Marguerite Yourcenar: el ajedrez símbolo que rebasa toda vida

Fue novelista, poetisa, dramaturga y traductora francesa, nacionalizada estadounidense. La autora de Memorias de Adriano incluyó al ajedrez en varios pasajes de su obra y su estudio. Amiga de Jorge Luis Borges, y de Roger Caillois, tras la muerte de este último ingresó finalmente en la Academia Francesa, de la cuál fue la primera mujer integrante, y en su alocución inaugural, donde repasó parte de la obra de Caillois (autor del célebre «Los juegos y los hombres»), desarrolló conceptos de gran nivel para con el juego: «El jugador de ajedrez, preocupado únicamente, según parece, por problemas abstractos, opera en sí esa metamorfosis que consiste en convertirse por un tiempo en su propio adversario, con el fin de mejor prever los golpes que tendrá que evitar y los dilemas que deberá resolver». Los repasamos y disfrutamos, al cumplirse 115 años de su nacimiento.

Por Sergio Negri

imagen-de-marguerite-yourcenarMal hubiera podido la escritora belga Marguerite Yourcenar, Marguerite Cleenewerck de Crayencour era su nombre completo (1903-1987), devenida con el tiempo ciudadana norteamericana y francesa, incluir al ajedrez en su extraordinaria novela histórica Memorias de Adriano.

Es que ese emperador rigió los destinos de Roma en tiempos en que el juego estaba muy lejos de ser una realidad. Más en territorios europeos, a los que arribará muchísimo después. En esas geografías, y en esos momentos, a lo sumo se podían disputar otros de tablero, en particular uno muy elemental que, como el ajedrez, tenía cierta connotación militar: el ludus latrunculorum.

 

En otro de sus capolavoro, Opus nigrum, que es de 1968, como está ambientado en un periodo que va desde las postrimerías de la Edad Media y la vigencia del Renacimiento, sí se lo permitió mencionarlo, cosa que hace en el siguiente párrafo: “Acaso no tuviera alma. Tal vez sus repentinos ardores no fueran más que el desbordamiento de una fuerza corporal increíble; quizá, magnífico actor, ensayaba sin cesar una forma nueva de sentir; o más bien no había en él más que una sucesión de actitudes violentas y soberbias, pero arbitrarias, como las que adoptan las figuras de Buonarroti en las bóvedas de la Capilla Sixtina. Luca, Urbino, Ferrara, peones en el juego de ajedrez de su familia, le hicieron olvidar los paisajes de verdes llanuras rebosantes de agua en donde, por un momento, había consentido vivir…”.

En una colección de ensayos de 1962 bajo el título A beneficio de inventario, al referirse al poeta griego Constantino Cavafis (1863-1933), Yourcenar expresará lo siguiente: “Cavafis pone al servicio de intrigas ptolemaicas o bizantinas esa sagacidad de jugador de ajedrez, ese interés apasionado por el hermoso arte de la vida pública, o supuesta tal, del que no carece ningún griego”.

Seis días antes de la muerte de Jorge Luis Borges (1899-1986), se encontraron en Ginebra. Marguerite le preguntó al argentino: «Borges, ¿cuándo saldrás del laberinto«. Él le respondió: «Cuando hayan salido todos«.

Ambos compartían predilección por esa clase de construcciones. La escritora de hecho publicó una trilogía denominada El laberinto del mundo donde el ajedrez habrá de aparecer.

Allí, recorriendo Niza, se verá a unos personajes toparse con una serie de tiendas de anticuarios, en donde detectan objetos que comprarían, si hubieran podido contar con suficiente dinero, y otros que no lo harían en ningún caso. Ambos quedarán grabados en sus memorias. Entre cosas que en todos los casos son absolutamente bellas, se hallará: “un juego de ajedrez cuyas casillas eran de nácar y de ébano”.

Al describirse la Abadía de Westminter ubicada en Londres, donde se pueden apreciar los sepulcros de reyes y reinas, miembros de la familia real, aristócratas y personalidades connotadas, se dice: “Los yacentes eran no tanto unos muertos como las piezas de un juego de ajedrez que continuara sin ellos, aunque con otros peones más o menos iguales”. Ilustres exgobernantes habían quedado atrás. Ya vendrán otros, con sus mismas virtudes y sus mismos defectos. Todos peones de la vida.

Yourcenar ingresó a la Academia Francesa a los 73 años de edad, tras la muerte de Roger Caillois (1913-1978), el mismo que tanto tiempo atrás había sido del todo decisivo en el conocimiento de Borges en Francia y en toda Europa y ese que había sido objeto de la mirada amorosa de Victoria Ocampo (1890-1979), la recordada escritora y mecenas del arte argentina.

Caillois produjo algunas obras fundamentales sobre la relación del hombre con el juego. Será por esas inclinaciones que, una decepcionada Ocampo, en una carta dirigida a su examante, con empleo del ajedrez mediante, le podrá decir lo siguiente: “He sufrido a menudo. Pero nunca había conocido antes esa cosa atroz: la aridez. Usted me volvió árida. Estoy delante de mí misma como ante una desconocida. ¡Collége de Sociologie! ¡Lazos del corazón! ¿De qué, de qué habla usted? ¿Qué es lo que puede dar, que pretende dar, cuando usted no está ni siquiera en condiciones de recibir? ¿Qué tierras serían susceptibles de ser fecundadas por su sistema? Diga entonces que a usted le importan un bledo las tierras y su fecundidad y que el sistema le interesa como un juego de ajedrez. ¡Un juego de ajedrez en verdad! Me siento tan horriblemente despojada de mí misma -pero en el mal sentido del despojo- que me parece que jamás he tenido nada, es decir, no he dado nada. Y mi pobreza, es todo lo que usted no ha sabido, no ha deseado o podido tomar de mí y que se me viene encima como una avalancha. Todo eso que se ha transformado en nieve”.

Imagen del libro Los juegos y los hombres de Roger Caillois
Imagen del libro Los juegos y los hombres de Roger Caillois

Pero volvamos a Yourcenar y a su asunción del sitial en la Academia Francesa que ocupó previamente Caillois. En el discurso de aceptación pronunciado el 22 de enero de 1981, se referirá a su antecesor. En cierto pasaje, habrá de aludir a su clasificación de los juegos en cuatro facetas, los de competencia (Agón), azar (Alea), simulacro (Mimicry) o vértigo (Ilinx) y, respecto de los primeros, asegurará que se presentan: “…competitivo (s) en todos sus aspectos, ya se trate de los ejercicios atléticos de la antigua Grecia, del jugador de fútbol —ambos empleando al máximo sus fuerzas físicas— o por el contrario, del jugador de ajedrez, inmóvil ante sus casillas negras y blancas: de hecho, abarca todos los juegos que requieren el vigor, la agilidad, la resistencia o la inteligencia de los concursantes o una combinación de todas estas cualidades, incluso cuando el hombre juega solo y trata de batir su propio récord”.

Dos menciones al ajedrez más Yourcenar se reservará en esa recordada alocución tras la cual, por primera vez en la historia, una mujer ingresaba en la prestigiosa Academia gala.

Primero destaca que, en el jugador que lo practica, se da una suerte de dualidad al ser desde luego uno y, simultáneamente, al deber prever el pensamiento del rival, con lo que habrá de transformarse también en un otro:El jugador de ajedrez, preocupado únicamente, según parece, por problemas abstractos, opera en sí esa metamorfosis que consiste en convertirse por un tiempo en su propio adversario, con el fin de mejor prever los golpes que tendrá que evitar y los dilemas que deberá resolver”.

Finalmente, al referirse puntualmente a El hombre y lo sagrado y a Cases d’un échiquier, obras ambas de Caillois, expondrá que: “…no ignora que todo juego comporta un rito. La diferencia entre el juego y las actividades útiles de la existencia, tan importante en sus comienzos, parece a veces desvanecerse por sí misma. En ´Cases d’un échiquier´ el juego de ajedrez y el humilde juego de la oca se convierten en el símbolo de un algo ignoto que engloba y rebasa toda vida”.

Dentro de la misma ilación argumental, agregará: “Al igual que el tablero mismo de ajedrez, la partida puede no tener comienzo ni fin… Está claro que un ser cuya existencia es breve no puede intervenir sino durante un tiempo irrisorio con relación al que necesita el enfrentamiento de un grandísimo número de piezas sobre una inmensa cuadrícula. Cada jugador hereda una situación dada, lleva a cabo o hace abortar unas combinaciones de las cuales no tiene tiempo de informar a su sucesor que, por lo común, no tiene en cuenta su trayectoria”.

Nos quedamos en Yourcenar con esa idea preciosa en cuanto a que: “…el juego de ajedrez y el humilde juego de la oca se convierten en el símbolo de un algo ignoto que engloba y rebasa toda vida”.

Es que la vida, ya bien lo sabemos, es en sí  misma un juego. Uno que merece ser jugado, con reglas, con hidalguía, con alegría.

Imagen del Instituto de Francia sede de la Academia Francesa en donde entró por vez primera una mujer: Marguerite Yourcenar
Imagen del Instituto de Francia sede de la Academia Francesa en donde entró por vez primera una mujer: Marguerite Yourcenar

 

Marguerite Yourcenar: el ajedrez símbolo que rebasa toda vida
Etiquetado en: