Benjamin Franklin, el ajedrez como recurso diplomático y en su faceta moral

El norteamericano Benjamin Franklin (1706-1790), a quien con toda justicia se lo considera uno de los padres fundadores de los EEUU, fue muchas otras cosas a lo largo de su rica existencia. 

 


Por Sergio E. Negri.
Imagen de Benjamin Franklin

Se lo reconoce un cabal hombre de ciencia, inventor (el pararrayos, ese que salvó y protege hoy día tantas vidas, es obra de su ingenio aunque, paralelamente, en Europa también lo concibió el checo Prokop Diviš), político, diplomático, periodista, fundador y dueño de un diario, escritor, músico y creador de una biblioteca, un cuartel de bomberos, una Universidad y un hospital. También fue ajedrecista, uno de los primeros exponentes del juego en el nuevo país.

Se sabe que lo practicó al menos desde el año 1733 pero, seguramente, lo conocía desde antes.  En sus memorias indica que, cuando se inició en el estudio de lenguas (francés primero, italiano y español más tarde), su mentor en esa materia, el Dr. Foster, lo solía desafiar al ajedrez. Y ellos se enfrentaban en igualdad de condiciones por lo que se interpreta.

Franklin, que quería aprovechar el tiempo en sus estudios, y no distraerse en otros menesteres, esos que le servirán cuando afronte una carrera diplomática, le propuso a su docente que, cada vez que ganara una partida, podría plantear tareas más exigentes en los temas que más lo acuciaban, como por ejemplo memorizar partes de la gramática o ejercicios de traducción de aquellas foráneas lenguas.

Años más tarde,  en su destino europeo, Franklin lo jugará a ambos lados del Canal de la Mancha. En París, en el Café de la Régence, ese que fuera  frecuentado por Voltaire, Diderot, Rousseau, Balzac, Victor Hugo d´Alembert, y tantos intelectuales franceses y europeos. Allí se lo verá enfrentar al supuesto autómata, denominado “el Turco”.

En Londres, por su parte, previamente, lo había frecuentado en ciertos círculos influyentes donde se valió de su práctica para desplegar su influencia personal, obteniendo información y planteando estrategias que le sirvieran a la gesta libertaria de su país que quería, y rápidamente lograría, cortar sus ataduras con Gran Bretaña.

Se recuerda que, alguna vez, jugando en la ciudad de Passy, dejará su rey en jaque y, siendo advertido por su contrincante de esa no reglamentaria circunstancia, Frankiln, si bien lo admitirá, habrá de expresar: “…no lo debería defender. Si fuera un buen rey como ustedes, merecería protección de los suyos; pero es un tirano”.

El norteamericano, ya lo sabemos, sostenía los valores republicanos en vez de la continuidad de una monarquía ajena por lo que, esa circunstancia en la partida, podía servirle de argumento político.

Siempre en Francia, el norteamericano lo practicó, aunque ahora sin pretensiones libertarias, con Anne Louise Boyvin d’Hardancourt Brillon de Jouy (1744-1824), una eximia ejecutante del clavicémbalo con quien tuvo un amorío platónico del que el ajedrez fue mudo protagonista.

En una de las cartas intercambiadas entre ellos se apunta que el caballero le ganó seis partidas por lo que la joven le advertirá, seguramente  en el marco del coqueteo recíproco, que “no escatimará nada para conseguir su venganza”.  Quizás la venganza haya sido que la relación no prosperara como quería Franklin.

Imagen de Franklin jugando contra Mrs. Howe

Alguna vez, mientras su amada disfrutaba de un momento de placer en su bañera, él aprovechaba para jugar al ajedrez con un amigo en un lugar muy (seguramente demasiado) próximo. La dama, muy convenientemente, permanecía cubierta por un listón de madera que impedía visiones inconvenientes. Franklin, algo irónicamente, le dijo al día siguiente: «Me temo que le pudimos haber generado una incomodidad al deber permanecer tanto tiempo en el baño”.  La partida podía y debía proseguir hasta que se arribara a su desenlace,

En la capital francesa residió entre los años 1767 y 1785. En ese contexto ejerció el rol de embajador en un tiempo en el que pudo tomarle el pulso a otro movimiento revolucionario y sudo defender la causa libertaria de su país que ya pudo asumir su independencia.

En Inglaterra había previamente vivido, cosa que hizo entre 1757 y 1762 y de 1764 a 1767. En este caso con propósitos más intrigantes que sociales, se había escudado en el ajedrez para frecuentar la casa de otra señora, Caroline Howe, que era hermana de un almirante y de un general inglés, muy influyentes ambos (con el tiempo llegarían a ser comandantes de sus respectivas fuerzas).

Ya sabemos, Franklin quería información para sus propósitos en aras de contribuir a que su país pudiera cortar ligaduras con ultramar. Esos encuentros ajedrecísticos, con la noble y con el marino (de nombre Richard), ocurrieron con cierta frecuencia. Uno de ellos en un día de Navidad. ¡Es que algo estaba naciendo del otro lado del Atlántico!

Uniendo dos de los campos de interés de Franklin, Sacvan Bercovitch dirá, sobre las circunstancias que rodearon el trabajo de Franklin en pos de la independencia nacional: No debemos esperar que un nuevo gobierno pueda ser formado como un juego de ajedrez puede ser jugado por una mano hábil, sin un fallo. Los jugadores de nuestro juego son tantos, sus ideas tan diferentes, sus prejuicios tan fuertes y diversos, y sus intereses particulares, con independencia del bien común, parecen tan opuestos, que ni una movida puede ser hecha sin ser discutida; las numerosas objeciones confunden el entendimiento; el más sabio debe de estar de acuerdo con algunas cosas poco razonables, que lo que más razonable de consecuencia pueda obtenerse, de modo que el juego es más parecido al tric-trac con  una caja de dados”. (En Games of chess: A model of Literary and Cultural Studies). 

Más allá de estos encuentros en son diplomático, la vinculación más estrecha de Franklin con el ajedrez se verificará cuando escriba un ensayo llamado The Morals of Chess, aparecido en la revista “The Columbian Magazine” en diciembre de 1786. Esas líneas las había esbozado ya para 1732. Es un texto que trascenderá fronteras afuera, incluyendo una pronta impresión en Londres. Además se convertirá en el primero relacionado al ajedrez que aparecerá en Rusia, lo que acontecerá en 1791. 

Imagen de la revista en la que se publicó por vez primera The Morals of chess

En este ensayo, que comienza con una mirada histórica, se reconoce que el ajedrez llegó a los EEUU en forma algo tardía respecto de otros puntos del continente,dado que los españoles se habían adelantado en difundirlo por los territorios bajo su dominio, en tierras ubicadas más al sur.

Su tono, con todo, es menos historiográfico y del todo moral, tal cual se desprende de su propio título. En ese orden, al hacerse la clásica parábola que asocia al ajedrez a la guerra, se minimiza la importancia del resultado en el juego. Inversamente se destaca la relevancia de practicarlo en manera ética y disfrutable.

Los valores que más alentaba Franklin, para el ajedrez, y como lógica extensión para la vida, eran los de la cautela (“caution”), la prevención (“foresight”) y la circunspección (“circumspection”).

Además de su valor en cuanto a contenido, The Morals of Chess es habitualmente justipreciado, aunque ello no es del todo exacto, de haber sido el primero en aparecer como producción propia del continente americano.

Sin embargo, algunas investigaciones más precisas y recientes, han llegado a determinar que fue precedido por un poema sobre los ajedrecistas de la ciudad de New York que se le debe al Reverendo Lewis Rou (1676-1750), un pastor evangélico francés que lo redactó en 1734.

Al de Rou se lo considera un manuscrito perdido, no obstante lo cual se conoce  una versión impresa de 1902, que tiene dieciocho páginas, editada por The Landi Press bajo la firma de Willard Fiske (1831-1904).

La obra en cuestión está dedicada a: “Su excelencia, William Cosby, Gobernador de Nueva York” y tiene como título Critical remarks upon the Letter to the Craftsman on the game of chess (Comentarios críticos sobre la Carta a los artesanos del juego de ajedrez).

Volviendo a Franklin, ahora en otra faceta vinculada al ajedrez, hay que destacar que produjo un estudio en el que lo uniría con las matemáticas.

En ese orden, y siguiendo una tradición milenaria (los primeros prototipos sobre el tema se remontan a la China ancestral), diseñó un cuadrado mágico sobre un tablero de 8×8. Ese en el que el ajedrez siempre ha tenido lugar.

La idea es la de tratar de ubicar en cada casilla los números que van de 1 a 64 de forma tal que se generen múltiples combinaciones posibles de 8 escaques y que, al hacerlo, si se suman las cifras que contienen en diversas direcciones, siempre dé como resultado 260.

Imagen del cuadrado mágico de Franklin

Al mágico número de 260 se arriba si se suman cada fila o columna, Pero no sucede lo mismo en dirección diagonal. Pero ello se corrige si se hace este procedimiento: desde el extremo izquierdo, conducirse en escalera cuatro peldaños; permaneciendo en ese nivel, ir a la casilla más próxima y, desde allí, descender  en diagonal hasta el extremo derecho. Por ejemplo en la siguiente secuencia: 16-63-57-10-23-40-34-17.

También se obtiene 260 si se suman los cuatro números de las esquinas más los cuatro números del centro. O los cuatro números de una diagonal que sube más los cuatro números de la diagonal respectiva que baja.

Además, da un resultado de 130 si se suma la primera mitad de cualquier renglón; la segunda mitad de cualquier renglón; la primera mitad de cada columna; la segunda mitad de cada columna y la suma de los cuatro números de cualquier cuadrado de 2 x 2.

Mediante programas matemáticos se descubrió que existen quince estructuras diferentes que responden a la condición planteada por el cuadrado mágico de Franklin. Y que de ellas se derivan 1.105.920 soluciones posibles.

Franklin, de este modo, logró perfeccionar el cuadrado mágico que había obtenido algo antes el célebre matemático Leonhard Euler (1707-1783) quien “sólo” hizo sumar 260 a todas las filas y columnas.

Con todo, en el caso del suizo, habría que consignar que su propuesta es más completa desde el punto de vista ajedrecístico ya que logró, adicionalmente, que los números de 1 a 64 siguieran, en forma perfecta, el recorrido de un caballo de ajedrez, que se desplaza tocando todas las casillas con su movimiento característico sin repetir nunca los hitos por los que pasa a lo largo de su marcha.

El tablero de Euler es el siguiente:

Imagen del tablero mágico de Euler

Dejando estos experimentos matemáticos atrás, y regresando  a la cuestión moral, que fue central en la vida de esta multifacética personalidad,  recordemos una frase de  The Morals of Chess que puede ser considerada toda una enseñanza, que se verifica en el campo del ajedrez y que, por extensión, es susceptible de ser apropiada para la vida misma:

“Nosotros aprendemos del ajedrez el hábito de no estar desanimados por la mala apariencia del estado actual de nuestros asuntos, aprendemos el hábito de esperar cambios favorables, y aprendemos a perseverar en la búsqueda de recursos”.

Como dijo y quería Benjamin Franklin. Que así sea.

Benjamin Franklin, el ajedrez como recurso diplomático y en su faceta moral
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