitidos, deben adquirir para su pueblo la más alta medida alcanzable de provechos y predominio. El poder y el incremento del poder son para Maquiavelo el deber más alto, y el buen éxito, el derecho decisivo de un príncipe y un pueblo”.

En Magallanes. El hombre y su gesta, pone en los expedicionarios que circunvalaron el planeta el juego dentro de sus alforjas, en una clara evidencia que esa fue la vía que tuvo para ingresar por primera vez a América y volver, en su formato modernizado y modificado, al Lejano Oriente, del que alguna vez provino su prototipo. Concretamente, ubicando la escena en la costa malaya, al respecto Zweig plantea: “Sequeira, contento por la obtención de los preciados géneros, manda en efecto, a la ribera todos los botes de que dispone la flota, con numerosa tripulación. Y él, como buen hidalgo portugués, estimándose superior al tráfico, permanece a bordo haciendo una partida de ajedrez con un camarada, la más juiciosa ocupación en el aburrimiento de un día bochornoso a bordo.

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La escena continúa con cierta imperturbabilidad de los protagonistas, sin advertir que los locales estaban preparando un furibundo ataque contra la embarcación que estaba lejos de la costa. Mientras tanto, un hombre proveniente de los otros barcos que habían sido encomendados a tierra, regresa presuroso para poner en autos a su capitán de lo que se avecinaba, encontrándolo a Sequeira “jugando tranquilamente al ajedrez y, a espalda de los jugadores, “un grupo de malayos, al parecer curiosos, pero con el cris al cinto siempre a punto”. En ciertas ocasiones no es demasiado conveniente dejarse atrapar por las mieles del juego… Advertido que fuera el capitán: “…no pierde la paciencia de espíritu y sigue jugando para no despertar sospechas. Pero ordena a un marinero que se ponga alerta en la gavia, y desde este momento, sin dejar el juego, no quita una mano de la espada”. Mejor así.

Otra alusión que hace Zweig al juego en el relato, adquiere la forma de parábola; sucede cuando dice: “Magallanes, el hombrecito, el insignificante y, sin embargo, peligroso campesino, no tiene rival sobre  el tablero del ajedrez diplomático”. En esas condiciones: “Álvaro da Costa propone un atrevido jaque al rey”. Se trataba de que contratase a quien había sido rechazado en otra corte enuna expedición que se mostraba como sinuosa. Y ya sabemos cómo terminará esta historia.

La idea de jaque como amenaza es utilizada en el texto en otra oportunidad: “La única salida que a los perjudicados se ofrece es juntarse y dar jaque a los portugueses en Indias, antes de que sienten allí sus reales definitivamente”. Es que el sultán de Egipto estaba enojado ya que los lusitanos, al llegar directamente a Oriente, le cerraban su propio negocio, al menguarse la recaudación de sus derechos por el paso de las naves en las zonas dominadas por loe egipcios. Esa preocupación se la hizo saber el sultán al propio papa, por lo que amenazó con demoler el Santo Sepulcro si no se le ponía coto a las navegaciones europeas por el océano Índico.

El concepto de jaque mate como fin de una cuestión, por su parte, es también empleado aquí: “Todos los tripulantes portugueses son aherrojados.  Con esto se da jaque mate a los más fiados partidarios de Magallanes, y para granjearse al resto de la tripulación”. Estamos a inicios del mes de abril de 1520, lejos de casa, y con rumbo aún incierto, por lo que se verifica una sublevación (muchos deseaban volver) en territorios bien australes, en la bahía de San Julián, en lo que es hoy la provincia de Santa Cruz en la República Argentina. El día anterior a que comenzara la revuelta, se produce un episodio que marcará todo un hito para la futura Nación: se celebrará el 1º de abril la primera misa en territorio que será argentino, siendo un Domingo de Ramos (fue dada por el sacerdote Diego de Valderrama que venía en la expedición).

En María Estuardo, sobre la reina escocesa que estuvo en tensión permanente con la monarca inglesa Isabel, su prima y máxima rival, se llegará a decir: Si para Isabel gobernar es una partida de ajedrez, un juego intelectual, una tensión constante, para María Estuardo es un disfrute, un incremento del placer de vivir, un torneo caballeresco”.

En María Antonieta mencionará al ajedrez en sendas ocasiones. Primero, para retratar un encuentro con la reina en el que se dice: “Sólo es lástima que no haya medio de que un importante personaje se muestre dispuesto a desempeñar su papel en la comedia: precisamente la protagonista, la reina. Mas no es posible continuar largo tiempo esta peligrosa partida sin introducirla en la acción, pues no se puede embaucar ni aun a la persona más fácilmente crédula haciéndole figurar eternamente que la reina le ha saludado, si ella, en realidad, aparta con toda tiesura la mirada de aquel hombre execrado y jamás le dirige la palabra. Cada vez se hace mayor el peligro de que el pobre bobalicón descubra por fin el pastel. Por canto hay que inventar una jugada de ajedrez muy usada. Como naturalmente está descontado que jamás la reina le dirigirá la palabra al cardenal, ¿no bastará hacer creer a aquel majadero que ha  hablado con la reina? “.

Más luego, al decirse: “…podían el rey y la reina llevar una vida tranquilamente cómoda y casi pacífica. Por la mañana hace María Antonieta venir a sus niños y los instruye o juega con ellos; a mediodía comen reunidos; de sobremesa juegan una partida de chaquete o de ajedrez. Ya sabemos, el ajedrez como entretenimiento preferido en las cortes, desde la Edad Media en adelante.

Aludiendo a personalidades atormentadas, y al escritor ruso Dostoiewski más concretamente, incluirá casos análogos, como el del asesino con las manos manchadas de sangre, el borracho que sufre las burlas de los demás, el niño epiléptico que mendiga en las esquinas y, también: “el jugador, entregado a su vicio entre los puños de los jaques”. La cita corresponde a Tres maestros: Balzac, Dickens, Dostoiewski.

Más allá de la última novela que escribió, en otras dos, amén de las biográficas que ya recorrimos, Zweig, hará alusiones de tono incidental al ajedrez resaltando que se trata de una actividad habitual en la práctica social.

En Veinticuatro horas en la vida de una mujer se hablará de un personaje que: “Por la noche, durante una hora, jugó con nosotros al ajedrez”.

Más exhaustivo con el juego lo será en La impaciencia del corazón, donde brindará estos pasajes: “Mi única distracción era el café o la confitería y allí, como quiera que en las partidas de cartas se apostara demasiado fuerte para mí, me dedicaba al billar o al ajedrez, todavía más barato”; “Prefiero visitar más a menudo a esta enferma, prepararme incluso de modo especial para cada ocasión a fin de poder contar a las dos muchachas cosas gratas y divertidas, jugar al ajedrez o pasar el tiempo agradablemente; este simple propósito de ayudar, de ser útil a otros en lo sucesivo, me infunde ya una especie de entusiasmo”; “Jugamos al ajedrez para pasar el tiempo”; “También como médico, soy y seré un jugador de ajedrez, un juego de paciencia, no puedo entregarme a un juego de azar, y menos cuando es otro quien tiene que pagar la apuesta”; “¿Cree usted que habría seguido viniendo, que habría podido sentarme con ustedes, jugar al ajedrez y al dominó, o escuchar los discos del gramófono, si hubiera sospechado lo que pasaba…?”; “Sólo acompaño a las señoras hasta la puerta. Mientras, podéis empezar vuestra partida de ajedrez”.

En el transcurso de esta partida, se apreciará una tensa situación: “¿Tiene ganas de jugar una partida? —pude preguntar a Edith con naturalidad. —Sí —contestó ella, bajando los ojos, mientras las otras tres salían de la habitación. Mantuvo la mirada fija en el regazo mientras yo preparaba el tablero y ordenaba las piezas detenidamente para ganar tiempo. Según una vieja regla del juego, solíamos esconder una blanca y una negra en el puño, detrás de la espalda, para decidir quién atacaba y quién defendía. Pero la elección exigía un intercambio de palabras, como mínimo «derecha» o «izquierda», de modo que lo evitamos de común acuerdo, y yo dispuse las piezas sin más preámbulos. ¡No hables! ¡Encierra todos los pensamientos en el cuadrado de sesenta y cuatro casillas! ¡Ten la vista clavada sólo en las piezas, no mires siquiera los dedos que las mueven! Y así jugamos con aquel ensimismamiento fingido que suele ser propio sólo de los empedernidos maestros del ajedrez, los cuales olvidan todo lo que acontece a su alrededor y concentran toda su atención exclusivamente en la partida. Pero pronto el juego mismo descubrió el embuste de nuestro proceder. En la tercera partida Edith falló por completo. Hacía movimientos equivocados, y yo noté claramente por el temblor de sus dedos que no resistiría por mucho tiempo aquel falso silencio. En mitad de la partida apartó el tablero de un manotazo…”.

Por su parte en Mendel el de los libros, comparará su memoria bibliófila con la que posee el campeón mundial Lasker en los gambitos en aperturas.

En Fouché el genio tenebroso, se alude a unas expresiones del  político y militar francés Joseph Fouché, relacionadas a la psicología de Napoleón quien, tras varias batallas ganadas: “…no podrá ya sentir la menor emoción, la más mínima satisfacción, recibiendo en los bailes de cortes a los palatinos uniformados, o sentado en la ópera, adornada de gala, oyendo hablar a los diputados aburridos. No, ya no siente vibrar sus nervios más que cuando a la cabeza de sus tropas, en marchas forzadas, arrolla países enteros; cuando destruye ejércitos, cuando quita o pone reyes con gesto displicente, como si fueran figuras de ajedrez…”.

Otra mención que se practica en esta obra: “¡Lástima! Un pequeño incidente estropea esta partida de ajedrez magnífica y emocionante, expresión que se utiliza al referirse a un supuesto acuerdo diplomático que se había conseguido con Inglaterra en gestiones que no contaban con el aval del Emperador.

Una última correspondiente a los tiempos del ocaso de Fouché: “Observando a quien fue ministro omnipotente del Imperio francés, viendo lo triste y solo que estaba allí, advirtiendo cómo se alegraba si cualquier empleado iniciaba una conversación con él o le proponía una partida de ajedrez, tenía que pensar, instintivamente,  en la veleidad de todo Poder y de toda grandeza terrenales.

En Brasil, país de futuro, al hablar de su multietnicidad (el concepto de multiculturalismo aún no había sido acuñado), valorando su  diversidad poblacional, exagerará: “El mismo ajedrez con sus millones de combinaciones, de las que ninguna se repite, parece pobre en comparación con el caos de variantes, cruzamientos y entrecruces a que se dedicó allí la naturaleza inagotable en cuatro siglos”; para de inmediato agregar: “Pero aunque en el ajedrez ninguna partida se parece a otra, ese juego nunca deja de ser ajedrez, por estar sujeto al marco del mismo espacio y a leyes determinadas”.

Tras esta integral recorrida por la obra de Zweig, es tiempo de abordar su extraordinaria Novela de ajedrez (en el original: Schachnovelle; al inglés se lo tradujo ese título con dos nombres diversos: The Royal Game y Chess Story), escrita un año antes de que decidiera junto a su esposa quitarse la vida. De alguna manera, puede considerarse a su protagonista como su alter ego, en el que puede verse reflejado su propio estado de ánimo y la hondura oscura de sus pensamientos que lo llevarían a esa fatal decisión.

La neurosis obsesiva del Dr. B, recluido por la Gestapo, el héroe del relato, es fácilmente trasladable al sentir del propio autor, que observaba como irreversible el avance del nazismo, del que procuraba escaparse, incluyendo el lejano (respecto del escenario principal de los conflictos) Brasil, en el que por un momento había creído poder hallar transitorio sosiego.

Un Zweig de cómoda posición económica, que podía trasladarse dónde y cuándo quisiese, tenía motivos suficientes para considerarse perseguido: por su prédica pacifista, por su origen judío, por ser considerado una voz que se alzaba contra el dominio alemán. Por lo que irá de un punto a otro del planeta buscando el mejor lugar en el que vivir.

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Esa legítima preocupación decantó en paranoia que llegaría al paroxismo, lo que lo conducirá a una decisión tan inesperada como cruelmente fatal.

El Dr. B de Novela de ajedrez puede ser visto como una persona que hizo un recorrido similar (aunque en su caso logró cierta escapatoria). Se trata de un abogado austriaco que es sometido por el nazismo a la extrema situación de estar recluido, a fin de que delate la nómina de sus adinerados clientes, siendo sometido a un stress emocional permanente. No lo torturan, no lo agreden, sólo lo dejan transcurrir, en confinamiento, en la implacable vacuidad de los días.

Ergo, se procura degradar su psiquis con un sistema mucho más sofisticado que los brutales campos de concentración de aquellos tiempos de horror. Se lo aísla, se lo priva de experiencias sensoriales. Es lo peor que le puede suceder a su inquieta personalidad.

La forma en que logrará ocupar sus pensamientos alejándolos de ese hastío, se dará por un acto afortunado. En un descuido de sus celadores, logra robar de un abrigo un libro, que no es otra cosa que un manual de ajedrez, el que se encargará de leer, memorizándolo, reproduciendo los ciento cincuenta problemas que contiene, los que resolverá una y otra vez. Parecía haber hallado una vía escapatoria a esa ausencia de sentido que percibía en todo lo que lo rodeaba. Podía refugiarse en los recovecos de su mente auxiliado  por el ajedrez.

Por supuesto que se había inoculado, si saberlo, otro veneno. Saldrá de un encierro, para caer en otro, el de su mente, que terminará obsesionada por un juego que, tras servirle de eficiente escapatoria, se convertirá en sí mismo en un nuevo carcelero.

En el proceso dividirá su mente en dos secciones, una para jugar con blancas, otra con negras, tratando de disociarlas de forma tal de que cada parte de su cerebro desconociera las intenciones de la otra. Así transcurrirán sus horas, sus días, sus meses, hasta su liberación. Liberación del encierro externo, más no del encierro de la obsesión por el ajedrez. Debía recuperar su salud mental. No sin muchísimos esfuerzos lo logrará. Debía olvidarse del ajedrez, definitivamente.

Con todo, en viaje en barco a Buenos Aires (y recordemos que para Zweig esa era una promisoria tierra), será testigo de una serie de partidas que enfrentará al campeón mundial, un croata llamado Mirko Czentovic, con otros pasajeros.

Czentovic era un genio monomaníaco y arrogante pudiéndose ver, en esas condiciones, las mismas que exhibieron y exhibirán otros ajedrecistas notorios de la realidad, en particular uno que sobrevendrá un tiempo después: el norteamericano Bobby Fischer.

El abogado, en la evolución del relato, termina por jugar con el campeón, volviendo al ajedrez, lo que le estaba absolutamente contraindicado. No debía recaer en una obsesión que tanto le había demandado antes abandonar. Cayó en el peor de los errores, no al hacer una jugada, sino al decidir jugar.

Con lo que el Dr. B volverá a correr el riesgo de que toda su mente quede atrapada en el ajedrez. Una obsesión que es comparable con la del propio Zweig, quien tampoco podía desembarazarse de otros pensamientos: los del irrefrenable avance nazi por el mundo.

Volviendo al plano de la realidad, para peor, se advertirá que el escritor deja la alegre y social Río de Janeiro, para recluirse en la más circunspecta Petrópolis, decisión que maduró en buena medida por la angustia y el enojo que le causaron las críticas de quienes lo acusaron de panegirista del Presidente Getúlio Vargas (quien, por entonces, lideraba un régimen autoritario). No podemos dejar de apreciar en esa mudanza, que comportó una suerte de autoexilio y aislamiento, la situación de confinamiento que supo experimentar mucho antes, aunque en la ficción, el Dr. B.

En la novela, las luchas de las partidas de ajedrez disputadas en el barco, pueden ser vistas como una clásica parábola: la dualidad entre libertad y coacción, entre mundo civilizado y totalitarismos; vamos, entre lo humano y  lo inhumano. Aunque, habría que decir mejor entre el bien y el mal ya que ambas condiciones se hallan presentes, y conforme algunas miradas casi en iguales proporciones, en la especie humana.

Más detalles del relato. Todo comienza a bordo de un trasatlántico que zarpa rumbo a Buenos Aires. Allí se lo ve a un tipo algo “raro”, que no es otro que Czentovic, el titular del orbe en ajedrez, que se dirigía a la Argentina: “en procura de nuevos triunfos”.

Está enclaustrado en una sola idea, era monotemático, como se ha dicho, pese a lo cual el autor valora que: “cuanto más se limita uno, más se acerca por otro lado al infinito”. A pesar de ello, bien podría ser conceptuado como el prototipo del idiota de genio, cuya: “ignorancia era en todas las materias igualmente universal”, con esa única capacidad infinita: la que evidenciaba frente al tablero.
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Era un outsider del mundo del intelecto, “un pueblerino hosco y tedioso”; como una concha, escondía su personalidad evitando toda conversación posible. Era un habilidoso recurso para impedir que se pudiera: “medir la profundidad presumiblemente insondable de su cultura”.

En esas condiciones llegó a la cumbre mundial del tablero. Y, ante ello, pese a todas sus carencias, o seguramente debido a ellas, se volvió presuntuoso. Es que: “En el estrecho recinto de su cerebro lo único que cuenta es que, desde hace meses, no ha perdido ni una sola partida, y como ni sospecha que puedan existir en este mundo otros valores que no sean el ajedrez y el dinero, no le faltan razones para sentirse pagado de sí mismo”.

Zweig, no solo desbroza la peculiaridad de este ajedrecista, sino que parece referirse a todos más en general, al plantear: “…¡qué difícil, por no decir imposible, resulta imaginarse la vida de un hombre de inteligencia despierta para quien el mundo se reduce a la estrecha senda entre el blanco y el negro, de un hombre que no exige de la vida otros laureles que el mero ir y venir, avanzar y retroceder de treinta y dos figuritas, un hombre que considera ya una proeza haber descubierto una nueva apertura moviendo el caballo en vez del peón o que cree haberse reservado su mísero rincón de inmortalidad en los perdidos renglones de un libro de ajedrez; un hombre, un ser inteligente, que sin volverse loco dedica un día tras otro, durante diez, veinte, treinta, cuarenta años, la totalidad de su energía mental a la ridícula empresa de acorralar sobre un tablero de madera a un rey también de madera!”.  

Ya sabemos, en el barco Czentovic es desafiado por unos jugadores que, actuando en consulta, pierden lastimosamente una partida con el campeón. Hasta que aparece el mentado doctor B, que se gana el protagonismo del relato, al sumarse a ese conjunto, indicando la secuencia correcta de una partida que, siendo la de la revancha, terminaría gracias a su intervención en unas inesperadas tablas.

Entonces, se sugiere un “mano a mano” entre el campeón y el misterioso contrincante, quien nerviosamente resigna a hacerlo al admitir que hacía casi veinticinco años que no jugaba al ajedrez.

El doctor tenía el recuerdo del libro de ajedrez que le sirvió de escapatoria al tedio de la nada. Tampoco olvidaba que con migas de pan, y apoyando ellas en una colcha cuadriculada, logró armar un tablero en el que jugar, siempre en vistas de sobrellevar ese cautiverio.

Terminará por poder reproducir las partidas, gracias a las habilidades desarrolladas por su obsesión, ya sin necesidad de la colcha y de los mendrugos, sino haciéndolo directamente en su cerebro. Y era feliz, podría decirse, ya que: “Tenía ahora de pronto una ocupación, estéril y absurda si usted quiere, pero era una ocupación que aniquilaba la nada a mi alrededor; con aquellas ciento cincuenta partidas tenía en mi poder un arma maravillosa contra la opresiva monotonía del tiempo y del espacio”.

En el cautiverio el Dr. B decantará por aburrirse incluso con estas reiteradas reproducciones de encuentros ajedrecísticos. Por eso, y dando un salto cualitativo,  procuró jugar consigo mismo o, mejor aún, contra sí mismo. Para ello logrará que su cerebro se disocie, una parte sabía y la otra no, con lo que una porción jugaba con blancas  y la otra con negras. Notable: logró que un segmento del cerebro desconociera lo que pensaba el otro.

Esta escisión, entre un yo blanco y un yo negro, a la vez que lo salvó de la letanía de ese oscuro periodo de su vida, le inoculó un mecanismo de pensamiento que, irreversiblemente, lo condujo a un abismo sin fondo, a una “intoxicación por ajedrez(que se prolongaba de la vigilia al momento de los  sueños), a la esquizofrenia, a un estado de enajenación del que mucho le costará salir.

Podrá hacerlo. Logró dejar al ajedrez de lado. Hasta esa experiencia a bordo del buque. El Dr. B, inopinadamente, al acepta jugar una sola partida más, un mano a mano con el campeón, podrá sufrir la peor de las recaídas.

El juego se dio con Czentovic pensando cada vez más sus respuestas mientras que su rival, que parecía tener la situación controlada, se iba poniendo crecientemente cada vez más impaciente, no por lo que pasaba en el tablero sino en su cabeza. Comenzó a moverse como si estuviera en la habitación de su antiguo encierro. ¡El pasado estaba regresando!

El abogado inesperadamente se impuso. Y, contrariando su promesa, aceptó la revancha. En la cual aparecieron cambios de conducta (¡esa impaciencia enfermiza!) y, lo que es peor, también los principios de delirio. Por suerte un confidente, a quien le había narrado la historia de su cautiverio, lo volvió rápidamente a la realidad advirtiéndole de los peligros que corría. Y esa sí fue, por fortuna, y sin importar desde ya el resultado ajedrecístico, su última partida.

Respecto de esta poderosa trama, el reconocido profesor norteamericano George Steiner (nacido en 1929) asegura que Zweig se centra en que el ajedrez puede constituirse en un cercano aliado de la locura. Le extraña, muy agudamente, que en este caso el protagonista del relato, en el confinamiento en la habitación herméticamente cerrada de un hotel, encuentre como única vinculación con la realidad al ajedrez cuando, lo habitual, es exactamente lo contrario.

Steiner pone el acento en el aspecto esquizoide que hay en el juego de ajedrez, afirmando: “Pues ¿qué otra cosa  existe en el mundo aparte del ajedrez? Una pregunta estúpida,  pero que todo verdadero jugador de ajedrez se ha planteado alguna vez. Y cuya respuesta –cuando la realidad se ha contraído a sesenta y cuatro casillas, cuando el cerebro se estrecha hasta ser una cuchilla luminosa que apunta a una única colección de líneas y fuerzas ocultas- es cuando menos incierta”.

Jacques Dextreit y Norbert Engel, en Jeu d’échecs et sciences humaines, aportan una mirada completamente inesperada: el Dr. B, al jugar en la reclusión contra sí mismo, refleja la pulsión masturbatoria que tiene el ajedrez, al bastarse ese personaje para aprender a jugarlo y también al disputar partidas donde asumía ambos roles (el del jugador y el de su rival).

Pese a la oscuridad del relato de Zweig, los investigadores galos entienden que allí no se deja de considerar al juego en su faceta atractiva: “Es el único entre los ideados por el hombre que escapa soberanamente a cualquier tiranía del azar, y otorga los laureles de la victoria exclusivamente al espíritu, o mejor aún, a una forma muy característica de agudeza mental”.

Asimismo rescatan, como lo hiciera nuestro Abelardo Castillo, que el autor hace una pregunta que sólo en apariencia es retórica: “¿No es por azar un vínculo único entre todos los pares de contrarios; antiquísimo y sin embargo siempre nuevo; mecánico en su disposición y sin embargo eficaz tan sólo por obra de la fantasía; limitado a un espacio rígidamente geométrico y a un tiempo ilimitado en sus combinaciones; en perpetuo desarrollo y sin embargo estéril: un pensamiento que no lleva a nada; una matemática que nada calcula, un arte sin obras, una arquitectura sin sustancia, y aún así más manifiestamente perenne en su esencia y existencia que todos los libros y obras de arte, el único juego que pertenece a todos los pueblos y a todas las épocas y del que nadie sabe qué dios lo legó a la tierra para matar el hastío, aguzar los sentidos y estimular el espíritu?”. 

Por su lado, el profesor alemán Albrecht Classen con mucho tino considera que la novela de Zweig refleja perfectamente el irreparable daño que puede ocasionar en una persona concreta al haber sido víctima de la opresión de un régimen totalitario, en este caso el nazi.

En estas circunstancias, el ajedrez podía ser un temporal alivio. ¡Pero nunca una solución definitiva!  El propio suicidio del autor, lamentablemente, sería una evidencia complementaria de que, ni el juego, ni en ese caso la literatura, podían ser una tabla de salvación para quien vio corroída su propia alma y su propia psiquis, en fin, su propia existencia, al advertir, desesperadamente, la malignidad a la que podía alcanzarse desde la condición humana.

06-imagen-de-el-libro-de-munoz-y-sampayoDos reconocidos hombres de letras argentinos, en prueba de la imperecedera influencia de Novela de ajedrez, y estamos hablando del historietista José Muñoz (nacido en 1942, el año de la muerte de Zweig) y del guionista Carlos Sampayo (nacido al año siguiente), lo tuvieron bien presente a la hora de concebir El libro, trabajo publicado originalmente en París en 2004.

Su argumento principal es el ajedrez o, más exactamente, un libro sobre ajedrez, que no es otro que el del autor austríaco. El tema que se aborda allí, producido bajo el formato de comic, con dibujos fuertemente expresionistas y en el marco de una narración de tono oscura, que resulta estilísticamente muy apropiada, transcurre en la Argentina entre los años 1942 y 2002.

A lo largo de la trama se hacen referencias a muchos episodios históricos que evidencian la extraordinaria inestabilidad de un país signado por gobiernos democráticos débiles y dictaduras militares feroces, marcando los vaivenes políticos en los que, aquí también, el ajedrez puede ser un reservorio de neutralidad (o al menos de aislamiento si se logra no ver lo que sucede fuera del tablero).

El personaje central (su apellido es Huergo) es un hombre de mediana edad, librero y coleccionista de literatura alemana (en versión original) quien,  además de ser un apasionado jugador de ajedrez, tiene como objetivo la búsqueda de una primera edición de Novela de Ajedrez, libro de Zweig que, en algún momento, formó parte de su biblioteca personal.

Ese ejemplar había pertenecido a un viejo nazi alemán muy rico que había escapado, como tantos otros (¿el propio Hitler en la hipótesis de no haberse realmente suicidado?), a la lejana Argentina. De hecho se aprecia en el texto un submarino con la esvástica, y se alude al verídico episodio del secuestro en el país del exjerarca Adolf Eichmann, y a las inversiones de otro alemán que, en los 40´, sembró pinos dando forma a lo que hoy es la hermosa ciudad atlántica de Villa Gesell.

En esa localidad balnearia, comienza de hecho todo, al desaparecer una caja con libros, que pasarán de mano en mano: por las de Huergo; por las de su disoluto socio, y por la de otros, incluyendo a los responsables de una biblioteca judía en la localidad de Berazategui en la provincia de Buenos Aires.

El relato tiene muchas apelaciones a la argentinidad, desde la reproducción fiel de letras de tangos, hasta la presencia de un graffiti callejero en calles de un país devastado por la crisis, en una acción situada en el 2002, en el cual se dice, invocando el deseo de la ciudadanía respecto de su clase política: “que se vayan todo” (Sic, por un más exacto y pluralizado: “que se vayan todos”).

El texto de Muñoz y Sampayo tiene también varios guiños a los ajedrecistas: Se habla de una situación de mate en seis jugadas, se designa a un comercio de material de escritorio como “El alfil”. Además, el protagonista, muy apesadumbrado, en cierto momento se lamenta de su suerte diciendo: No soy nada, ni jugador de ajedrez ni comerciante, y se menciona una partida en la que se está jugando una Apertura India de Rey.

Es que el personaje en cuestión tenía solo dos motivos posibles de charla: el ajedrez (y por ello terminaría poniendo una escuela para enseñarlo, la que le permitirá por un tiempo sobrevivir), y la literatura alemana, ambos sintetizados en el ansiado ejemplar del libro de Zweig, el cual escondía en su interior un poderoso secreto.

07-imagen-de-una-edicion-en-castellano-de-novela-de-ajedrezPara descubrirlo había que tener la data sobre que, parte de ese dinero nazi, había sido preservado en un documento consistente en una orden de pago al portador por una cifra millonaria que quedó bajo resguardo en Suiza.

Se daría entonces una paradoja: en un libro de un autor que había sido perseguido por los nazis, en uno en el que el personaje central había sido recluido por la terrible Gestapo, se había conservado un documento en el que se resguardaba la riqueza de un simpatizante de ese régimen perverso.

Con lo que ese libro, el de Zweig, que había recalado en tierras lejanas, es el que da nombre a otro libro, a El libro, uno muy atractivo, que se les debe a las plumas e imágenes de Muñoz y Sampayo. Fundiéndose ambos, y confundiéndose, tal como se refleja en el hermoso parlamento final, que de algún modo expresa el sueño de muchos ajedrecistas: “Espero morir leyendo las últimas líneas del libro de Zweig. Para ser un diletante, ese hombre era verdaderamente poseedor de un talento inusual”.

El “talento inusual” de Stefan Zweig, protagonista como persona de una vida de novela y, como notable escritor, autor de la mejor Novela de ajedrez que pudiera llegar a concebirse.

Stefan Zweig, una vida de novela, una novela de ajedrez
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