Borges, los libros y el mundo, foto tomada de la página oficial del Ministerio de Cultura de la República Argentina, en https://www.cultura.gob.ar/media/uploads/noticias/borges2.jpg.
Por el investigador y Maestro FIDE argentino Sergio Ernesto Negri [1]
En Jorge Luis Borges[2] (1899-1986) siempre se ha reconocido una visión metafísica, una concepción por la cual se considera que las ideas de los hombres, y aún las de los dioses, pueden adquirir una entidad aún más real que las que denotan las propias cosas.
En una literatura que en su pluma siempre tuvo un tono particularmente profundo y esencial, el ajedrez no podrá aparecer como un mero juego u objeto sino que habrá de adquirir la poderosa fuerza de la metáfora trascendente.
Sobre el vínculo general de Borges con el ajedrez ya hemos escrito algunas líneas en otro artículo que hemos previamente publicado.[3]
Allí se planteó, particularmente, que en el reconocimiento de las obsesiones borgianas sobre el infinito y la eternidad se puede llegar a concluir que el ajedrez fue uno de los objetos más preciados del autor, casi alcanzando la misma relevancia que le asignara a sus espejos y laberintos.
En todos ellos, por lo pronto, puede advertirse cierta iterativa e ilimitada potencia que nos conduce a una idea de infinito (por momentos no exenta de recursividad) y a un sentido de atemporalidad que excede el mandato de lo inmediato por lo que nos vemos enfrentados frente a la posibilidad de la eternidad.
Hay mucho más por decir, desde luego, sobre la prolífica relación de Borges con el juego. Lo iremos haciendo, así lo esperamos, pausada y progresivamente. Por lo pronto, en esta oportunidad habremos de concentrarnos en cómo el ajedrez ingresó en su radar a partir del legado de sus ancestros.
De su entorno familiar directo se sabe que el juego lo practicó su abuelo paterno, el coronel Francisco Borges Lafinur (1835-1874). Alejandro Vaccaro, uno de los biógrafos de Borges dice que aquél, quien nació en Montevideo (aunque era hijo de exiliados del otro lado del Río de la Plata), había recibido una adecuada educación ya que “hablaba francés y era un eximio jugador de ajedrez”.
Pero el momento fundacional de la relación con el ajedrez del futuro escritor se dará cuando su padre, Juan Guillermo Borges (1874-1938), quien también lo practicaba, le enseñó a un Jorge Luis aún no adulto las paradojas de Zenón de Elea (490-430, antes de Cristo), explicándole la imposibilidad de que Aquiles alcanzase a la tortuga. A la hora de argumentarse respecto del asunto, en tono ciertamente didáctico, se valió de un tablero escaqueado.
Borges, en diálogo con Osvaldo Ferrari, recordaría sobre este punto lo siguiente: “…mi padre me explicaba esto sobre un tablero de ajedrez (…) suponiendo que se trate de una torre; antes que una torre llegue a la casilla de la otra tiene que pasar por la casilla del rey. Y antes de pasar por la casilla del rey tiene que pasar por la casilla del alfil y luego por la casilla del caballo. ¡La primera línea horizontal de cada jugador en el tablero como una recta!”.
En ese acto mágico, entonces, el juego quedó asociado en la mente del niño con los mandatos de la lógica y los misterios de la filosofía, lo que habría de influir poderosamente, así lo intuimos, en futuros abordajes literarios en los que el ajedrez estuvo muy presente en su obra.
El padre, entre otros aspectos que incluyen desde luego el campo de los valores, formó a su hijo en el plano intelectual. No habría que olvidarse que aquél fue también un escritor que tuvo una particularidad destacable ya que, a diferencia de su vástago, habrá de ser autor de una novela: El Caudillo, publicada en Palma de Mallorca, España, en 1921.

Un Borges que, además de la propia existencia, le habrá de quedar por siempre agradecido, y por tantos motivos, a su padre, le dedicará una poesía en la que, refiriéndose a la partida terrenal de su progenitor, expresará: “Tú quisiste morir enteramente. / La carne y la gran alma. Tú quisiste / entrar en la otra sombra sin el triste / gemido del medroso y del doliente. / Te hemos visto morir con el tranquilo / ánimo de tu padre ante las balas. / La roja guerra no te dio sus alas, / la lenta parca fue cortando el hilo. / Te hemos visto morir sonriente y ciego. /Nada esperabas ver del otro lado, / Pero tu sombra acaso ha divisado / los arquetipos que Platón el Griego / soñó y que me explicabas. Nadie sabe / de que mañana el mármol es la llave”.
Como se aprecia, en estos versos se hace alusión al abuelo, el otro ajedrecista de la familia, y se rememora un Borges padre enseñando los arquetipos de Platón (427-347, antes de Cristo) configurando una transmisión de sabiduría, que es del todo similar, a la que también hiciera, en ese caso sobre un tablero de ajedrez, respecto del filósofo Zenón.
Más allá del momento iniciático de Borges en su relación con el juego-ciencia, procuremos ahora ir más lejos aún, todo lo que sea posible, sumergiéndonos en las prolíficas ramas de un árbol genealógico del poeta que remite a una tradición europea conformada por personalidades que terminan por confluir en sus orígenes vikingos.
En ese camino, es posible explorar la profunda relación que establecieron varios de sus ancestros con el ajedrez y, a partir de ello, llegar a suponer que, en el torrente sanguíneo del escritor argentino, con un portentoso efecto acumulativo, se fue inoculando su magia imponiendo, de alguna manera, una suerte de mandato genético.
Por el linaje paterno observamos la presencia en el árbol familiar de Alfonso X el Sabio (1221-1284), el rey de Castilla, León y otras comarcas de territorios ubicados en la península ibérica, autor (o al menos compilador) del muy influyente y precioso libro Juegos diversos de Axedrez, dados, y tablas con sus explicaciones, ordenados por mandado del Rey don Alfonso el sabio, texto que resultó decisivo para la codificación del ajedrez y su progresiva difusión por todo el continente europeo en plena Edad Media.

Otro de sus emblemáticos antepasados lejanos de Borges es Guillermo I el Conquistador (1028-1087) quien, siendo de origen normando, llegará a ser rey de Inglaterra. A este monarca, conforme diversos relatos (algunos de tono legendario), se le atribuye el hecho de que fuera quien hizo ingresar el ajedrez a la isla o, al menos, se especula que ello habría sucedido en el tiempo de su reinado.
Existen otros rastros de vinculación parental del autor argentino con dos destacadas soberanas medievales que, por su honda influencia, resultaron decisivas para que una pieza de carácter femenino, la de la reina, surgiera en reemplazo del antiguo visir que provenía de la tradición oriental.
Es sabido que, en estos lares, tanto en la realidad de las cortes cuanto en la modelización en el tablero, al lado del omnipresente y poderosísimo rey, se presentaba un más ubicuo visir, una persona del todo influyente, en todos los casos varón, que imperaba en las culturas india, persa y en el mundo musulmán.[4]
Las personas de referencia, emparentadas con Borges, son Leonor (Eleanor) de Aquitania (1122-1204), reina de Inglaterra y Francia (en algunas visiones la mujer más poderosa de la Edad Media); y su nieta, la Infanta Urraca de Castilla (1186-1220), quien terminaría siendo soberana de Portugal.
A juicio de Marilyn Yalom, autora de un libro exquisito (citado en las fuentes bibliográficas) en el que se analiza el nacimiento y evolución temprana de la pieza de la reina en el juego de ajedrez, ambas, al haber adquirido gran protagonismo en las respectivas cortes, se constituyeron en modélicas.
En ese carácter Leonor y Urraca, junto a otras referentes epocales, se convirtieron en un valioso paradigma que hizo posible que una pieza de perfil femenino pudiera sustentarse, primero para ingresar, y luego para permanecer, en el diseño renovado del milenario ajedrez.
En lo que respecta a Leonor de Aquitania es sabido que fue una gran protectora de las artes, las ciencias y los juegos. En su tiempo, y ello sucedió en las cortes en las que rigió a ambos lados del Canal de la Mancha, en sintonía con lo que ocurrió en otras de la Europa occidental (inmediatamente antes y después), todas las personas de clase, entre ellas los integrantes de la realeza, los clérigos, nobles y demás personajes prominentes, debían necesariamente contar con conocimientos en materia de ajedrez.
Se ha indicado específicamente que Leonor de Aquitania practicaba con cierta frecuencia los juegos de backgammon, damas y ajedrez y que, junto a su esposo, el rey francés Luis VII (1120-1180), reparó en el ajedrez como entretenimiento en el marco de la Segunda Cruzada (iniciada en 1147) en la que la pareja participó. En este sentido, además del detalle lúdico, este episodio denota la relevancia de la reina ya que, en esos tiempos, no era para nada habitual que las mujeres fueran parte de esa clase de excursiones armadas.
Para más detalles de esos tiempos cabe decirse que, además de entre los cortesanos, el juego hizo baza entre los trovadores, quienes lo invocaban en sus cantos y lo empleaban en la enseñanza de los niños.
Lo propio aconteció con los caballeros de quienes se esperaba que, en sus procesos de formación, adquirieran habilidades en el ajedrez. Este juego, de creciente reputación intelectual, tenía otra característica que lo hacía apropiado para esta cohorte ya que, por la imagen de guerra y batalla a la que remite, tenía mucho que ver con su propia misión, la de ejercer la defensa o la de aumentar los espacios de conquista frente a los enemigos siguiendo los intereses de sus mandantes.
En estas condiciones, el ajedrez se fue difundiendo fuertemente en la sociedad europea occidental, particularmente en lo que a las clases sociales privilegiadas concernía. Los sectores menos acomodados, diversamente, practicaban más bien el backgammon.
En cualquier caso, y ello no le sería ajeno a un Borges que tuvo a algunos de sus ancestros como testigos directos de estos fenómenos, el ajedrez fue adquiriendo un contenido polisémico.
En primera medida, podía ser visto en su faceta más fuertemente lúdica, como lo hacían por ejemplo de los trovadores; o en su correlato con el arte de la guerra, visión que se entrelazaba a los caballeros.
También se podía asimilar al juego en su invocación religiosa: en Francia especialmente hubo una fuerte asociación con el culto mariano; o en sus implicancias filosóficas y morales, ante la inmemorial lucha del Bien contra el Mal, o del pecado versus la virtud, en términos de un Cristianismo de elevada presencia religiosa, política y cultural, una antinomia que tan bien quedaba reflejada en el combate entre blancas y negras del ajedrez.
El juego tenía tal fuerza representativa que, como bien lo reflejara el fraile dominico Jacobo de Cessolis en el libro que se conoce como Ludus scacchorum, que es del siglo XIV (uno de los más influyentes en tiempos en que hiciera su aparición la imprenta y en el que se recogen buena parte de sus sermones), se podía caracterizar a los integrantes de la sociedad, y a sus comportamientos (los reales y los deseados), como si se trataran de piezas actuantes en un tablero.
Los principales momentos de ocio podían ser vistos, ayer y hoy, como facilitadores de su práctica. En tiempos idos eso sucedía no sólo en el marco de las actividades habituales en las cortes sino, más específicamente, cuando los caballeros en tiempos invernales estaban expectantes aprestándose a futuras batallas, durante los periodos de gestación de las mujeres embarazadas y en lo que atañe a los prisioneros privados de su libertad. Todos ellos podían recurrir al ajedrez en procura de sosiego y distracción.
También al juego se le podía reconocer su carga erótica habida cuenta de que, además de la que tiene implícita (la cual ha sido objeto de diversos estudios),[5] podía facilitar en forma directa el encuentro entre personas de diferentes sexos. La literatura de ese tiempo se encargó de reflejar, en relatos impares, situaciones en las que el ajedrez podía dar paso al amor, a la picardía o meramente a las pulsiones del sexo.[6]
Un aspecto que hoy no puede dejar de valorarse es el hecho de que en las cortes europeas medievales el ajedrez era jugado por igual por varones y mujeres, una señal de igualdad de género que no se había dado en tiempos precedentes y que, en parte, se perdería en siglos venideros.
En esas condiciones, que apareciera la pieza de la reina era una imperiosa necesidad. Es más, al trebejo con rostro de mujer se lo dotó progresivamente de una extraordinaria movilidad de desplazamiento sobre el tablero, a diferencia de lo que acontecía anteriormente con el más estático y meramente defensivo visir, lo que habla a las claras de un rol social creciente de las mujeres.
Leonor y Urraca, soberanas que fueron parte de los ilustres antepasados de Borges hicieron, quizás sin saberlo, una gran contribución para que este reconocimiento al valor de lo femenino pudiera ser parte esencial, desde ahora, en el más perenne de los pasatiempos.
Al ocuparse especialmente de la relevancia del ajedrez en las cortes de Leonor de Aquitania,[7] Jerry Fu concluye su estudio del tema diciendo lo siguiente: “En el reino de Eleanor de Aquitania, el ajedrez fue jugado abiertamente por todos los géneros y al menos conocido, si no jugado, por todas las clases (…) Las tradiciones cortesanas de su tiempo, continuadas por muchos de sus descendientes, alentaron la difusión del ajedrez y el patrocinio de muchos poetas y escritores que escribieron sobre el juego, permitiendo que las raíces del ajedrez se hundieran en lo profundo de la cultura de Francia e Inglaterra”.

Por su parte, en lo que respecta al reinado de Urraca, en un trabajo específico que encaró Laura Escobar García sobre la personalidad de esa controvertida soberana, se asegura que en su tiempo “…las mujeres que no eran monjas o que no estaban recluidas en un convento, en el siglo XIII se empiezan a escribir obras didácticas para la formación de la mujer, estaban enfocados principalmente para las mujeres de la aristocracia, aprender: modales, leer, escribir, cetrería, jugar al ajedrez, relatar historias, cantar y tocar instrumentos”.
Además de las ya consignadas, hay otras figuras relevantes que forman parte del árbol genealógico que estrechan aún más los vínculos “genéticos” de Borges con el ajedrez.
Otón I (912-973), otro de sus ancestros, emperador del Sacro Imperio Romano-Germánico, tuvo como primera esposa a Adelaida de Italia (931-999) quien, nuevamente en la mirada de Yalom, podría haber sido la imagen icónica directa en la que se inspiró la pieza de la reina en el juego.
De hecho será en Versus de Scachis, escrito de fines del siglo X, el primer texto europeo en el que esa figura (la de la Regina), aparece mencionada como trebejo. Ese trabajo se concibió en un monasterio que estaba bajo la protección de Adelaida, el que está ubicado en la actual Suiza donde aún se conserva uno de esos antiguos manuscritos.
Sobre este punto no habría que olvidar una hipótesis alternativa: la de que haya sido bajo la imagen de otra poderosa emperatriz, la bizantina Teófano Skleraina (955-991), que hubiera aparecido la pieza de la reina. Se trata de la esposa de Otón II (955-983), sucesor de su padre en el trono. Se sabe que la dama en cuestión incluyó, dentro de su dote para concretar la boda imperial, un juego de ajedrez que provenía de su cultura. Hay que recalcar que a Bizancio el juego, por proximidad geográfica e interacción cultural, ingresó directamente de la mano de los persas (y no por la clásica intercesión de la cultura musulmana), en todo caso en tiempos bastante previos a que irrumpiera en la Europa Central. Quizás, entonces, el vector de esta transmisión haya sido Persia-Bizancio-Europa Central.
En esta sucesión de monarcas tenemos más luego el caso de Otón III (980-1002) de quien, se afirma, perdió a una de sus hermanas, Matilda de Sajonia (979-1024), al apostarla en una partida de ajedrez, por lo que ella debió ser casada con el conde de Lorena. El ajedrez en aquellos tiempos, y lo propio venía aconteciendo en la tradición cultural de Oriente, permitía y hasta alentaba a que se celebraran las partidas bajo el régimen de apuestas, lo que no dejó de ser objeto de cuestionamiento por las religiones predominantes en todas esas geografías.
Dejemos por lo pronto los antecedentes de un Borges con sus egregios antepasados, algo lejanos, que tuvieron al juego de ajedrez como parte de sus aficiones. Retornemos al vínculo más inmediato y esencial, ese que lo tuvo al juego presente a partir del vínculo con su progenitor.
Éste, en calidad de traductor, trajo al idioma español el Rubaiyat, célebre obra del poeta persa Omar Jayam[8] (1048-1131), para lo cual abrevó en las versiones (¡y fueron cinco!) que en idioma inglés se le deben al escritor británico Edward FitzGerald (1809–1883).
Iba a estar claro que este trabajo decantó porosamente en algún momento hacia el inquieto hijo, quien lo habrá de incorporar, procesar y, en definitiva, convertir en una fuente de inspiración de unas líneas muy precisas (¡y preciosas!), y tal vez también del conjunto como un todo, de sus afamados sonetos titulados, para siempre, Ajedrez.
Por lo pronto, constatemos que un Borges, sensibilizado en estos autores por su propio padre, en 1952 habrá de publicar el poema El enigma de Edward Fitzgerald, cuya trama transcurre precisamente en el siglo XI en Persia, vale decir, en contemporaneidad con la época en la que vivió Jayam.
Allí se ve a uno de sus protagonistas, un tal Umar ben Ibrahim al-Khayyami, quien “labra composiciones de cuatro versos”, en una clara alusión a las famosas cuartetas del escritor persa. Para más señales obsérvese que Jayam y Khayyami son nombres fonética y semánticamente intercambiables o asimilables.
Al personaje se lo aprecia morir en tiempos en los que “un rey sajón que ha derrotado a un rey de Noruega es derrotado por un duque normando”. Estamos en presencia de un nuevo guiño de Borges a sus ancestros ya que esas líneas hacen referencia a Haroldo II de Inglaterra (1022-1066) quien, en septiembre del año de su consagración y caída, venció primero en una batalla al monarca Harald III de Noruega (1015-1066) para, un mes más tarde, ser a su vez derrotado (y hallar la muerte) por Guillermo el Conquistador quien, como ya hemos visto, es otro de los antepasados del argentino.
Borges padre, traduciendo a Jayam de FitzGerald. Borges hijo, teniendo a la la mano un texto que fue posible gracias al oficio de su progenitor quien, más adelante, cuando conciba sus sonetos Ajedrez, no dudará en incluir unos versos, aquellos que dicen “la sentencia es de Omar”, en una clara remisión a las cuartetas del persa.
Cinco palabras, sólo una línea de los versos, en los que se conjugan muchas cosas.
Allí se aprecia la herencia cultural inglesa (por FitzGerald, a partir de su tarea de traducción) y más claramente la raíz oriental (por Jayam autor de la obra originaria). Allí se vinculan tradiciones que provienen de la Edad Media debidamente mediadas por la cultura imperante en el siglo XIX, la de una literatura, la inglesa, que tanto influyeron en la obra de Borges y en su legado familiar.
En ese momento creativo, cuando el autor pensó en incluir esas cinco palabras a Ajedrez, podríamos creer que, con ese único acto, se honra el legado de un padre que le había enseñado las paradojas de Zenón sobre un tablero escaqueado, el mismo que le acercó a Jayam a su lengua y que le dio otras muchas pistas literarias, incluidas las que remitían, a la vez, al sabio persa y al no menos grande FitzGerald.
Podríamos creer que en ese breve fragmento se dio uno de los clásicos procesos que son tan recursivamante borgianos, uno que habrá de perfeccionarse unas líneas más adelante en los propios sonetos dedicados al juego cuando se plantee que “Dios mueve al jugador, y éste, la pieza. / ¿Qué Dios detrás de Dios la trama empieza …”.
Una recursividad que, no podemos dejar de insistir en el punto, nos recuerda la magia de sus espejos, nos invita a sumergimos en algunos de sus laberintos, nos conduce inexorablemente, en definitiva al, está visto, su no menos entrañable ajedrez.

En el Rubaiyat[9] el persa incluye unos versos dedicados al ajedrez que son un antecedente que evidentemente Borges tuvo en consideración cuando produjo sus imperecederos sonetos sobre el juego ciencia.
Al decirse esto, no puede menos que recordarse que la cultura persa tuvo un rol esencial en la evolución del ajedrez desde el momento en que un juego de estrategia proveniente de un reino indio, al que debe considerarse una versión preliminar de la que es tributaria, ingresó a Ctesifonte, la capital del imperio persa,[10] lo que ocurrió en tiempos de Cosroes I (501-579).
Desde ese momento fundacional el juego, sujeto a sucesivas modificaciones, será tomado primero por la cultura persa, y luego por la musulmana a partir del momento en que éstos invadieron exitosamente los territorios del viejo imperio sasánida. De los árabes pasará a Europa y, más tarde, de los barcos de los conquistadores y colonizadores llegará a América y regresará al Lejano Oriente. Por ello, un Borges perfecto conocedor de este proceso evolutivo, en sus sonetos, al referirse a los orígenes del ajedrez y a su derrotero ulterior, reconocerá con absoluta precisión: “En el Oriente se encendió esta guerra / cuyo anfiteatro es hoy toda la Tierra”.
El Rubaiyat tuvo, además de la de Juan Guillermo Borges, otras traducciones al español. El escritor y educador argentino Joaquín Víctor González[11] (1863-1923) fue uno de quienes emprendió esa tarea, siempre basándose en la versión que provenía del inglés. En ese orden, en un capítulo al que denominó muy poéticamente El vuelo del alma introduce, bajo el número 74, la siguiente cuarteta: “Nosotros, piezas mudas del juego que Él despliega / Sobre el tablero abierto de noches y de días, / Aquí y allá las mueve, las une, las despega, / Y una a una en la Caja, al final, las relega”.
Como se aprecia, en este pasaje traducido por González no se menciona específicamente al ajedrez aunque queda del todo implícito que se alude al mismo. Pero ello se hace expresamente en otras traducciones, como en la siguiente, en la que se asegura: «Somos sólo impotentes piezas de ajedrez, / que Él juega sobre el tablero de los noches y los días; / nos mueve de un cuadro a otro, nos da jaque mate, / y uno por uno nos vuelve a guardar en la caja.”.[12] Al consultarse las traducciones originales al inglés se observa que se llega a hablar del juego con toda entidad o, para ser más precisos, al tablero en el que se lo disputa.[13]
Borges, en Ajedrez, retomará buena parte de estas ideas, dotándolas de un contenido metafísico que convertirán a estos sonetos en el mayor legado del autor dentro del prolífico abordaje que hizo en su obra al juego que conociera gracias a su padre y “la carga genética” de algunos de sus ancestros.
Ese carácter metafísico queda mejor evidenciado sobre el final de los sonetos al puntualmente decirse: “También el jugador es prisionero / (la sentencia es de Omar) de otro tablero / de negras noches y de blancos días. / Dios mueve al jugador, y éste, la pieza. / ¿Qué Dios detrás de Dios la trama empieza/de polvo y tiempo y sueño y agonía?”.
Esa idea, la de que Dios mueve al jugador y éste a la pieza, la de que hay una cadena de divinidades detrás de escena que se suceden los unos a los otros, tiene una profundidad que recala a la vez en el plano poético y en el filosófico.
En esos versos, cuales espejos o laberintos, no nos cuesta demasiado advertir la herencia de un Borges padre, que le mostró a un Borges hijo varios caminos simultáneos: el de la literatura; el del descubrimiento de Oriente; el de Jayam; el de FitzGerald; el de Zenón; el de la posibilidad de la infinita recursividad; el de la filosofía; el de la lógica; el de la poesía; el de la metafísica; el del ajedrez. En definitiva, un Borges padre que le mostró a un Borges hijo el camino de la vida.
A partir de lo expresado en los sonetos que concibió Jorge Luis Borges, a los que tan exactamente titulara Ajedrez, ya nadie podrá olvidar la connotación metafórica, la ubicuidad cultural y la carga polisémica que posee un juego de imperecedera influencia intertemporal y multicultural.
Un juego que genera, en cualquiera que se adentra en su profundo misterio, un influjo y una perplejidad de tal porte que mal podría tener como fuente a un simple pasatiempo.
Un Jorge Luis Borges, que recibió el juego de su padre, y que en su torrente sanguíneo corría la carga genética de varios de sus ancestros que a lo largo del tiempo enriquecieron poderosamente al juego, pudo hacer posible que el ajedrez tomara una dimensión metafísica impar.
A partir de su privilegiada pluma, dentro de la vastedad del abordaje que el autor hiciera sobre el ajedrez, supo legarnos especialmente los versos más exactos y poéticos que el ingenio del hombre pudo haber concebido.
Unos versos que los ajedrecistas de todo el orbe y de todas las épocas podrán recitar para sí, y así lo hiciera el propio autor,[14] como si de un mantra se tratase.
Fuentes bibliográficas:
Borges, Jorge Luis; Obras completas, Emecé, Buenos Aires, 1974.
Escobar García, Laura M.; La mujer en la Edad Media en los siglos XI, XII Y XIII: La Reina Urraca I de León y Castilla, Trabajo de Fin de Grado de Historia, Universidad de Sevilla, Sevilla, septiembre de 2017.[15]
Ferrari, Osvaldo; En diálogo con Jorge Luis Borges, Editorial Seix Barral, Buenos Aires, 1985.
GENTE y la Actualidad (Revista – edición especial), Todo Borges y…, Buenos Aires, 1977.
Khayyam, Omar; Rubaiyat, Versión de Joaquín V. González, Editorial Sopena Argentina, Buenos Aires, 1942.
Khayyám, Omar; Rubáiyát, The Fitzgerald Centenary Edition, Peacock Mansfield & Co., Londres, 1909.
Meade, Marion; Eleanor of Aquitaine: A Biography, Penguin Books, Nueva York, 1991.
Vaccaro Alejandro; Georgie: 1899-1930, Proa/Alberto Casares, Buenos Aires, 1996.
Yalom, Marilyn; Birth of the Chess Queen, a History, Harper Collins, Nueva York, 2009.
[1] Trabajo producido en el mes de agosto de 2018.
[2] Su nombre completo es Jorge Francisco Isidoro Luis Borges.
[3] En nota publicada en el diario argentino Página 12, a la que se puede acceder consultando el siguiente link: https://www.pagina12.com.ar/diario/ajedrez/35-288255-2015-12-19.html.
[4] El visir estuvo presente en las versiones protohistóricas del ajedrez, del chaturanga indio al árabe shatranj, pasando por el catrang persa. Algunos comentarios sobre estas modalidades antiguas de juegos que derivaron en el moderno ajedrez, y más en lo general un estudio sobre la génesis del juego, se pueden apreciar en el trabajo titulado Los orígenes del ajedrez al que se puede consultar en diversos sitios. En su versión completa, en idioma español, ello puede hacerse en https://es.chessbase.com/portals/all/2018/ESP_2018/Negri/origenes-ajedrez.pdf. En idioma inglés, con un esmerado trabajo de edición que hace más ameno el proceso de lectura, se lo puede efectuar, aunque en forma parcial (se han publicado por el momento sólo dos de las cinco partes en la que se fragmentó el documento), en https://en.chessbase.com/post/on-the-origins-of-chess-1-5 y en https://en.chessbase.com/post/on-the-origins-of-chess-part-2-india.
[5] Sobre la carga erótica implícita del ajedrez se pueden consultar numerosos textos, como por ejemplo Filosofía del ajedrez del argentino Ezequiel Martínez Estrada (1895-1964) o La psicología del ajedrez del norteamericano Reuben Fine (1914-1993).
[6] Algunas de estas ideas fueron expuestas en un artículo de nuestra autoría que tuvo como eje de análisis el rol del ajedrez en el transcurso de la Edad Media. Bajo el título “Una luz en la oscuridad”, la respectiva publicación se hizo en el diario argentino Página 12. Se puede acceder a ella en https://www.pagina12.com.ar/diario/ajedrez/35-301216-2016-06-08.html.
[7] Su trabajo tiene por título The Courts of Eleanor of Aquitaine. Se puede acceder a él en http://flux.blogs.com/game_design_as_cultural_p/2009/09/the-players-and-movements-of-chess.html.
[8] Esa es la grafía más habitual, aunque no la única, que se suele utilizar en nuestro idioma. Su nombre original era Ghiyath al-Din Abu l-Fath Omar ibn Ibrahim Jayyam Nishaburí o, en persa, غیاث الدین ابو الفتح عمر بن ابراهیم خیام نیشاپوری.
[9] Casi veinte años después de que publique los sonetos Ajedrez, en 1969 Borges le dedicará una poesía a Jayam que llevará por título, precisamente, la de la principal de sus obras: Rubaiyat, la que comienza de este modo: “Torne en mi voz la métrica del persa / a recordar que el tiempo es la diversa / trama de sueños ávidos que somos / y que el secreto Soñador dispersa. /…”. Un Soñador así, en mayúsculas. Ya podemos adivinar la fuerza presente de la Divinidad, la misma que reaparecerá sobre el final de los sonetos dedicados al juego.
[10] Suele decirse en la literatura occidental (y en ese error hemos caído nosotros mismos en algún trabajo previo) que ello aconteció en Bagdad, pero es inexacto ya que esa ciudad fue en realidad fundada recién en el siglo VIII adquiriendo relevancia tras la caída del imperio sasánida. Lo que sucede es que Ctesifonte pasó de ser el centro de un imperio a transformarse en una virtual ciudad fantasma a partir de la invasión árabe y el apogeo de Bagdad. Ambas ciudades tienen cierta proximidad geográfica.
[11] González fue Gobernador de La Rioja, provincia de la que fue electo Senador y Diputado; también fue Ministro de diversas carteras del Gobierno Nacional y, en otro orden, integró la Real Academia Española. Para ser exactos, y siguiendo lo dicho en la respectiva Introducción del texto, debida a Julio V. González, hijo del autor del trabajo (que es de 1915 aunque apareció recién en 1927), habría que decir que su padre: “…se propuso traducir a Fitzgerald y no a Khayyám, pues por la cita que tengo hecha y por la sustitución del vocablo ´traducción´, invariablemente empleado, por el de ´paráfrasis´, se ve que admiraba al inglés más como poeta que como traductor”.
[12] Esta es la versión que se le debe a Alfonso Teja Zabre en la edición de Raúl Berea Núñez, Ciudad de México, 2009. Dentro de otras tantas que existen, algunas de las cuales hemos podido consultar, se puede advertir que a veces, en vez de un innominado “Él” (con o sin mayúsculas), se puede hablar de “el Destino”. Además, sobre el final, en reemplazo de la mención a “la caja”, más poéticamente se puede hacer referencia a un “estuche o caja de la nada«. Por ejemplo, en la siguiente transcripción: “He aquí la única verdad: / peones somos de la misteriosa partida de ajedrez que juega Dios. / Nos mueve, nos para, nos adelanta y nos arroja después, / uno a uno, a la caja de la Nada”. Una más que se ha tenido en consideración tiene la siguiente expresividad: “Porque esta vida no es / -como probaros espero- , /Más que un difuso tablero / de complicado ajedrez. / Los cuadros blancos: los días / los cuadros negros: las noches… / Y ante el tablero, el destino /acciona allí con los hombres, / como con piezas que mueven / a su capricho sin orden. . /Y uno tras otro al estuche/van. De la nada sin nombre”.
[13] En la primera de las versiones en idioma inglés de FitzGerald, publicada en 1859 se ubica una cuarteta, que lleva el orden XLIX, que tiene la siguiente sonoridad: “Tis all a Chequer-board of Nights and Days, / Where Destiny with Men for Pieces plays: / Hither and thiter moves, and mates, and slays, / And one by one back in the Closet lays.”. En posteriores versiones se la reubica bajo el número LXIX, adquiriendo un diferente texto: “But helpless Pieces of the Game He plays / Upon this Chequer-board of Nights and Days; / Hither and thither moves, and checks, and slays, / And one by one back in the Closet lays”. Edward Heron-Allen, al analizar la cuarteta, señala: “To speak plain language, and not in parables, / We are the pieces and heaven plays the game, / We are played together in a baby-game upon the chess-board of existence, / And one by one we return to the box of non-existence.”. Como se aprecia no se habla de “chess” sino de “chequer-boards”. Fuente: http://members.iinet.net.au/~ploke/Omar/compare.html. Hay otras versiones de esta cuarteta, siempre buscando la mejor rima posible (que es de la forma AABA; es decir con un verso libre, en este caso el tercero), como la siguiente: “We are but chessmen, destined, it is plain, / That great chess-player, Heaven, to entertain; / It moves us on life´s chess-board to and fro, / And then in death´s dark box hut ups again.”. Aquí sí el término “chess” surge en forma más rutilante. Una aclaración más, que no es menor: en la primera traducción de FitzGerald, se hace referencia al Destino y no a la Divinidad, concepto que fue consagrado en versiones posteriores.
[14] Se puede escuchar la voz del propio Jorge Luis Borges recitando Ajedrez en https://www.youtube.com/watch?v=6knchcz-da4.
[15] Este trabajo puede ser consultado en: https://idus.us.es/xmlui/bitstream/handle/11441/75386/LAURA%20M%20ESCOBAR%20GARCÍA%20HISTORIA_.pdf?sequence=1&isAllowed=y).