El apasionado y resiliente Miguel Najdorf: el argentino que alcanzó la cumbre más alta en la élite mundial


Semblanza del maestro incluida en La generación plateada (1950-1976), segundo volumen de la colección Historia del Ajedrez Olímpico Argentino, Senado de la Nación, de Sergio E. Negri y Enrique J. Arguiñariz, en proceso de publicación.

Se ha dicho de él que es “El padre del ajedrez argentino”, título que seguramente sólo podría disputarle Roberto Grau. Najdorf sin dudas fue el jugador más influyente de todos los tiempos. El que llegó más alto. El que abrió un camino internacional que luego otros, aunque muy pocos, también recorrerían. Y estuvo en el candelero incluso a la hora de deber seleccionarse el primer campeón mundial de la posguerra. 

Najdorf y Grau, ambos,  no sólo fueron jugadores notables sino que se constituyeron en animadores de la actividad en la época que les tocó vivir, ya sea a través de su propia participación en torneos, sus enseñanzas, sus propuestas organizativas, la difusión del juego. Si ellos no hubieran existido, el ajedrez argentino hubiera estado unos cuantos escalones más abajo. Y tampoco la sociedad argentina, sin su presencia, hubiera reparado tanto en el ajedrez. Por eso se los extraña.

La influencia de Najdorf ha sido tan notable que, a la hora de recordarlo  Panno, otro egregio jugador argentino que llegó también a alturas que hoy resultan del todo inalcanzables,  no pudo hacerlo sin  imitar su voz, con ese acento que era tan característico, a mitad de camino entre el castellano y el polaco (con alguna que otra palabra intercalada de los otros siete idiomas que conocía, entre los que se incluye el, naturalmente, por su condición de judío, idisch).

Se podrán decir muchas cosas de Don Miguel: que era extravertido; que era exuberante; que no tenía claroscuros; que quería ser centro de atención permanente. Pero, en el marco de su insospechado talento ajedrecístico, de renombre internacional (como unos pocos elegidos),  y de su contribución decisiva a la difusión del juego en el país, hay un hecho de su personalidad que es indudable: Najdorf era un apasionado. Era un apasionado fundamentalmente del ajedrez, pero también de cada cosa que emprendía en su vida. Cada momento era único para el maestro y, en el ajedrez de la vida, siempre elegía la jugada más incisiva, la más excepcional, la más vital. Para Panno, fue “un maestro de maestros”, quien le enseñó a todos quienes lo rodearon, y supieron comprender sus mensajes, a través del ejemplo.

Nacido en las inmediaciones de Varsovia el 15 de abril de 1910, bajo el nombre Mojsze Mendel Najdorf,[1] aprendió a jugar a los catorce años por intermedio de un violinista de la Orquesta Filarmónica de esa ciudad, que era padre de un compañero de estudios. Ese fue un momento iniciático a partir del cual abrazaría el ajedrez, definitivamente, y con toda intensidad. 

Genia y Miguel

No terminó los estudios de profesor de matemáticas ya que quería dedicarse al juego, con el recelo de sus padres que veían a esa actividad muy extraña a la hora de pretender ganarse la vida. Se casa con una pianista de nombre Genia con quien tiene una hija.

Su primer triunfo en el mundo de los escaques se registra en el campeonato de la ciudad de Varsovia en 1934 y, fuera de casa, en Budapest´36 (junto a Lajos Steiner, delante de los notables Endre Steiner, Barcza y Szabó, entre otros), y alcanza unas tablas en 1939 ante Capablanca en el clásico torneo inglés de Margate. 

Sus participaciones olímpicas en Varsovia´35, Estocolmo´37 y en la extraoficial de Münich´36 son muy reconocidas (con medallas colectivas e individuales en su haber), siendo de destacar su relación con su maestro, el gran Tartakower, en el contexto del progresivo ascenso de Najdorf en la consideración ajedrecística europea. 

Para cuando ambos viajaron a la Argentina Najdorf era el campeón polaco[2] pero no dudó en resignar el primer tablero a su consejero en el Torneo de las Naciones de 1939.

Su llegada a Buenos Aires sería, como para muchos otros, un punto de inflexión en su vida. Pero para ninguno tuvo tintes tan dramáticos como para Miguel. De su familia: padres, hermanos, esposa hija, sobrinos…nadie habría de salvarse de la guerra y de los campos de exterminio. Ello lo supo sólo más tarde. Por lo pronto, decidió quedarse por ejercicio de un elemental instinto de supervivencia. Ser judío y polaco estaba contraindicado en tiempos del Holocausto nazi habida cuenta de que el 1° de septiembre de 1939, el mismo día en que comenzó la fase decisiva de esa Olimpíada, que por primera vez se hacía fuera de Europa, las tropas alemanas invadían a sangre y fuego su Varsovia natal.

Najdorf asumió que debía iniciar una nueva vida eligiendo para ello nuestro país en una decisión que definiría como “la mejor jugada que hice en mi vida”. Por su talento y relaciones, opciones no le hubieran faltado (por ejemplo un tío suyo bien lo hubiera podido recibir en Cuba), pero no dudó a la hora de quedarse en un suelo pródigo que le ofrecía la posibilidad ya no sólo de ganarse el pan sino también la de ganarse el puchero. “Puchero es más que pan, así que entonces…elegí la Argentina”, en una frase que lo ha inmortalizado. Y que representa una Argentina que por entonces era tan pujante.

Aquí arribaría a un nuevo matrimonio, construirá una nueva familia, obtendría un nuevo trabajo. Todo era nuevo para él, empezando por el propio idioma. Pero aquí, como allá (y antes), el común denominador de siempre sería el ajedrez, con el que lograría entenderse más que nadie, actividad que ahora podría desarrollar en una tierra pacífica. 

En su lugar de adopción desarrolló sus innatas habilidades para el comercio, facilitado por su simpatía, su expansiva personalidad, sus dotes de comunicador, que le iban a ser sumamente útiles no sólo para vender objetos baratos (en los primeros años, los que trasladaba a pie desde la zona de Once a la de Liniers para ahorrarse en transporte y de ese modo obtener alguna diferencia de valor) sino, más tarde, como exitoso productor de seguros de una empresa norteamericana que lo reclutó.

A poco de permanecer en la región fue protagonista de sendas increíbles sesiones de partidas simultáneas a ciegas, en 1943 y 1947 (la primera en Rosario; la segunda en São Paulo, Brasil), con récord mundial incluido, alcanzando una hazaña que tuvo como propósito que la noticia diera la vuelta al mundo y, con ello, llegara a conocimiento de algún familiar que aún estuviese vivo en su país natal. Milagro alcanzado en el ajedrez que, lamentablemente, no se correspondería en el campo vital ya que, pese a semejante esfuerzo, quedaría de manifiesto que había quedado solo en el mundo.

Ya desde el propio 1939 habían comenzado sus éxitos en torneos disputados en la Argentina, cuando en Buenos Aires vence en una prueba en el Club El Círculo, junto a Keres. Con el estonio llegó a compartir en la ciudad una pensión en esos primeros años del forzoso exilio.

Poco después, se iniciaría la clásica competencia anual de Mar del Plata, la que lo vería vencedor una y otra vez (exactamente en diez ocasiones, la primera en 1942, la última en 1969);[3] en sus primeras ediciones, enfrascado en un particular duelo con otro notable de ese tiempo, el sueco Ståhlberg, otro jugador también afincado entre nosotros pero en ese caso únicamente hasta la culminación del conflicto armado mundial.

Cuando El Viejo, tal el apodo con el que se lo conoció quizás demasiado prematuramente, puede regresar a Europa a participar de torneos internacionales, no defraudaría. Vencería en varios de ellos: en 1946 se impone en Barcelona y en el memorial Treybal de Praga; en 1948 lo hace en Venecia, delante de su viejo maestro Tartakower[4] y el excampeón del mundo Euwe; y otro notable resultado lo alcanza en Ámsterdam en 1950 cuando supera, además de a los indicados, a Reshevsky -un clásico rival de años venideros-,[5] Ståhlberg, Gligorić, Pirc y varios otros.

Estaba claro que esos años argentinos lo habían catapultado a la élite mundial, en un proceso de crecimiento personal que, si bien estaba basado en su previa etapa polaca (cuando llegó a ser un destacado jugador), alcanzó su máxima expansión y esplendor como representante de su nueva tierra.

Rumbo a la corona mundial, lo primero que hay que decir es que fue dejado de lado injustamente por la FIDE de la competencia de 1948, realizada en La Haya y Moscú, en la que Botvínnik habría de consagrarse el primer campeón mundial de la posguerra. A esa prueba tenía derecho de concursar por el antemencionado triunfo en Praga conforme la propia FIDE originalmente había dispuesto.

Además en 1946, cuando se hace el primer gran torneo de la posguerra en Groninga, logra vencer al futuro monarca ecuménico. Nunca, ni antes ni después, un argentino estuvo tan cerca de la corona mundial. Ese fue, es y será Najdorf. Una figura histórica de la máxima proyección mundial.[6]

En ese tren formó parte del Interzonal de Saltsjöbaden de 1948 en el que arribó en la sexta posición compartida (cuando se impuso Bronstein delante del húngaro Szabó y los también soviéticos Boleslavsky y Kótov) y luego en las primeras ediciones de los Torneos de Candidatos correspondientes a 1950 y 1953 en los que alcanzó el quinto y sexto lugar (compartido con Géler), respectivamente. En el primero, disputado en Budapest, se impuso Bronstein (y allí Najdorf fue el mejor jugador no soviético); y en el segundo, realizado en Zúrich, que está considerado uno de los torneos más fuertes de la historia, lo haría el que sería prontamente campeón mundial, Smislov. 

Para el Torneo ulterior, el de Ámsterdam 1956, inesperadamente no llega a clasificarse en el Interzonal previo evidenciando, tal vez, que lo mejor de su tiempo era ya parte del pasado.

En 1950 Najdorf estuvo en el selecto grupo que la FIDE eligió a la hora de nominar los primeros Grandes Maestros de la historia. Por lo que es el primer argentino en alcanzar el máximo título al que un jugador puede aspirar en la competencia global.

Fue campeón nacional, tras obtener la carta de ciudadanía en 1943, ocho veces (que habría de constituirse en récord histórico), desde que debutara con un triunfo en 1949 (en apretada definición en el match por la corona ante Julio Bolbochán), hasta el que conseguiría en 1975 (¡con sesenta y cinco años de edad!).  También ganó el Zonal Sudamericano de 1969 junto a Panno, delante de la estrella  brasileña Mecking.

A lo largo de su extensísima trayectoria fue frecuente animador, y muchas veces ganador (nada menos que en cincuenta y dos ocasiones), de torneos internacionales. Seguramente que el más destacado de todos fue el Memorial Capablanca de La Habana en 1962 en el que antecedió a Spassky, Smislov, Polugaevsky, Gligorić e Ivkov, entre otros, y cuando contaba con cincuenta y dos años.

Najdorf – Fischer

Su veteranía no fue óbice para que siguiera siendo un rival de temer aún en esa fase más avanzada de su vida, en un caso de permanencia en la crema del ajedrez mundial que muy pocos jugadores pueden evidenciar. Prueba de ello es que en 1970, cuando contaba con sesenta años, fue convocado como noveno tablero del equipo denominado Resto del Mundo en su enfrentamiento con la URSS. Y vaya que no decepcionó: igualó en dos contra el excampeón del mundo Tal con una victoria, una derrota y sendas tablas.

Una de las principales líneas, probablemente la más utilizada, de la muy popular Defensa Siciliana lleva su nombre, en una contribución a la teoría del ajedrez que lo haría trascender tanto como lo había logrado gracias a su juego.

Ya a fines de la década del cuarenta, su prematura calvicie y cabello canoso, hicieron que Najdorf  se encargarse de autotitularse  “El Viejo”, cosa que aconteció: ¡aún antes de haber cumplido los cuarenta años! Ningún otro ajedrecista fue “viejo” por tanto tiempo como Najdorf quien, reforzando este temprano mito, usaba frases del estilo de: “El diablo sabe por diablo, pero más sabe por viejo”, “El viejo es muy viejo”, y otras del mismo tenor, que proclamaba mientras jugaba partidas de ajedrez rápido en el Club Argentino de Ajedrez o donde fuese.[7]

En cuanto a participaciones olímpicas lo hizo en catorce oportunidades (sólo Gligorić lo supera ya que el yugoslavo estuvo presente en quince Olimpíadas), jugando tres para su tierra natal, Polonia, y las restantes once para la Argentina. Su rendimiento global fue del 65.3%, producto de noventa y tres partidas ganadas, ciento cuatro empates y veinticinco derrotas.[8]

Para Argentina, dejando de lado la de 1974, en la que ocupó el tercer tablero, en las otras diez Olimpíadas siempre ocupó el primer tablero. Ganó tres medallas de oro individuales consecutivas,[9] la primera en 1939, jugando de segundo tablero para Polonia, y en 1950 y 1952 haciéndolo para nuestro país. En 1962 obtuvo una medalla de plata compartida.                                                

Fue parte de los elencos que alcanzaron el subcampeonato olímpico en cuatro ocasiones consecutivas: 1939 para Polonia[10] y de 1950 a 1954 para Argentina, y medalla de bronce con su país natal en Varsovia´35 y Estocolmo´37, y para el país de adopción en Varna´62.

Najdorf además fue un divulgador del ajedrez impar; sus columnas en el diario Clarín fueron míticas, se presentaban en las ediciones sabatinas del diario de mayor circulación nacional, a gran espacio; y ello ocurrió desde 1971, en pleno auge del fenómeno Bobby Fischer. En esa línea, fue el numen del torneo organizado por ese mismo diario a partir de 1980, que llevaría su nombre, el que por muchos años se transformó en una fuente de progreso para los jóvenes jugadores que tuvieron la oportunidad de enfrentar a exponentes internacionales a los que difícilmente se podía acceder en estos nuevos tiempos.

Además, se lo recuerda al maestro por su generosidad para financiar la presencia de argentinos en torneos e, incluso, facilitando los estudios de otro grande del ajedrez argentino: Raúl Sanguineti.

En 1980 la Fundación Konex le confirió el Premio Konex Platino al ser considerado el mejor ajedrecista de la historia nacional (compartió la nominación con Grau, Panno, Quinteros y Sanguineti). Nada más merecido, por cierto.[11]

Najdorf fue condecorado como Comendador por el Ejército Argentino en 1994 y tres años después, es declarado Ciudadano Ilustre de la Ciudad de Buenos Aires, en la que vivió gran parte de su existencia, pero donde curiosamente no nació ni murió. 

En 1996 la FIDE, en el marco de las Olimpíadas de Yerevan, lo había declarado miembro de honor de la entidad.

Fallece en la ciudad española de Málaga, el 4 de julio de 1997 cuando se hallaba, a sus ochenta y siete años de edad, embarcado en una nueva gira ajedrecística. El Presidente argentino Menem decide que el entierro de Najdorf sea realizado con el protocolo correspondiente a los honores de Jefe de Estado. Sus restos están en el cementerio de La Tablada, provincia de Buenos Aires, junto a los de sus dos esposas argentinas, bajo un epitafio en la lápida escogido por él mismo que lo pinta de cuerpo entero: “Aquí yace un hombre que supo vivir”.

Si bien la metodología de cálculo de la fuerza ajedrecística producida por Chessmetrics, en la que se pondera la actuación de los jugadores a lo largo del tiempo, está algo desactualizada (no contiene los principales hallazgos desde 2005 en adelante), y para más puede tener algunas inconsistencias metodológicas (particularmente a la hora de efectuarse una comparación intertemporal), no deja de ser una herramienta muy interesante para analizar la fuerza de los ajedrecistas en los distintos momentos del tiempo. 

Allí Najdorf aparece nada menos que como el N° 2 del planeta, siempre detrás del sobreviniente campeón mundial Botvínnik, durante treinta y tres (¡33!) meses alternados, entre julio de 1946 y junio de 1949, coincidente con el punto más alto de la carrera del argentino. En ese lapso quedaban por detrás jugadores de la talla de Keres, Smislov, Reshevsky, Bronstein, Boleslavsky, Kótov, Fine, Ståhlberg, el excampeón mundial Euwe y tantos otros. La distancia mínima fue en marzo de 1948 cuando tan sólo veintinueve puntos lo separaban a Najdorf de la cima, y su mejor ranking es del mes de febrero de ese año cuando llega a los 2.797 puntos.

Cuando se analiza la perfomance a lo largo de veinte años de trayectoria, Najdorf aparece como el N° 16 del mundo, junto a Géler, en un ranking que encabezan Kaspárov, Kárpov y Lasker, y quedando por delante de figuras históricas como Blackburne, Bogoljubow, Euwe, Gligorić, Hübner, Janowski, Larsen, Marshall, Reshevsky, Schlechter, Tarrasch,  y podrían agregarse infinidad de otros nombres ilustres.  

Y en el otro extremo, si se contempla la mejor actuación en un año en particular, en una nómina que encabeza Fischer delante de Kaspárov, Botvínnik, Capablanca y Lasker, el argentino comparte la 20ª colocación con Bronstein delante de, por ejemplo, los excampeones del mundo Euwe,  Spassky y Topalov, y de Chigorin, Fine, Keres, Nimzowitsch, Reshevsky, Zukertort, y hasta del propio máximo genio del siglo XIX, el norteamericano Morphy.

En un análisis centrado en las edades, tomando la de setenta y nueve años (que es la más longeva que se registra), de los doce meses del año en seis el mejor de la historia es el propio Najdorf, dejando atrás al excampeón mundial Smislov, que lo es durante tres, y a Reshevsky y el menos conocido Balduin Wolff, que lo son en un único mes. 

Para el excampeón mundial Kaspárov, Najdorf fue un talento que se despertó algo tardíamente. En su extraordinaria obra dedicada a sus predecesores, al abordar el caso de Bobby Fischer, el de Bakú puntualiza sólo tres casos de jugadores occidentales que se destacaron en tiempos previos: uno es el norteamericano Reshevsky; otro es el danés Larsen, y el tercero es el argentino Najdorf. 

En ese orden le dedica un acápite específico, bajo el título ´Miguel el Grande´, en el que resalta su trayectoria. Por ejemplo, que fue el jugador con más partidas olímpicas de la historia. Por ejemplo, que la Variante Najdorf de la Defensa Siciliana es una prueba de su excepcional intuición. Por ejemplo, que era un embajador del ajedrez.  Por ejemplo, que le recomendó al propio Kaspárov que emigre de la URSS para poder evolucionar en su carrera con libertad. Por ejemplo, que a criterio de Najdorf el modo de pensar en el ajedrez es único para jugadores de cualquier nivel ya que el juego en sí mismo es único y universal. Por ejemplo, que es memorable su frase: “El ajedrez me enseñó a vivir porque me enseñó a perder”.

Frases memorables como esa otra en la que indica que “el ajedrez es espejo del alma”. O una más sobre su momento póstumo: “Cuando llegue la hora de mi muerte,  cinco camiones me conducirán arrastrándome de este mundo. Y ellos deberán venir por mí donde esté jugando al ajedrez”. Y ya sabemos cuán profético fue en este punto el maestro.

También Kaspárov reproduce la hermosa frase/semblanza de Liliana sobre su padre: “Poseía la omnipotencia del rey, la elegancia de la reina, la omnipresencia del alfil, la fortaleza de la torre, y la tenacidad del peón, y viajaba a los saltos, como un caballo. Para él la vida fue un juego de ajedrez”. Y finaliza trazando una hermosa comparación de las muertes de Reshevsky y Najdorf, que resulta una precisa (y preciosa) pintura de sus respectivas personalidades. Ambos vivieron largas existencias, ambos nacieron en Polonia, ambos fueron contemporáneos, ambos fueron excelsos ajedrecistas, ambos emigraron a América (uno al norte, otro al sur). Ambos murieron de un ataque al corazón. Pero mientras que ese desenlace, en el caso del más reconcentrado norteamericano, se produjo en una sinagoga, cerca de su casa, en un sábado en el que imperaba el recogimiento espiritual; el vital Najdorf vería que la muerte lo fue a buscar a un casino en donde se jugaba un torneo de ajedrez en la Costa Azul española. Para Kaspárov ninguno de ellos pudo haber deseado un mejor final. Y es así.

La capacidad de reconstruir su vida, de reinventarse, de sobrevivir y progresar, aún desde una situación del máximo desamparo y dolor, nos permite pensar que a Najdorf se lo debe asociar con un concepto que lo pinta de cuerpo entero: “resiliencia”.

Najdorf fue un resiliente a las adversidades de la vida. Y en esa resiliencia, despertaría lo mejor de la pasión por la vida. Y, sobre todo, la pasión por el ajedrez…


Pueden ver sus partidas ingresando al siguiente link


[1]  Cuatro nombres son posibles para referirse al mejor jugador argentino de la historia. El de Miguel Najdorf, que lo haría inmortal, y tres más. Nació como Mojsze Mendel Najdorf ; era conocido en Polonia con el de Mieczysław Najdorf y, por último, en el documento argentino constaba el de Moisés Mendel Najdorf.

[2] Habría que aclarar que, en este punto, existen algunas contradicciones sobre la certeza de esa condición ya que no se conservan en su país natal los registros de competencias  nacionales de esos años previos a la invasión nazi la cual, en su avance, destruyeron no sólo el tejido social sino también  documentación historiográfica de los hechos acontecidos en esos aciagos años.

[3] Uno de los triunfos más relevantes en esta ciudad se registraría en 1965 cuando supera por un punto y medio al soviético Stein, oportunidad en la que el podio lo completa otro representante de la URSS, Aberbakh. Más atrás quedan en esa ocasión Panno, Julio Bolbochán, el norteamericano Benkö, el rumano Georghiu y Raúl Sanguineti.

 

[4] Esta inversión de roles con su viejo maestro se evidencia aún más dramáticamente en el torneo de Bled de 1950, que también es ganado por Najdorf, en el que Tartakower ocupa la última posición, entre quince jugadores. Igualmente hay que destacar que su mentor era bastante mayor, ya que había nacido en 1887 por lo que, en estos casos, estaba en sus últimas incursiones ajedrecísticas. De hecho fallece en 1956.

[5] En la década del 50 se habría de plantear quién era el mejor jugador de Occidente, ante la evidente supremacía de los jugadores soviéticos (y, en menor medida, de yugoslavos y húngaros). Y ese lugar era disputado justamente por Najdorf y Reshevsky quienes, curiosamente, eran compatriotas, ya que habían nacido en Polonia, aunque éste emigró  tempranamente a los EEUU donde de hecho realizó prácticamente toda su trayectoria luego de ser descubierto como un niño prodigio en su país natal. Para dirimir esa supremacía, se disputaron sendos matches que lo vieron como vencedor al norteamericano. Primero, en las ciudades de New York, México y San Salvador, bajo el lema de “El campeonato mundial del Mundo Libre”, en 1952, se alzaría con el triunfo por 11 a 7. En la revancha, que se hizo en Buenos Aires al año siguiente, el resultado fue más parejo, 9,5 a 8,5, siempre con el triunfo del del Norte.

[6]  Para algunos analistas Najdorf integra la exclusiva nómina de los mejores cincuenta jugadores de ajedrez de todas las épocas.

[7] Se recuerda que, por ejemplo, en el torneo abierto de Oviedo, España, de 1993, venció categóricamente en partidas rápidas al yugoslavo Ivkov a quien consoló Najdorf diciendo: “¡Lo que pasa Boris es que estás viejo!”. El detalle es que para entonces, mientras que el argentino contaba con ochenta y tres  años, su rival apenas orillaba los sesenta. Una prueba más de la vigencia del nuestro más allá de las fronteras de la edad.

[8] De este cómputo se excluye su actuación en las Olimpíadas oficiosas de Münich´36 en las que obtuvo catorce  triunfos y cuatro empates y experimentó dos derrotas. Además, si se la pudiera considerar, en ese caso alcanzaría la línea del yugoslavo como el máximo jugador de la historia en lo que hace a presencias olímpicas. En esos Juegos fue el único jugador judío en asistir, a lo que estuvo compelido por las autoridades de su país que querían que Polonia tuviera una actuación destacada, por lo que no podían privarse de su presencia. Un hecho amargo: quien le entregara esa presea en Münich, Hans Frank, no sería otro que el futuro gobernador de la Polonia ocupada por la Alemania de Hitler, quien fue el responsable directo máximo del exterminio de tantos polacos, particularmente de religión judía y, entre ellos muchos notables ajedrecistas y, desde luego, la propia familia de Najdorf. Frank fue el más reconocido aficionado al ajedrez del régimen nazi.

[9] No se computa la de Münich´36 por ser una competencia no reconocida oficialmente. Allí Najdorf se desempeñó en el segundo tablero para Polonia.

[10]  También la lograría ese país en Münich´36.

[11]  Y en un la sexta edición de un torneo organizado por esa organización en Buenos Aires en 1988 se registra una de las últimas actuaciones de Najdorf quien, a sus setenta y ocho años de edad, cuando vencen el paraguayo Zenón Franco y el brasileño Gilberto Milos, tuvo una actuación más que correcta. Pero habría más, hasta que expiraran sus días. En 1994, ya con ochenta y cuatro años, se lo ve alcanzando la 12ª posición, invicto, entre los más de doscientos participantes del torneo abierto de su predilecta Mar del Plata, donde ganó Panno, a quien socarronamente felicitó por haberlo hecho en (o pese a) su condición de “abuelo”.

 

 

El apasionado y resiliente Miguel Najdorf: el argentino que alcanzó la cumbre más alta en la élite mundial
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